Diciembre del 2001 no significó un quiebre del poder político y económico…

El hartazgo que no fue…


Por Elena Luz González Bazán especial para Villa Crespo Digital

21 de febrero del 2008


Los días de diciembre del 2001, desde el 18 hasta el 20 y todos los sucesos posteriores convocaron a miles de ciudadanos y ciudadanas de todo el país. Los vecinos, los pobladores, esencialmente de las grandes urbes se dieron cita en formas asamblearías, se juntaron en las esquinas de los barrios, se mostraron como vecinos, se reconocieron como habitantes de un espacio común.

La cacerola fue un artefacto que se utilizó para protestar, la calle fue un lugar ocupado, las plazas fueron espacios de reunión, la Plaza de Mayo fue visitada en esos meses más que otras veces.

En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires nacieron más de 200 asambleas barriales, los vecinos y también las distintas formas partidarias se dieron cita en estas reuniones que se hacían en esquinas donde se ocupaba el espacio y luego del 20 de diciembre fueron hasta soportadas por las autoridades policiales pertinentes.

Aquellos días de diciembre comenzaron con un gran movimiento impulsado desde los estamentos políticos partidarios e incentivados por la desastrosa administración nacional, la ausente figura presidencial y el caos económico que incautó a los más pequeños, o sea, a los sectores medios no relacionados con los grandes poderes económicos. Estos, por supuesto, a la hora de la apropiación Cavallo habían hecho emigrar sus grandes depósitos al exterior.

Las oleadas de pobladores pidiendo comida y confiscando cuanto supermercado se puso a tiro fue un desencadenante, las imágenes recorrieron el mundo, la desocupación en aquellos años rondaba el cincuenta por ciento de la masa laboral activa, la pobreza e indigencia trepaba al 57 por ciento, más 20 millones de habitantes de este país eran pobres o indigentes. Habían aflorado los Movimientos de Trabajadores Desocupados, por eso, la pobreza, el hambre, la desazón eran carne de cultivo para la explosión. Mientras tanto la primera dama pensaba en el vestuario que llevaría a Holanda para el casamiento de Máxima, la hija de un responsable directo de la última dictadura militar.

El 19 ante el estado de sitio, decretado por el gobierno de Fernando De la Rúa, el espontáneo retorcer de cacerolas volvió a ganar la calle y el 20 la Plaza ya estaba ocupada.

El 20 de diciembre el escenario de la Plaza fue fantasmagórico, en medio de la humareda desplegada por los gases lacrimógenos, los tiros de itakas, balas de plomo y la represión durante horas, cientos, miles de personas se movilizaban hacia la Plaza de Mayo participando activamente contra la represión estatal.

Adentro, en Casa Rosada, había un presidente que ya no podía ordenar la Nación, no tenía elementos contundentes para encabezar un desandar de esa explosión social que estaba arrasando su gobierno.

Pero, la situación reinante tenía íntima relación con el dinero atrapado en el famoso corralito, el dinero decomisado por el mismo capitalismo, porque el socialismo, por lo menos hasta aquí, brillaba por su ausencia. Es más, los principios de la propiedad privada estaban siendo violados por los poderes políticos y económicos dominantes, la clase media estaba siendo quebrantada por ellos, eso sí, la reacción recién ocurría porque hasta ese momento quienes tenían trabajo vapuleaban a los que estaban desocupados, de solidaridad ni que hablar…
 
El espontaneismo y la organización
A diferencia de muchos que nos hablan del Argentinazo, decir que debemos discrepar, hubo un momento donde se pensó en dicho Argentinazo, fue en otro momento histórico, luego del 1º Rosariazo, el Cordobazo, el 2º Rosariazo y todas las expresiones y sublevaciones organizadas que hubo en la década del sesenta y setenta, las condiciones eran otras, y el Argentinazo no se hizo, no pudo cuajar, a pesar de tener el Movimiento Obrero organizado más importante de América Latina, faltó la unidad, primaron otros aspectos históricos que no desarrollaremos aquí, lo que podemos afirmar es que el Cordobazo tiró por tabla rasa a un ministro del riñón del poder económico que fue Krieger Vasena y un año después a Juan Carlos Onganía.

