BATALLA DE CASEROS Y COMBATE DE SAN LORENZO
La Batalla de Caseros
2 de febrero de 1852

Producción periodística para Villa Crespo Digital

El 2 de febrero de 1852 el ejército del General don Justo José de Urquiza atravesó el río de Las Conchas por el puente de Márquez y sus cercanías. En la tarde pasó el descanso próximo al arroyo Morón. La exploración había comprobado la presencia de numerosas tropas enemigas en las alturas de Caseros.

El choque decisivo era inevitable para el día siguiente.

En la noche del 2 de febrero se reunieron con el General Rosas, el General Pinedo y los Coroneles Chilavert, Díaz, Lagos, Costa, Bustos, Hernández, Cortina y Maza.

El Coronel Chilavert aconsejaba no librar la batalla en la posición de Caseros, pero dado lo avanzado de la noche no podía llevarse a cabo un audaz plan propuesto por este coronel.

A las 2200, Rosas, en compañía de los jefes mencionados, se dirigió a Caseros a efectos de disponer sobre el terreno la colocación de los cuerpos para la batalla.

Seguido de sus edecanes y ayudantes, el General Rosas llegó a la casa de Caseros y subió al mirador del edificio. Desde allí se podía fijar la posición del campamento enemigo por el fuego de algunos vivaques que brillaban en la semioscuridad de la noche. Un silencio profundo reinaba en el campo. 47.000 combatientes reposaban tranquilamente a ambas márgenes del arroyo Morón.

Mientras tanto, en una de las habitaciones de la casa se habían reunido el General Pinedo, los Coroneles Chilavert y Díaz y otros jefes con sus ayudantes, para ultimar los detalles, croquis y órdenes para la batalla.

El General Rosas se mostró muy contento. No durmió aquella noche.

Poco antes del amanecer, el ejército de Urquiza se aprestó para el ataque, y con las primeras luces del alba se dio lectura a la lacónica y vibrante proclama del general en jefe:

"¡Soldados! ¡Hoy hace 40 días que en el Diamante cruzamos las corrientes del río Paraná y ya estabais cerca de la ciudad de Buenos Aires y al frente de vuestros enemigos, donde combatiréis por la libertad y por la gloria!"

"¡Soldados! ¡Si el tirano y sus esclavos os esperan, enseñad al mundo que sois invencibles y si la victoria por un momento es ingrata con alguno de vosotros, buscad a vuestro general en el campo de batalla, porque en el campo de batalla es el punto de reunión de los soldados del ejército aliado, donde debemos todos vencer o morir!"

"Este es el deber que os impone en nombre de la Patria vuestro general y amigo. Justo José de Urquiza."

El General Urquiza destacó a los Regimientos de Caballería correntinos, a órdenes del Coronel Virasoro, para distraer la atención del adversario sobre el opuesto flanco derecho, mientras, simultáneamente, el Ejército Grande cruzaba a la margen opuesta del arroyo Morón.

Rosas, a simple vista, desde el mirador de Caseros observaba el pasaje de las columnas enemigas.

Cruzado el arroyo por los primeros escalones de la caballería, Urquiza hizo lo propio seguido de su Estado Mayor.

A las 0730 el ejército había tendido su línea de batalla a un kilómetro de distancia del enemigo.

Las tropas de ambos ejércitos habían vestido el uniforme de gala para entrar en batalla.

El Ejército Libertador había distribuido sus 24.000 hombres y 50 piezas de artillería en el orden siguiente: en el ala izquierda y frente al edificio de Caseros, la División Oriental; en el centro, la División Brasileña, reforzada con la brigada argentina de Rivero y la masa de la artillería (28 piezas), al mando de Pirán, teniendo a sus órdenes a Mitre y a Bernabé Castro; en la derecha, 5 batallones mandados por Galán y las Divisiones de Caballería de Medina, Galarza, Ávalos y Gregorio Aráoz de Lamadrid, a disposición del Comandante en Jefe. A retaguardia del ala izquierda, la reserva formada por las Divisiones de Caballería de López y Urdinarrain.

