MEDIOS DE TRANSPORTES FERROCARRILES

A 150 AÑOS DEL PRIMER FERROCARRIL

 TRABAJOS SOBRE EL FERROCARRIL

 

RECUPERAR 47 MIL KILÓMETROS

 

EL FERROCARRIL ME PUSO LOS PANTALONES LARGOS

 

EL FERROCARRIL DEL OESTE

 

MIGUEL MUÑOZ

 

(Villa Crespo Digital) Este trabajo tiene menos de dos años, fue realizado por la colega de Télam Celia Carvajal, no ha perdido actualidad.


A 150 AÑOS DEL TREN, QUIEREN RECUPERAR 47 MIL KILÓMETROS DE VÍAS

Por Celia Carvajal

 

14 de junio del 2009

30 de agosto del 2007 publicado por 1º vez


Ciento cincuenta años pasaron desde la inauguración el 29 de agosto de 1857 del primer tramo de tren en la Argentina, de una red que llegó a tener 47 mil kilómetros de vías y 220 mil trabajadores ferroviarios y que hoy provoca ansias de reactivación en usuarios y trabajadores unidos en el Movimiento Nacional de Recuperación del Ferrocarril (MoNaReFa).

Una fiesta institucional acompañaba el 29 de agosto de 1857 la marcha inaugural del tren cuyo trazado llegaría tiempo después a la pampa, “presenciada por 60 mil espectadores a lo largo de dos leguas” (equivalentes a diez kilómetros), según consigna la prensa de la época.

“Nuestras valiosas producciones rurales y los ricos productos de la industria europea rodarán velozmente por ese lecho metálico (que) es el primer brote de un árbol frondoso destinado a esparcir poco a poco sus ramas y sus frutos por toda la extensión de nuestro país”, diría en el acto inaugural el entonces gobernador de la provincia, Valentín Alsina.

Con la pompa adecuada a lo que las autoridades definían como “la más extensa y profunda de las revoluciones”, un vagón de encomienda y otro de pasajeros conducidos por la locomotora La Porteña transportó a Bartolomé Mitre, Dalmacio Vélez Sarsfield y Alsina desde la Plaza del Parque –actual emplazamiento del Teatro Colón- hacia La Floresta.

La vía salía de Once por la actual Pueyrredón, doblaba por Corrientes, entraba en curva por Enrique Santos Discépolo (ex Rauch) hasta Lavalle, seguía hasta Talcahuano y volvía a entrar en curva hasta la Estación Central, en Tucumán y Cerrito; desde Once, el trazado llegaba a La Floresta, relata el libro “La primera gran empresa de los argentinos”, de Jorge Schvarzer y Teresa Gómez.

Ciento cincuenta años después, “los ferrocarriles no están privatizados sino concesionados, es decir que la infraestructura sigue siendo del Estado y la concesión es un alquiler, pero un alquiler al revés”, dijo a Télam Juan Carlos Cena, ferroviario desde los 12 años y fundador del movimiento por la Recuperación de los Ferrocarriles Argentinos - MoNaReFa.

Cena se formó en los talleres escuela que fundó el gobierno de Juan Domingo Perón a la par que nacionalizaba los trenes; integró la Asociación del Personal de Dirección de los Ferrocarriles Argentinos (APDFA) y es autor del libro “Ferrocidio”, que alude al genocidio que significó la aniquilación en 1991 del ferrocarril nacional, que dejó 870 pueblos fantasmas.

“Las concesiones son un alquiler al revés porque en vez de que el privado pague, hoy el Estado le paga al concesionario un subsidio por gastos operativos, además de darle la infraestructura para que la explote”, sostuvo.

“El beneficiado por la concesión fue el que pidió el menor monto de subsidio, es decir, todos los amigos de (el ex presidente Carlos) Menem”, fundamentó Cena, quien recuerda que al ferrocarril lo hicieron entrar en un estado de obsolescencia con un plan pergeñado por (el ex secretario de la Presidencia Alberto) Kohan, (el ex ministro de Obras y Servicios Públicos Roberto) Dromi y el Banco Mundial.

Para ese entonces, quedaban 85 mil trabajadores de los 220 mil de la época de auge, “no teníamos materiales para reparar y la corrupción había penetrado hasta el nivel de empleado con prebendas como la justificación de ausencias laborales y pagos en negro a través de horas extras truchas, que fueron corrompiendo al movimiento obrero con la anuencia de los sindicatos Unión Ferroviaria y Fraternidad”, contó.