Esta protesta del 2001 que dejó, como siempre, el saldo doloroso de muertes, más de 30, no fue ni significó más que el cambio de un gobierno, la alternancia de varios otros hasta la llegada de Eduardo Duhalde a la presidencia de la Nación.

El poder económico quedó intacto, es más, salió favorecido de aquellos días, los depósitos expropiados fueron de la clase media, que apenas volvió a recibir sus dinerillos se sumergieron en su mundo de consumo e individualismo. De todo este proceso lo que realmente es rescatable, además del recuerdo por tantos jóvenes, esencialmente, que entregaron sus vidas, es el gran movimiento asambleario que subsistió en estos años.
 
Las asambleas
De aquellas 200 asambleas perduran unas 40, el trabajo fue orientado por activos militantes sociales que quisieron ser fieles a la consigna: QUE SE VAYAN TODOS, emplazada hacia los políticos de turno, estas asambleas tuvieron durante estos años, fundamentalmente al comienzo, una larga lucha contra estructuras políticas partidarias que intentaron imponer sus puntos de vista partidarias en este contexto del 2001. Muchas de ellas también desaparecieron, fueron agotándose con discursos y confrontaciones partidistas, socavaron el espíritu vecinal y social que congregaba a los vecinos.

A esta situación se sumó que, a medida que se daban soluciones para liberar los depósitos de los ahorristas, estos, iban abandonando el espacio de participación. Muchos de estos perjudicados ahorristas, durante un tiempo sumergieron sus dineros en los colchones ya no de lana, y con el tiempo recompusieron su nueva amistad comercial con los bancos, los clientes perdidos en aquellos días fueron nuevamente conquistados. Más del 75 por ciento de los depósitos regresaron a las casas matrices de los bancos privados nacionales, extranjeros, estatales, cooperativos y nuevamente aparecieron las líneas de crédito, los depósitos en dólares y pesos y la captura del ahorro de la clase media, necesaria, aunque no totalmente esencial para los grandes bancos.
 
Parque Centenario: la gran asamblea
En aquel tiempo reverdeció la participación popular, esencialmente, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el Parque Centenario, sin rejas, fue escenario domingo a domingo, durante aquellos ventosos, tórridos y calurosos días de verano del 2002 de miles de hombres, mujeres, familias que se llegaron con mandatos de sus respectivas asambleas, las cuales funcionaban en la calle, deliberaban en medio de bocinazos y familias cartoneras transitando y buscando trabajo y alimentos. Estos, los vecinos y vecinas estaban para encontrar formas organizativas, tratando de buscar un lugar de participación.

En estas reflexiones y asambleas multitudinarias llegaron los comedores, las ollas populares, la confraternidad con quienes estaban arrojados del sistema hacía mucho tiempo.

Se buscaron las mejores esquinas, los mejores espacios para poder debatir y resolver cuestiones de acercamiento, el conocimiento humano entre vecinos afloró, reverdeció el reconocerse en una esquina, comprando en el comercio del barrio, debatiendo sobre las problemáticas políticas y sociales.
Se juntaron en jornadas de todo un día, de medio día, o de horas haciendo múltiples actividades, los referentes barriales, desconocidos hasta ese momento, pero fieles a la siempre participación fueron convocados y se dieron cita en el trabajo de las Asambleas barriales.

Los debates fueron variados y múltiples, todos los aspectos sirvieron para encontrar formas de análisis y reflexión a lo pasado y la salida necesaria y posible.
Las temáticas rondaron desde fechas simbólicas, el papel de los medios de comunicación, las problemáticas sociales, la desocupación, pobreza, los chicos en la calle y tanto más.