Rosas había desplegado en batalla 23.000 hombres, 56 piezas de artillería y 4 coheteras. La derecha se apoyaba en el edificio de Caseros, el cual era defendido por el batallón del Teniente Alcaldes y sostenido por el fuego de 10 piezas de artillería. Al Norte del edificio se había organizado un martillo con un grupo de carretas, un foso y 2 batallones, teniendo, además, 2 Regimientos de Caballería como reserva de esa ala.

El espacio entre las casas y el palomar era guarnecido por 2 batallones con algunas piezas. En el centro de la posición había 30 piezas de artillería a órdenes de Chilavert y hacia la izquierda 3 batallones de la brigada Díaz. En el ala izquierda, 3 divisiones de caballería a órdenes del Coronel Lagos, teniendo 2.000 lanceros formados en batalla y fuertes columnas de ataque. La reserva la constituían las divisiones de caballería de Sosa y Bustos.

Entre las 0800 y las 0900 el General Urquiza, después de comunicar a sus jefes principales sus órdenes e intenciones, montando su caballo moro y cubierto con un poncho blanco para mostrarse desde lejos en la pelea, se colocó a la cabeza de su Estado Mayor. Al llegar frente a la infantería de Galán, proclamó a sus soldados:

­ ¡Soldados del Ejército Grande: detrás de aquella línea se halla la Constitución de la República y la libertad de la Patria!

Pasando luego a la División Brasileña y reiterándoles sus órdenes al Brigadier don Manoel Márquez de Souza, agitando en alto el sombrero vitoreó a la Confederación, al Brasil y al emperador, y llegando al ala izquierda arengó a la División Oriental:

- ¡Orientales, vosotros sois una de las más fuertes columnas del Ejército Aliado y una de las fundadas esperanzas de la causa de la libertad. ¡Yo os anticipo mis felicitaciones por vuestra conducta en este día, que no dudo corresponderá a vuestra esclarecida fama!

A las 0800 el General Rosas descendió de su observatorio, montó a caballo y recorrió sus líneas. Al llegar al centro de la posición ordenó al Coronel Chilavert:

- Coronel, sea usted el primero que rompa sus fuegos contra los imperiales que tiene a su frente. Sostúvose en seguida un vivo fuego con las baterías aliadas del centro. El humo de los disparos ocultaba las masas de infantería desplegadas para el ataque.

A las 1000, el General Urquiza apreció la conveniencia de lanzar la masa de su caballería contra el ala izquierda enemiga. A su orden, la División Medina, formada en escalones y sostenida a retaguardia por las divisiones Galarza y Avalos, avanzó de frente y resueltamente contra los lanceros del Coronel Lagos, mientras la División Lamadrid, escalonándose más a la derecha, buscaba el envolvimiento profundo de la misma ala. A pesar de que la División Medina, al iniciar su movimiento encontró una cañada cenagosa que le impuso una detención momentánea seguida de un cambio de formación y que todavía algunos de sus escuadrones fueron rechazados con pérdidas, el final de la carga fue el más completo y favorable. Deshecha esa fuerza, aparecieron al flanco las divisiones rosistas Sosa y Bustos, enviadas por Rosas, a escape, para restablecer el combate, pero las divisiones Galarza y Avalos les salieron al encuentro y las arremetieron vigorosamente, desbandándose la caballería enemiga casi sin combatir.

Batida esta ala enemiga, la caballería aliada quedaba lista para maniobrar sobre el flanco y la retaguardia de la posición rosista.

La División Oriental a órdenes del Coronel don César Díaz se puso entonces en movimiento hacia el edificio de Caseros. Esta división hizo a tiro de fusil de las posiciones enemigas un alto que las amenazaba. La División de Caballería de Urdinarrain, que apoyaba el ataque, la siguió en la misma dirección y se colocó a su izquierda en acecho dentro de un bosquecillo. La batería de Vedia hizo lo propio, rompiendo el fuego contra el reducto enemigo.

Los rosistas de las fortificaciones de las carretas se dieron a la fuga en cuanto el Batallón Voltígeros, de la División Oriental, inició su ataque. Sólo los infantes, parapetados en el edificio, ofrecieron resistencia, la que fue quebrada por este batallón; Santa Coloma intentó acometer a los infantes de la División Oriental, pero los lanceros de Urdinarrain, que la apoyaban, dieron una soberbia carga que los devolvió al instante.