“Con la misma iconografía con que se habían nacionalizado los ferrocarriles, Menem comenzó el desguace y el ‘ferrocidio’ que supuso cerrar los ferrocarriles y en el mismo acto expulsar a 85 mil trabajadores”, afirmó.

Aún falta contabilizar las consecuencias sociales y políticas que afectaron todo el territorio nacional, que vio des vertebrarse las sociedades del interior, dejó de contar con trenes aguateros y sanitarios, y padeció la saturación del transporte y el aumento de las muertes en ruta.

“Hace quince años que están manejando los concesionarios la estructura del transporte y han demostrado que la supuesta eficiencia privada es un fracaso total, produciendo una regresión hacia una actividad con fines de lucro que se había logrado superar con la nacionalización de los ferrocarriles y su transformación en un servicio público sin fines de lucro, como es en la actualidad en todo el mundo”, balanceó.

“Los subsidios son hoy dos veces superiores al déficit que daba el ferrocarril, con la diferencia de que antes mantenía 85 mil trabajadores, los trenes andaban en todos lados, sus talleres funcionaban y el servicio que tenía el ferrocarril se cumplía”.

En la actualidad, el panorama es “un trazado reducido a 7 mil kilómetros de vías, talleres saqueados de máquinas, herramientas y repuestos y una debacle general, además de un encarecimiento del flete calculado por la cámara de Cerealeros de Rosario entre un 38 y 48 por ciento” respecto a otras épocas.

“Estamos alertando permanentemente que va a haber una catástrofe, que no ocurrió hasta ahora porque los maquinistas saben en qué lugar está mal la vía y aminoran la marcha para tomar precauciones”, contó.

Cena consideró que “todo lo que se anunció desde el atril, no se cumplió” porque “con el anuncio de la apertura de los los talleres de La Plata se anotaron 5 mil compañeros; en los talleres tucumanos de Tafí Viejo, se inscribieron 5 mil quinientos, pero apenas tomaron a 66 y el recientemente inaugurado tren de la Sierra tiene apenas dos estaciones”.

“Hace falta un proyecto nacional y el problema es que ahora se es un híbrido, y ya no nos colonizan las tropas inglesas o españolas sino las empresas privadas”, opinó.

“Los ciento cincuenta años nos tienen que hacer reflexionar a los argentinos para luchar por recuperar el ferrocarril”, propone Cena.

Ese es el “empecinamiento” del MoNaReFa –movimiento creado tras la huelga que precedió al anuncio menemista “ramal que para, ramal que cierra”- para volver a “reestatizar el ferrocarril y recuperarlo para nuestro país”, apostó.- (

FUENTE. TELAM Buenos Aires, 22 de agosto


“EL FERROCARRIL ME PUSO LOS PANTALONES LARGOS”, DICE CENA

Por Celia Carbajal

30 de agosto del 2007


Hijo de ferroviario, Juan Carlos Cena ingresó a los 11 años como aprendiz calderero a un taller escuela en Córdoba en el que laboraban 3.500 trabajadores y comenzó en 1950 a forjar su identidad de obrero trashumante del riel, con la que atravesaría los avatares de la política argentina.

Cena dice que no entró al ferrocarril sino que estuvo siempre en él. Dice que cuando se dio cuenta de que vivía en este mundo, parado sobre el globo como el Principito, estaba en una estación que se llamaba Pie de Palo, en la precordillera sanjuanina.

El patio de la estación era el de su casa; el andén, la vereda. Todavía siente el olor a oficina, los repiqueteos del telégrafo...

Tiempo después, Cena transitó por Chilecito y San Cristóbal. Comenzaba a cultivar esa identidad de ferroviario, obrero trashumante, a la par que su padre, Porfirio, recorría la geografía del país por los cargos con los que corregía sus categorías laborales a través de concursos.

Hasta que a Cena le llegó la edad escolar y su familia se afincó en Córdoba para que los chicos estudiaran, así que ingresó al Industrial, pero -simultáneamente con el primer Plan Quinquenal del gobierno de Juan Domingo Perón que abría las escuelas fábricas para formar un millón de técnicos que dominaran el nuevo desarrollo industrial- su padre le dijo “el General te necesita”.

