ARTE Y CULTURA                     

Un cuento de la Resistencia: otro final el de Evita…

 

Brumas de Septiembre

 

Por Juan Carlos Cena especial para Villa Crespo Digital

 


Juan Carlos Cena, que fue miembro de la Resistencia Peronista, nos brinda en esta oportunidad el presente cuento que es parte de un libro indicado más abajo, es una ficción sobre la no muerte de Evita. Está dedicado a los trabajadores y resistentes ferroviarios.


A Nicolás Carranza y Francisco Garibotti,
ferroviarios, Militantes de la Resistencia Peronista,
Asesinados en los Basurales de León Suárez.
 
30 de enero del 2009

Lenta, la bruma cubría el Puerto Nuevo, se desplazaba orillando a la ciudad, penetraba por los suburbios contorneada por el río. Las inmediaciones del puerto se veían como un vidrio esmerilado. Las luces ágata denunciaban su presencia cayendo a plomo al pie de la columna, como chorros.

Perón murió. La radio anuncia que pasa a integrar la cadena nacional. Momento aciago, fueron las palabras de la anunciación. Un escalofrío estremeció a una parte del pueblo; a algunos se le mutó en tristeza, a otros en alegría preocupante.

Tristeza, la primera sensación popular, pero luego la elucubración sobre ese después incierto que vendría...

Adelino Romero en nombre de la C.G.T. anuncia el cese de actividades, pero asegura que se mantendrían los servicios esenciales.

La primera pintada a brocha, dicen algunos que decía: Gracias General. Ahora que Dios y Eva nos amparen.

Al General lo vistieron de General los Generales, como el General deseaba. Los Generales depositaron al General en un inmenso cofre vestido de General, como el General quería; bajo la enorme cúpula del Congreso, como anhelaba el General.

Perón ha muerto, la muchedumbre forma fila para ver su cuerpo yaciente; va a verlo como una averiguación, sentimiento generalizado de que no es verdad. Que solo es deseo de gorilas, oligarcas...; y que si fuera cierto, ¡aguantar, no llorar, ni demostrar ningún mohín de orfandad!

Las calles se acordonaron con soldados. El pueblo estaba acordonado. La tristeza custodiada. Luego, al General lo llevarían en una cureña envuelto en una bandera como el General demandaba.

El pueblo, como cadenas de ríos se aproximaban a darle el último saludo: ¡el presente mi General! Un Perooón angustiante -de vez en cuando-, se siente frente al ataúd que contiene al General.

Desfilaron políticos de todo pelaje frente al cofre del General, que estaba vestido de General como el General quería bajo la cúpula del Congreso, otro deseo del General.

El General anticipando tiempos ordenó, que cuando llegue ese día infausto deseaba estar así y ahí. En su imaginería se le dibujaba la escena, socarronamente sonreía...

El Chino Balbín en nombre de todos los políticos cobijados por la cúpula del Congreso habló, pronunció un florido y rebuscado discurso. Rodeaban los cuatro costado del cofre que contenía al General, vestido de General: los Generales, políticos adustos, hipócritas dirigentes gremiales, curas compungidos, señoras y señores; todos ellos sustentaban al sarcófago por los bordes que contenía al General, reafirmando en ese sostén, que el General era de ellos, de su propiedad.

Afuera el pueblo acordonado. Los grasitas. Todos de rostros cejijuntos, preocupados por los después, mirando para un solo lado, donde estaba Eva Perón.

Eva de negro total, ofrecía la mirada, que le vean la mirada, se las entregaba a todos los que rodeaban los cuatro costados del cajón, desafiaba la monserga de Balbín y del apoderamiento de los cuatro costados del cajón. La mirada cedida era seca y dura, el rostro sin movimientos, ni un solo gesto se desplazaba por él, toda ella erecta. Cuando habló el Chino Balbín Ella lo alineó en su mirada, al terminar no aplaudió. Bajó las escalinatas y saludó a los de afuera, los de su desvelos, con otro rostro y una mirada distinta, llena de ternura, eran los grasitas integrantes del pueblo entumecidos por el frío. Junio se iniciaba frío y gris.