La División Brasileña, mientras tanto, tomaba por asalto los reductos formados por la casa, el torreón y el palomar, cayendo en su poder la artillería que los guarnecía y 3 baterías emplazadas más a la izquierda. Al mismo tiempo, la brigada argentina Rivero había chocado contra los batallones de las Divisiones Costa y Hernández, arrollándolas y penetrando a la bayoneta en el interior de la posición.

La brigada del Coronel Díaz, apoyada por el fuego de los cañones de la batería Chilavert; pretendía prolongar una resistencia ya inútil. En ese instante el campo de batalla era un infierno y daba‚ épica grandeza al drama que allí culminaba: la caída del tirano que había afligido durante 20 años a la República Argentina.

A las 1400 se rendían las últimas agrupaciones rosistas.

El Ejército Libertador hizo su entrada triunfal en Buenos Aires el 20 de febrero. La ciudad, vibrante de emoción, estaba de fiesta. Una muchedumbre habíase volcado en las calles a presenciar el paso de las tropas que se realizaría a lo largo de las calles Perú (1), entre el campo de Marte (2) y la de la Victoria, donde se había erigido un arco triunfal.

El desfile comenzó a mediodía. Iban como batidores de la columna los clarines de la escolta entrerriana. Tras ellos, el General don Justo José de Urquiza, con el uniforme de Caseros, galera y cintillo punzó, jinete en su brioso caballo moro cubierto de plata, acompañado por un fulgente Estado Mayor.

Tenía a su diestra al Mayor General del Ejército y gobernador de Corrientes don Benjamín Virasoro, y a su izquierda, al General don Tomás Guido, guerrero de la Independencia, colaborador eminente de los Generales San Martín y Bolívar. Seguían los Generales Pirán, Madariaga, Francia, Medina, don Juan Pablo López, Oroño, su ayudante, el Coronel Chenaut, y sus secretarios, los doctores don Angel Elías y don Juan Francisco Seguí.

Tres futuros presidentes de la República marchaban en la columna de la victoria: Urquiza, Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento; tras ellos otros tantos inéditos soldados que alcanzaron los entorchados de la más alta jerarquía, de soldados rasos a tenientes generales: don Bartolomé Mitre, don Donato Alvarez, don Eustoquio Frías. En pos de ellos, el célebre "cometa de Ayacucho", que tocara allí su última carga a los Granaderos a Caballo, Comandante Obregoso. A la cabeza de las tropas venía la infantería argentina a las órdenes de Galán. Después, la División Oriental, al mando del Coronel don César Díaz. La División Brasileña del Brigadier Márquez de Souza cerraba la marcha de la columna.

El desfile continuó sin cesar hasta el oscurecer. A la infantería le siguió el tren de artillería imperial y las 40 piezas argentinas a órdenes de Pirán, Mitre y don Bernabé Castro.

Tras ellos, en un desfile incesante que duró tres horas, pasaron los 10.000 jinetes de las legiones entrerrianas y correntinas, a cuya cabeza iban los más famosos lanceros de la caballería de la Patria: los Galarza, Hornos, Basavilbaso, Virasoro, Urdinarrain, Avalos, Salazar, López Jordán, Leguizamón y Ocampo.

Y, por último, a la cabeza de los 5.000 soldados de caballería restantes, el viejo General don Gregorio Aráoz de Lamadrid, quien al desembocar sobre la Plaza de la Victoria, fue desmontado en brazos de un pueblo delirante y llevado en andas hasta el pie del altar de la Patria. El oficial de Belgrano se arrodilló besando las gradas de la Pirámide de Mayo. Al incorporarse descubrióse ante el pueblo que lo vitoreaba sin cesar; no podía hablar, pero se le vio llorar.