“Corría el año 1950 y uno de los hechos más trascendentes de mi vida fue que el ferrocarril me puso los pantalones largos”.

“En la escuela fábrica, junto a 3.500 compañeros, uno empezaba a tener relación cotidiana con el movimiento obrero, con amigos y compañeros, que se repetía en el sindicato y en los barrios ferroviarios: una vida entre ‘ferrucas’”.

De aprendiz de caldera a vapor, Cena pasó a las locomotoras Diesel, importadas por Perón, y volvió a estudiar. “A los 18 años ya era oficial encargado de equipo, con una responsabilidad de trabajo inculcada por esos 3.500 hombres que te enseñaban que para ser delegado tenías que ser probo, honesto y buen compañero”.

La crónica de esos días, plena de personajes entrañables, está plasmada en el libro escrito por Cena “Crónicas del terraplén”, que acaba de editar La Rosa Blindada.

Las epopeyas de esa época están siendo documentadas por el director de cine Fernando Pino Solanas en un nuevo capitulo de su saga testimonial que probablemente se titule “Los que están solos y esperan”, en alusión a la frase de Raúl Scalabrini Ortiz.

“El taller era un fragua, un guiso con toda clase de ingredientes –peronistas, anarquistas, socialistas...-, todos con un profundo respeto hacia el oficio”.

Había que enseñar el oficio al otro y eso era una lucha contra el egoísmo. “Son cosas que van armando la identidad: se es trashumante, solidario, no hay que ser egoísta ni alcahuete, hay que ayudar al compañero al que se le atrasa el trabajo, en fin... no tiene nada que ver con la estupidez de la competitividad de la que se habla ahora”.

Esa tradición llegaba desde 1896, cuando la primera huelga ferroviaria -que comenzó en los talleres de Tolosa y tuvo como redactor de las proclamas a José Ingenieros- rechazó introducir en el convenio colectivo de trabajo el problema de la competitividad, que en esa época se llamaba “tarea”, porque creaba en la masa obrera una división.

“Así como se habla del ‘ser nacional’, nosotros éramos ‘seres ferroviarios’, la carnadura del ferrocarril, esa relación dialéctica entre la carne y el hierro, y en esa relación, ‘un misterio de adiós que guarda el tren’ de esfuerzos acumulados de trabajadores y técnicos para que esa formación ande”.

Ser “ferruca” lleva un largo tiempo de construcción de una identidad que “no admite vencidos, traidores ni quebrados y requiere en cambio de resistentes abnegados de derrotas temporales y luchas por venir”.

FUENTE. TELAM Buenos Aires, 22 de agosto


EL FERROCARRIL OESTE FUE LA MAYOR EMPRESA LOCAL ENTRE 1854 Y 1862

Por Celia Carbajal

30 de agosto del 2007


Transporte seguro, masivo y rápido de mercancías y personas, el Ferrocarril Oeste, inaugurado el 29 de agosto de 1857, actuó durante casi una década construyendo y operando la primera línea férrea del país y fue comprado luego por el Estado provincial en abierta competencia con el capital privado, hasta que un cuarto de siglo después fue vendido a una empresa inglesa.

Impulsado y controlado por un grupo de porteños, el Ferrocarril Oeste se constituyó en la mayor empresa local, que funcionó entre 1854 y 1862 construyendo y operando la primera línea férrea del país.

La orientación hacia el Oeste de las vías férreas implicaba el paso por el Mercado del Once, adonde llegaban las carretas con sus cargas y se había forjado ya uno de los mayores mercados de bienes del país en un Buenos Aires que tenía 170 mil habitantes.

El financiamiento de la obra había contado con el importante aporte de la provincia de Buenos Aires, que en aquel entonces formaba un estado aparte de la Confederación Argentina.

En 1863, la provincia se convirtió en única dueña del ferrocarril, que fue estatal durante 27 años hasta su venta en 1890 a la empresa inglesa Western Railway, debido al interés de los británicos por sus bajas tarifas para transportar las riquezas del campo a la ciudad y su mayor eficiencia respecto a los ferrocarriles administrados por firmas inglesas en el país.

Con el argumento de cumplir con el endeudamiento externo, durante la presidencia de Juárez Celman (1886-90) se vendieron a compañías inglesas el Ferrocarril Andino, el Central Norte y el Ferrocarril Oeste.

