HORACIO QUIROGA 

El cuentista en su selva

En 1910 Horacio Quiroga, el escritor nacido y formado en Uruguay, pero radicado en Buenos Aires donde enseñaba castellano y literatura en una escuela normal de señoritas, se casó con Ana María Cires, una exalumna de 17 años, y pocos meses después se radicó con ella en la entonces casi virgen selva misionera, cerca de San Ignacio, en un intento por vivir de la tierra. Quiroga tenía tres libros publicados con poca resonancia, pero también decenas de cuentos admirablemente sintéticos en las principales revistas y diarios de ambas orillas que le deban ya cierto renombre. Historia de un amor turbio, su primera novela, esta dedicada a la que entonces todavía era su novia niña, y narra un amor desdichado y finalmente frustrado entre un hombre maduro y una muchacha llamada Egle, como se llamará su primera hija. Cuando llega el momento del parto de Ana María, en 1911, Horacio se empeña en que sea “natural” y en el hogar, a despecho de la voluntad de los padres de ella y, probablemente, de la misma Ana, donde oficia él mismo de partero.... Cinco años después, tras una serie de tormentosas discusiones en el matrimonio, Ana se tomó en presencia de Horacio un vaso de corrosivo doméstico. Hasta hoy no está claro –y seguramente ya nunca lo estará- si la acción de Ana fue una pataleta adolescente o una decisión planificada... su agonía duró nueve días y terminó con su muerte. Quiroga sumo este espanto y la culpa consiguiente a una historia signada por la tragedia: la muerte por accidente de arma de fuego de su padre, a los nueve meses de su nacimiento; la muerte por enfermedad de dos hermanas y el suicidio de su padrastro durante su adolescencia; mas tarde, cuando se disparó el arma que limpiaba, la muerte de uno de sus mejores amigos, Federico Ferrando. Después vendrán los suicidios de su amiga Alfonsina Storni y el de otro colega y amigo, Leopoldo Lugones y el de los hijos de Quiroga, ocurridos después de la muerte del escritor. Pasaron amores, cuentos y un segundo matrimonio, hasta que por fin decidió irse a vivir nuevamente a Misiones, donde quedó solo en la selva y enfermó. Vino entonces a Buenos Aires en busca de salud y se internó en el Hospital de Clínicas. Allí, al enterarse de la gravedad de su enfermedad, una calurosa noche de febrero de 1937 puso fin a su vida bebiendo una copa de cianuro. A setenta años de su suicidio, la muerte de Quiroga no es sólo un dato biográfico más, sino la clave para pensar su vida, su literatura y su época. Un héroe griego que, lejos de elegir, entiende que su principal oponente lo ha elegido a él. Para conocer más sobre este personaje editorial Losada acaba de publicar “Horacio Quiroga. Cine y Literatura”, un volumen que reúne las críticas que escribió el autor de “Cuentos de amor, de locura y de muerte” a lo largo de más de veinte años para revistas y diarios. La recopilación, que incluye un guión del propio Quiroga, reivindica la influencia, pocas veces mencionada, que tuvo el cine en su obra, siempre asociada con los “cuentos de la selva” aunque haya sido creador de los primeros cuentos que tematizaban el nuevo arte en nuestro país. Quiroga fue uno de los primeros en advertir, estudiar y experimentar con el nuevo arte. No sólo sentó las bases de la crítica de cine periodística en Argentina, sino que además exploró nuevas posibilidades narrativas provocadas por el mundo audiovisual. Otra manera de entrarle a su historia es metiéndose en las páginas de “La vida brava, los amores de Horacio Quiroga”, una novela de Helena Corbellini editada por Sudamericana, en donde recrea su vida afectiva haciendo un retrato de su cotidianeidad con un registro minucioso de su tiempo: la semana trágica, la vanguardia de la década del ´20, la crisis del ´30, los amigos...


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