Combate de San Lorenzo
3 de Febrero de 1813

"Por la tarde del quinto día llegamos a la posta de San Lorenzo, distante como dos leguas del convento del mismo nombre, construido sobre las riberas del Paraná, que allí son prodigiosamente altas y empinadas... ...No habían corrido muchas horas cuando desperté de mi profundo sueño a causa del tropel de caballos, ruido de sables y rudas voces de mando a inmediaciones de la posta. El coronel (por San Martín, a quién había conocido en Buenos Aires en la casa de Escalada), me informó que el Gobierno tenía noticias seguras de que los marinos españoles intentarían desembarcar esa misma mañana, para saquear el país circunvecino y especialmente el convento de San Lorenzo. Agregó que para impedirlo había sido destacado con ciento cincuenta Granaderos a caballo de su Regimiento; que había venido (de noche principalmente para no ser observado) en tres noches desde Buenos Aires. Dijo estar seguro de que los marinos no conocían su proximidad y que dentro de pocas horas esperaba entrar en contacto con ellos. ...No tuve dificultad en persuadir al coronel de que me permitiera acompañarlo hasta el convento... Justo antes de despuntar la aurora, por una tranquera en el lado del fondo de la construcción, llegamos al convento de San Lorenzo... Por el portón de entrada al patio y claustros, se hicieron los preparativos para la obra de muerte. Por este portón San Martín silenciosamente hizo desfilar sus hombres y una vez que hizo entrar los dos escuadrones en el cuadrado, me recordaron, cuando las primeras luces de la mañana apenas se proyectaban en los claustros sombríos que los protegían, la banda de griegos encerrados en el interior de caballo de madera tan fatal para los destinos de Troya... ...El coronel San Martín acompañado por dos o tres oficiales y po r mí, ascendió al campanario del convento y con ayuda de un anteojo trató de darse cuenta de la fuerza y movimientos del enemigo..., y tan pronto aclaró el día.. Pudimos contar claramente alrededor de trescientos veinte marinos y marineros desembarcando al pie de la barranca y preparándose a subir a la larga y tortuosa senda, única comunicación entre el convento y el río. Era evidente, por el descuido con que el enemigo ascendía el camino, que estaba desprevenido de los preparativos hechos para recibirlo, pero San Martín y sus oficiales descendieron de la torrecilla y después de preparar todo para el choque, tomaron sus respectivos puestos en el patio de abajo. Los hombres fueron sacados del cuadrángulo, enteramente inapercibidos, cada escuadrón detrás de una de las alas del edificio. San Martín volvió a subir al campanario y deteniéndose apenas un momento volvió a bajar corriendo, luego de decirme: "Ahora, en dos minutos, estaremos sobre ellos, sable en mano". Fue un momento de intensa ansiedad para mí. San Martín había ordenado a sus hombres no disparar un sólo tiro. El enemigo aparecía a mis pies seguramente a no más de cien yardas. Su bandera flameaba alegremente, sus tambores y pitos tocaban marcha redoblada, cuando en un instante y a toda brida, los dos escuadrones, desembocaron por atrás del convento y flanqueando al enemigo por las dos alas, comenzaron con sus lucientes sables la matanza que fue instantánea y espantosa. Las tropas de San Martín, recibieron una descarga solamente, pero desatinada, del enemigo. Todo lo demás fue derrota, estrago y espanto entre aquel desdichado cuerpo... La carga de los dos escuadrones instantáneamente rompió las filas enemigas y desde aquel momento los fulgurantes sables hicieron su obra de muerte tan rápidamente, que en un cuarto de hora el terreno estaba cubierto de muertos y heridos. Un grupito de españoles había huido hasta el borde de la barranca; y allí, viéndose per seguidos por una docena de granaderos de San Martín, se precipitaron barranca abajo y fueron aplastados en la caída... En vez de rendirse como prisioneros de guerra, dieron el horrible salto que los llevó al otro mundo... ...De todos los que desembarcaron volvieron a sus barcos apenas cincuenta. Los demás fueron muertos o heridos, mientras San Martín solamente perdió, en el encuentro, ocho de sus hombres. ... Esta batalla (si batalla puede llamarse) fue, en sus consecuencias, de gran provecho para todos los que tenían relaciones con el Paraguay, pues los marinos se alejaron del río Paraná y jamás pudieron penetrar después en son de hostilidades." J.P. y G.P. Robertson, "Cartas..." cit., t. II, p. 144
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