En “Historia de los ferrocarriles argentinos”, Raúl Scalabrini Ortiz describe lo que a su entender fue un “sabotaje” con el fin de desacreditar al Ferrocarril Oeste ante la opinión pública: “Las tarifas son aumentadas en un 25 por ciento y aún son más bajas que las de los ferrocarriles ingleses”, dice respecto a la época en que se vendió esa red de unos mil kilómetros de vía.

Casi 60 años después, el ex presidente Juan Domingo Perón estatizó en 1947 los ferrocarriles y la empresa pasó a formar parte del estado nacional con el nombre de Domingo Faustino Sarmiento.

La integración en una red estatal nacional del formidable sistema de transporte ferroviario, industria y comunicación significó el auge del ferrocarril hacia 1950, cuando se verificaron los picos históricos de transporte de carga y pasajeros.

En 1961, el gobierno de Arturo Frondizi eliminó un tercio de los ramales y despidió a 70 mil ferroviarios a través del Plan Larkin, un proyecto pergeñado por Alvaro Alsogaray y Thomas Larkin, general estadounidense enviado como asesor de Transportes por el Banco Mundial.

FUENTE. TELAM Buenos Aires, 22 de agosto


MIGUEL MUÑOZ, UN ARTÍFICE DE LOS FERROCARRILES DEL ESTADO

Por Celia Carbajal

30 de agosto del 2007


Dignidad, pasión y sentimiento patriótico son características que definen a Miguel Muñoz, un antiguo jefe ferroviario, y en él, a los hacedores del ferrocarril nacional que procuran hoy la recuperación de una red que sumó 47 mil kilómetros, tras un bautismo de fuego de caldera ocurrido hace 150 años, el 29 de agosto de 1857.

Si se multiplica la biografía de Muñoz por la de muchos de los integrantes del personal de dirección de los Ferrocarriles del Estado, se tendrá una dimensión aproximada de la incidencia social del complejo técnico industrial que en la Argentina llegó a estar conformado por unos 220 mil ferroviarios.

“Menem es un degenerado y un forajido que debería ser bañado en miel y puesto en un hormiguero de Capilla del Monte (porque) la destrucción del ferrocarril debería tener un castigo”.

La maldición le nace de las entrañas a Muñoz -Don Miguel para los ex ferroviarios-, en medio de un reportaje con Télam en el que la emoción traicionera atragantó más de una lágrima y la evocación de los méritos, con nombre y apellido, de pioneros -ingenieros, técnicos y trabajadores ferroviarios- culminó en una obsesión: “¿quiénes son esos individuos que han masacrado el ferrocarril?”.

El gobierno de Carlos Saúl Menem privatizó en 1991 el sistema de trenes que pertenecían hasta entonces a Ferrocarriles del Estado, concesionando a empresas privadas los servicios urbanos y de carga y cerrando la mayor parte de los ramales, acto que produjo la cesantía de 85 mil ferroviarios.

“¿Quiénes han cerrado talleres ferroviarios como los de Tafí Viejo, con 5.500 trabajadores; o Laguna Paiva, con 2.000; y los 700 de San Cristóbal y los 400 de Cruz del Eje?”, se pregunta Muñoz, afincado en Córdoba y de paso por Buenos Aires.

“¿Quién echó por tierra la trayectoria de los individuos que realizaban tareas superiores, que provenían de las escuelas ferroviarias y se habían forjado en esos talleres?”.

Muñoz dice que “han vendido el ferrocarril por chaucha y palito y han destruido el tren cuando el mundo desarrolla los ferrocarriles con nuevas inquietudes”.

Y pone el ejemplo de “varias series de locomotoras” producidas en los talleres ferroviarios argentinos que “fueron a parar a Altos Hornos Zapla como chatarra a 7 pesos el kilo” para alimentar las entrañas de ese gigante del acero.

Mucho antes que eso, el impulso al desarrollo ferroviario de pioneros como Pablo Nogués, en la década del ’30, y posteriormente la nacionalización de la red ferroviaria por el gobierno de Juan Domingo Perón, en 1947, habían ido creando las condiciones para lograr la fabricación de 15 locomotoras nacionales, repuestos y unos 900 coches dormitorios en Talleres Córdoba.

Los ojos claros de Don Miguel vuelven a titilar cuando relata los acontecimientos y anécdotas de aquella época productiva: “un ferroviario es un tipo de grandes sentimientos”, afirma.