Eva presentía, aún con el cuerpo caliente del General vestido de General por los Generales, que los días por venir serían duros. Un después en acelerado acercamiento asomaba sus crestas, como una sombra densa, luego, se desencadenaría todo...

Eva no se equivocó. A mediados de junio bombardearon la Plaza de Mayo. El primer estallido. La oligarquía descargaba sin piedad sobre el pueblo todo ese odio rancio acumulado, de linaje. Toda la sociedad simiesca aplaudía las muertes, no existía en ellos aflicción cristiana, sino el gozo oligárquico de la muerte de clase. Las muertes eran de los otros: los plebeyos que resistían por permanecer en estado de dignidad peronista perpetua, la que los incluyó en la sociedad.

Ya no estaba Perón. Eva, su compañera, no era él. No se debía entablar diálogo alguno con ella, menos sugerirle su retiro; el escarmiento debía ser rudo, sería un regocijo estancieril. Desde la muerte del General Ella guardó otro luto. Se refugió con el pobrerío, no se fue.
Eva se les escapaba a no se donde. Entre el pobrerío, dicen que ahí se volatilizaba entre la bruma, era incontrolable. Del regocijo esperado a la aflicción estancieril.

Eva resistía desde los arrabales.

Ella veía día a día como leales al General, condecorados por eso mismo, por el General, saltaban sin sonrojarse al otro costado, al bando de los oligarcas, civiles y militares. El Almirante Rojas, era uno de ellos. Que discutía fieramente con el Gordo Cooke que él era más peronista que él, y que era todo un orgullo tenerle el tapado a la Señora en las fiestas, percha marina.

Entre la muerte del General, hasta septiembre, fueron meses densos. De resistencias y aprestos. El Vicepresidente marino, fragoteaba para detener a Eva. ¿Cómo hacerlo? Si la incansable Eva, cada día era más invisible. Se sabía que andaba por ahí, en domicilios brumosos. Difícil de determinar.

El día 16 de septiembre estalló todo. Los traidores se definieron. Sosa Molina y Franklin Lucero, abdicaron.

Y así, un chorro inacabable de condecorados.

Eva, previsora esperaba. Dicen, que trajo armas de España ó Bélgica. Dos Generales la batieron a Perón. Y éste se enardeció: Las armas solo la usan los militares, no los obreros. Dicen que le dijo. Se las incautó pero no a todas, algunas se perdieron en el traspaso, y este 16 aparecieron engrasadas.

La orden de Eva fue resistir hasta el 17 de octubre del 55, porque a partir de ese día todo se restauraría. Esperanzada en la memoria, de que todos recordarían el 17 aquel. Solo eso, y entonces el territorio que resistía sería flama. Asomaron otras traiciones de la mano de los Alonsos, Espejo; el vice de la república, que era almirante, habló al pueblo y dijo lo que dijo de Perón y de Eva, legalizó la represión y avaló a todos los conversos.
No alcanzaban para el17. La organización comenzó tardía. Los militares leales no lo fueron tanto. Perón había dicho que si a él alguna vez le ocurría una rebelión así, prefería el tiempo a la sangre. Eva demostraba no pensar igual. Irse era dejarle la sangre y los sufrimientos al pueblo, y ese tiempo era casi cobarde. Se retrocedía. Todos los días se retrocedía. Todos los días deserciones y traiciones.

La bruma del puerto se aliaba al retroceso, cubría a todos. Ya no había luces. Los compañeros de las usinas detuvieron los generadores bajando la llave. Todo era nebuloso. Para no relumbrar ni se fumaba. Solidaria bruma llena de destiempo. Solo disparos que señalaban el cerco. Luces de bengala intentando traspasar la bruma en busca de blancos, imposible. La bruma se compactaba y opacaba la noche. Noche sin visión, esmerilada.

Amarrados a la dársena dos lanchones ligeros de la Flota Fluvial, esperaban... con los motores encendidos.

