CUANDO
LAS CABEZAS DE LAS MUJERES SE JUNTAN ALREDEDOR DEL FUEGO
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Producción de Norma Spadoni especial para Villa Crespo Digital
3
de junio del 2011
Por Simone
Seija Paseyro, uruguaya
Alguien
me dijo que no es casual...que desde siempre las elegimos. Que las encontramos
en el camino de la vida, nos reconocemos y sabemos que en algún
lugar de la historia de los mundos fuimos del mismo clan. Pasan las
décadas y al volver a recorrer los ríos esos cauces, tengo
muy presentes las cualidades que las trajeron a mi tierra personal.
Valientes,
reidoras y con labia. Capaces de pasar horas enteras escuchando, muriéndose
de risa, consolando. Arquitectas de sueños, hacedoras de planes,
ingenieras de la cocina, cantautoras de canciones de cuna.
Cuando
las cabezas de las mujeres se juntan alrededor de "un fuego",
nacen fuerzas, crecen magias, arden brasas, que gozan, festejan, curan,
recomponen, inventan, crean, unen, desunen, entierran, dan vida, rezongan,
se conduelen.
Ese fuego
puede ser la mesa de un bar, las idas para afuera en vacaciones, el
patio de un colegio, el galpón donde jugábamos en la infancia,
el living de una casa, el corredor de una facultad, un mate en el parque,
la señal de alarma de que alguna nos necesita o ese tesoro incalculable
que son las quedadas a dormir en la casa de las otras.
Las de
adolescentes después de un baile, o para preparar un examen,
o para cerrar una noche de cine. Las de "veníte el sábado"
porque no hay nada mejor que hacer en el mundo que escuchar música,
y hablar, hablar y hablar hasta cansarse. Las de adultas, a veces para
asilar en nuestras almas a una con desesperanza en los ojos, y entonces
nos desdoblamos en abrazos, en mimos, en palabras, para recordarle que
siempre hay un mañana. A veces para compartir, departir, construir,
sin excusas, solo por las meras ganas.
El futuro
en un tiempo no existía. Cualquiera mayor de 25 era de una vejez
no imaginada...y sin embargo...detrás de cada una de nosotras,
nuestros ojos.
Cambiamos.
Crecimos. Nos dolimos. Parimos hijos. Enterramos muertos. Amamos. Fuimos
y somos amadas. Dejamos y nos dejaron. Nos enojamos para toda la vida,
para descubrir que toda la vida es mucho y no valía la pena.
Cuidamos y en el mejor de los casos nos dejamos cuidar.
Nos casamos,
nos juntamos, nos divorciamos. O no.
Creímos
morirnos muchas veces, y encontramos en algún lugar la fuerza
de seguir. Bailamos con un hombre, pero la danza más lograda
la hicimos para nuestros hijos al enseñarles a caminar.
Pasamos
noches en blanco, noches en negro, noches en rojo, noches de luz y de
sombras. Noches de miles de estrellas y noches desangeladas. Hicimos
el amor, y cuando correspondió, también la guerra. Nos
entregamos. Nos protegimos. Fuimos heridas e inevitablemente, herimos.
Entonces...los
cuerpos dieron cuenta de esas lides, pero todas mantuvimos intacta la
mirada. La que nos define, la que nos hace saber que ahí estamos,
que seguimos estando y nunca dejamos de estar.
Porque
juntas construimos nuestros propios cimientos, en tiempos donde nuestro
edificio recién se empezaba a erigir.
Somos
más sabias, más hermosas, más completas, más
plenas, más dulces, más risueñas y por suerte,
de alguna manera, más salvajes.
Y en
aquel tiempo también lo éramos, sólo que no lo
sabíamos. Hoy somos todas espejos de las unas, y al vernos reflejadas
en esta danza cotidiana, me emociono.
Porque
cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor "del fuego"
que deciden avivar con su presencia, hay fiesta, hay aquelarre, misterio,
tormenta, centellas y armonía. Como siempre. Como nunca. Como
toda la vida.
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