En el Parque Centenario los días domingo por la tarde llegaron a congregar más de cinco mil personas, organizadas medianamente en sus asambleas, en sus nuevos espacios de colaboración. Se votaba a mano levantada, se hacían propuestas, se acertaba y se equivocaba, pero con una matriz preferencial, empezar a elegir como vivir, como trabajar, como soñar que era posible una realidad diferente y digna.
 
Una entrada de desocupados distinta...
El tiempo fue transcurriendo, el 28 de enero de aquel 2002, una impresionante masa de desocupados encabezados por la Corriente Clasista y Combativa y por la Federación de Tierra y Trabajo, Juan Carlos Alderete y Luís D´Elia al frente movilizaron miles de familias desde La Matanza, sumándose más y más en el trayecto de 38 kilómetros hasta la Plaza de Mayo, en la entrada a Capital Federal, en Liniers, los esperaban la Asamblea Popular de Liniers, una de las asambleas que ha perdurado en el tiempo…

Aquel día de calor agobiante, la algarabía y la confraternidad era primera, pero ese escenario demudaría prontamente.
Lo que estuvo ausente, en esa rebelión popular, fue la organización, y lo que ella conlleva que es alcanzar otros niveles de conciencia que trabajen en función de la solidaridad, la participación y el entendimiento del momento político, histórico y económico.

La prosecución de recuperar los ahorros fue el vértice, quienes quedaron fueron los activistas sociales, los que se fueron sumando, la organización de las asambleas y un reverdecer más fuerte y consolidado de la clase dominante.
 
Reconocimiento
A pesar de quienes lean este trabajo no coincidan sobre el tema del Argentinazo, simplemente, para quien cubrió aquellos momentos, con el intento de comprender y comparar los momentos históricos, decir esto, al no existir quiebre en el poder económico y político, tan solo una remoción de gobierno, todo el estatus quo anterior volvió fortalecido e hizo desandar el camino de la participación de aquellas inmensas mayorías, siendo ensalzable la actitud de quienes se mantuvieron en objetivos comunes y prestos de participación, organización, solidaridad y conciencia. Porque además fueron resolviendo los nuevos lugares donde funcionar, locales abandonados, espacios municipales que se fueron transformando, porque el frío llegó y era urgente otro lugar donde reunirse y desarrollar las tareas cotidianas. Los que perduraron en sus convicciones fueron remodelando cada espacio conquistado y hasta los que alquilaron los locales de funcionamiento han podido, en estos años, sostener los mismos con la participación de muchos vecinos y amigos de la zona o barrio. Evidentemente primó un nivel de conciencia y compromiso.

Por eso, deben ser reconocidos los miembros y militantes de esas formas de participación que hoy mantienen con otros objetivos políticos y sociales las asambleas en sus lugares y un espacio para todos los vecinos y vecinas.

El recuerdo para quienes dieron sus vidas, esas placas, que en el caso del centro porteño, nos refrescan, permanentemente, sus nombres. Aquellos que siguieron manteniendo que esta clase política se debía ir, los acontecimientos políticos ulteriores demostraron que era correcta; pero no se logra con espontaneismo, ni con el simple ruido de las cacerolas porque el objetivo meramente economicista, de recuperar ahorros atrapados, no se transforma en organización que lleve a los cambios de las estructuras políticas o económicas, o ambas a la vez.

Para que ello ocurra tiene que haber un condimento fundamental de conciencia, organización y salto en calidad para luchar por esa vida digna y justa, merecida y deseada que afloró, pero que no fue una novedad del 2001, miles de momentos históricos de confrontación anterior lo refrendan.

Lo que sucede es que los procesos históricos existen, tienen relación, pero cada uno debe ser analizado en su justo espacio, no vale el voluntarismo, el espontaneismo, los grandes cambios de la humanidad fueron a partir de una planificación que tuvo y necesita de la participación popular que es la que conduce y provoca los cambios y los consolida posteriormente.
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Martes 20 Noviembre, 2018 15:28

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