Se contabilizaban los ruidos y las secuencias de los disparos, adivinando como se cerraba el cerco. No corría brisa alguna. El brumazón cómplice se estacionó.

Al fin. Eva y un pelotón de resistentes llegaron reculando vendiendo cara las distancias perdidas. A Eva, le cruzaban en tercerona cananas llenas de cartuchos y un correaje, un largo correaje que remolcaba una vieja carretilla. A los gritos, ordenando, alentando, punteando: ¡Cooke, aquí! Aquel flanco, se te filtran. ¡Llamalo a Rearte que tapone! ¡Cooke! No te veo. ¡Aquí Eva, aquí! ¡Ya fueron a cubrir! ¡Están con el General Valle y los otros leales! ¡Nicolás junto a los ferroviarios está en la entrada de las parrillas de vías descarrilando vagones, aflojando cambios, taponando todo! ¡Los padres Benítez y Mugica, atienden a los heridos!


¡Eva, no podes con esa carretilla! -le decía Cooke. ¡Es el General Perón! ¡No lo voy a abandonar! ¡Lo acabo de desenterrar! Ayúdame a empujar. ¡El General nos es carne para caranchos! Empujá Cooke, empujá! ¡Arremangate la sotana Benítez y ayudame a empujar! ¡Vos si que me conocés bien!

Desaliñada, con toda su cabellera rubia al aire, tiznada de pólvora, irreconocible, manchada de sangre y sudores arrastraba los restos del ser que más amó, disparando a través de la bruma. Eva retrocedía. A la vez, los compañeros de los lanchones reclamaban que se apresure: ¡Compañera, las barcazas de la Flota Fluvial esperan! Los compañeros dicen que hay que embarcar, aprovechar el celaje. Los remolcadores con los baquianos esperan para no errarle a los canales.

-Ayudenmé entonces, soy fuerte pero no tanto. Pero antes: ¡Cooke, al final! ¿qué?

-Me quedo Eva a organizar la resistencia. La otra resistencia, no podemos abandonar al pueblo.

-¿Y los muchachos? -repreguntó Eva.

-Todos se quedan: Valle, Rearte, Nicolás, con los ferroviarios de Boulogne, el cura Benítez y Mugica...y más. ¡Vos embarcá y ahora! Te necesitamos viva, aunque estés lejana. ¡Embarcá!, que en la desembocadura del Río de La Plata está la Marina Mercante, te llevará y te esconderá. Embarcá que Rojas -la Hormiga Negra-, salió de Puerto Belgrano para taparte la salida y bombardearte.

Un fuerte abrazo selló el pacto de que la lucha no terminaba. Sería larga y dolorosa, llena de ausencias, tiempo y sangre.

Subió Eva, sin soltar el correaje del cajón. Solicitó a los compañeros de los remolcadores que le colocaran el féretro del General en cubierta. Pidió un trapo y agua para limpiarlo, y que la dejen sola con el General, le iba a sacar el barro.

-Otra vez juntos -comenzó diciendo- ¡no te iba a dejar jamás! Vos hubieras hecho lo mismo. Yo no iba a permitir de ningún modo que te vejaran. Porque seguro que ellos descargarían sobre vos todo el odio cobarde, harían lo que de vivo no se atrevieron. Vos hubieras hecho lo mismo. Vos me hubieras llevado a la rastra. Yo sé que vos jamás hubieras permitido que me ofendieran, menos orinada o mancillada. Vos rescatarías mi cuerpo, porque sabrías que el pueblo en plena resistencia les sería imposible luchar para salvar cualquiera de nuestros cadáveres, y no es que les de igual o no lo merezcamos, no serían indiferentes a lo que pueda ocurrir con nosotros ¡no! Si me hubiera tocado morir antes, enfrentaría a ese momento llena de paz, porque sabía de vos, de tu lealtad conmigo hasta en la muerte. Tomaba aliento, se sosegaba, observaba la bóveda brumosa. Continuaba:

-Todo lo que hice, lo realicé por amor a vos, a tu causa por los grasitas, por los pobres. Hay días que me quedaba vacía de tanto repartir amor en tu nombre y en el mío. Pero hay días en que el odio contra los oligarcas me poseía. Ver tanta injusticia, tanta ignominia, ver tanta pobreza. Decían, ¿te acordás?, que era una resentida. Y si, lo era. Vos te sonreías. Eras más cauto. Pero sin ese resentimiento jamás hubiera realizado nada. Amor y ternura para con los pobres, era parte de ese resentimiento.