Muñoz nació en 1915 en la población santafesina de San Cristóbal y destacó tempranamente por su capacidad para las artes plásticas y el dibujo.

“Yo entré como aprendiz del ferrocarril en San Cristóbal ganando 20 centavos la hora cuando un par de alpargatas costaban 30 y rotando por cada una de las secciones, hasta que me pasaron a la oficina técnica por mi disposición para pintar y dibujar”, contó Muñoz, quien llegó a ser jefe de Materiales del Belgrano.

Cuando ingresó al taller ferroviario, en 1931, se desempeñó como dibujante mecánico y proyectista, forjándose en un medio en el que las exigencias técnicas y científicas iban a la par de las artísticas y creativas.

“Eran equipos muy gratos para trabajar porque en el ferrocarril había gente muy ligada culturalmente a individuos que tenían no solamente conocimientos técnicos sino también artísticos, en un conglomerado de alemanes, rusos, italianos que formaban colectividades en cada actividad”, en la Unión Ferroviaria y La Fraternidad.

Con
esa idoneidad, fabricaron en 1943 la locomotora 3500, primera máquina hecha en el país, con una capacidad de caldera de mayor consumo que las extranjeras “pero de mayor potencia”.

“El ingeniero Anacleto Tobar, especialista en termodinámica reconocido a nivel mundial que fue rector de la Universidad del Tucumán, proyectó también una locomotora de carga, la 7034, con un tender a condensación que cargaba una sola vez agua en San Justo e iba y venía al norte sin volver a cargar, porque reciclaba el vapor”, recordó.

“Él tenía un vagón dinamométrico, que era como una unidad de ‘terapia intensiva’ que controlaba cada una de las variables del sistema” de una locomotora, y bastaba una máquina para transportar 400 Toneladas de carga.

La historia ferroviaria está cargada de nombres y apellidos, de académicos y de “idóneos”, gente brillante, hombres sencillos “que sabían más que los ingenieros”.

Muñoz acondicionó el primer tren sanitario, “que se hizo con unos coches de madera barnizada y tenía salón cine y consultorio radiográfico y dental, y fue inaugurado en el Kilómetro 3 por Perón y Evita”.

La resistencia a los “grandes intereses” generó más de una anécdota, como la de la “licitación de la fabricación de cilindros de las locomotoras”, en 1965, en Tafí Viejo.

“Si firmaba el expediente, se quedaban sin trabajo unas 40 personas, y si no lo firmaba, tenía que matar a mi jefe, que me quería obligar a firmar, pero iba a tener problemas con mi familia porque me iban a meter en la cárcel”.

“Esos trabajos se podían hacer en talleres y los querían dar a una empresa particular, entonces yo me opuse e hice campaña para que eso no se produjera, pero me costó disgustos porque era jefe de División Materiales y por tanto responsable de la compra de todos los repuestos del Ferrocarril Belgrano”.

Quiso la vida resolver la encrucijada gracias a la acción de “los mau mau”, como llamaban a los ferroviarios miembros de la Resistencia Peronista, quienes secuestraron los moldes e hicieron que se cayera la licitación. “Con el tiempo, se supo que los moldes habían sido izados arriba el techo del taller”.

Para Muñoz, la debacle ferroviaria comenzó con el ex presidente Arturo Frondizi, “un detractor que levantó los trolebuses y vendió los cables de cobre puro a una empresa”, opinó.

Muñoz tiene inscripto en el registro de la propiedad intelectual al cablecarril de Chilecito -creado por Joaquín V. González, considerado una obra de arte tecnológica y que transportaba el oro de la mina Famatina que llegaba hecho lingote a Londres-, luego de lograr que fuera declarado monumento nacional para impedir su desguace.

A sus 92 años, Don Miguel esgrime como cuaderno de bitácora su ejemplar de Reglamento Interno Técnico Operativo de los Ferrocarriles del Estado y plantea: “tranvías, trolebuses y trenes limpios fueron cambiados por autos y camiones”.

“Si los ferrocarriles caen en manos de individuos que sólo ven el signo pesos, estoy seguro de que una vez que no sean más subsidiados y el material esté caduco, le van a devolver los hierros viejos al Estado”, concluyó.

FUENTE. TELAM Buenos Aires, 27 de agosto

 

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