Eva continuaba refregando mecánicamente el cajón. Continuaba ese monólogo como si el finado General la escuchara. O como si ella intentara convencerse a si misma de sus creencias. Reafirmaba esto una y otra vez.

-Arrastré tus restos por amor, porque por amor viví a tu lado, por amor hice todo lo que hice, por amor he vivido y por amor resisto y viviré. Insistía con la correspondencia del amor.

La brisa del amanecer comenzó a empujar la bruma de la noche. En su penetración opacaba a la ciudad y desnudaba la desembocadura del Río de La Plata. Amanecía. El resplandor del sol dibujaba un horizonte rojo y blindado. La Flota de la Marina Mercante esperaba. Nadie sabía en cual buque embarcaría Eva, ni el destino. El Gordo Cooke si, el más insobornable.

En la localidad de Vicente López, en la residencia de Gaspar Campos, más precisamente, todo era silencio. Una brisa húmeda del río anunciaba la aproximación de la bruma.

Amanecía. Solo los pasos de los guardias rompían la quietud. Cuando de repente un fuerte grito escapó de la casona. Los guardias se paralizaron y se tantearon las sobaqueras.

Otro grito y es nítido: ¡Lopecito! ¡Lopecito! ¡Carajo, que me distes a tomar para dormir! ¡Brujo de mierda!

-Que ocurre General- contestó el Pai Lopecito.

-Que me diste a tomar. Soñé en medio de una bruma que Eva vive, ¡qué vive, y que yo estoy muerto...muerto, carajo!

P.D. A Nicolás Carranza junto a otros doce compañeros lo fusilaron en los basurales de León Suárez, sin ningún tipo de oportunidad de defensa. Al General Valle lo ejecutaron en la Penitenciaria de la Avda. Las Heras y, del mismo modo a todos, sumariamente ese junio del ´56. Por orden de Aramburu y Rojas (a) la hormiga negra; el que besó Menem.

A Valle no le dieron tiempo, -los justicieros occidentales y cristianos que gritaban ¡Cristo Vence!-, a despedirse de su familia. En el mismo lugar que fusilaron a Severino di Giovanni. El Padre Benítez, confesor y seguidor de Eva, murió a los 90 años. Ignorado a exprofeso por la dirigencia del partido peronista y la sociedad; rodeado de su familia e íntimos amigos; junto a dos retratos: el de Eva y el del Che Guevara. El padre Mugica fue asesinado por la triple A, mercenarios del Pai Lopez Rega.

Eva murió en 1952. En septiembre de1955 desde la cañonera Paraguaya, donde buscó refugio, el General Perón le hizo saber al Padre Benítez que no se llevaría el cadáver de Eva y desautorizaba cualquier operación comando para su rescate. Eva fue vejada, orinada, golpeada cobardemente con toda la carga del odio oligárquico. Eva, por años deambuló oculta...como alma en pena.

Por instrucción de otro General, el General Lanusse, el cadáver de Eva, le fue devuelto al General Perón en Puerta de Hierro, Madrid, previo acuerdo.

Eva hoy descansa, como si fuera una jugarreta de la historia en el cementerio de La Recoleta, campo santo (?) de la oligarquía bajo una gruesa capa acerada, fuera de la mirada de los grasitas y de la bruma del Pueblo.

* Bruma de Septiembre es uno de los cuentos del libro: Crónicas del Terraplén, Editorial La Rosa Blindada – 2007 – Publicado en el anterior portal.
 

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