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DE MARZO
OLGA
OROZCO - HORACIO BUTLER
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OLGA
OROZCO
Producción
periodística Villa Crespo Digital
16
de marzo del 2018
1920
Nace
en Toay, provincia de La Pampa, la notable escritora Olga Orozco.
Es considera uno de los valores sobresalientes de la denominada Generación
del '40. Su poesía es dramática y de tono surrealista.
Obtuvo el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía
y el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes.
Su
voz poética -original, lírica, esotérica- fue haciéndose conocida
y adquiriendo prestigio en la escena literaria argentina de la década
de 1940 hasta llegar a ser una de las plumas más importantes de la
poesía latinoamericana. Entre sus poemarios se destacan “Los juegos
peligrosos”, “La noche a la deriva”, “Con esta boca, en este mundo”,
“Cantos a Berenice” y sus libros de relatos “La oscuridad es otro
sol” y “También la luz es un abismo”.
Falleció
el 15 de agosto de 1999 en Buenos Aires.
POEMARIO
DE OLGA OROZCO
POEMARIO
DE OLGA OROZCO
LA CASA
Temible y
aguardada como la muerte misma
se levanta la casa.
No será necesario que llamemos con todas nuestras lágrimas.
Nada. Ni el sueño, ni siquiera la lámpara.
Porque día tras día
aquellos que vivieron en nosotros un llanto contenido hasta palidecer
han partido,
y su leve ademán ha despertado una edad sepultada,
todo el amor de las antiguas cosas a las que acaso dimos, sin saberlo,
la duración exacta de la vida.
Ellos nos llaman hoy desde su amante sombra,
reclinados en las altas ventanas
como en un despertar que sólo aguarda la señal convenida
para restituir cada mirada a su propio destino;
y a través de las ramas soñolientas el primer huésped
de la memoria nos saluda:
el pájaro del amanecer que entreabre con su canto las lentísimas
puertas
como a un arco del aire por el que penetramos a un clima diferente.
Ven. Vamos a recobrar ese paciente imperio de la dicha
lo mismo que aun disperso jardín que el viento recupera.
Contemplemos aún los claros aposentos,
las pálidas guirnaldas que mecieron una noche estival,
las aéreas cortinas girando todavía en el halo de la
luz como mariposas en la lejanía,
nuestra imagen fugaz
detenida por siempre en los espejos de implacable destierro,
las flores que murieron por sí solas para rememorar el fulgor
inmortal de la melancolía,
y también las estatuas que despertó, sin duda a nuestro
paso,
ese rumor tan dulce de la hierba;
y perfumes, colores y sonidos en que reconocemos un instante del mundo;
y allá, tan sólo el viento sedoso y envolvente
de un día sin vivir que abandonamos, dormidos sobre el aire.
Nadie pudo ver nunca la incesante morada
donde todo repite nuestros nombres más allá de la tierra.
Mas nosotros sabemos que ella existe, como nosotros mismos,
por el sólo deseo de volver a vivir, entre el afán del
polvo y la tristeza,
aquello que quisimos.
Nosotros lo sabemos porque a través del resplandor nocturno
el porvenir se alzó como una nube del último recinto,
el último, el vedado,
con nuestra sombra eterna entre la sombra.
Acaso lo sabían ya nuestros corazones.
EL PRÓDIGO
Aquí
hay un tibio lecho de perdón y condenas
—injurias del amor—
para la insomne rebeldía del Pródigo.
Sí. Otra vez como antaño alguien se sobrecoge cuando
la soledad asciende con un canto radiante por los muros,
y el aliento remoto de lo desconocido le recorre la piel lo mismo
que la cresta de una ola salvaje.
“Levántate. Es la hora en que serás eterno.”
Y otra vez como antaño alguien corta sin lágrimas unas
ajadas cintas que lo ataban al cuadro familiar,
y sepulta una llave bajo el ácido musgo del olvido.
Detrás queda una casa en donde su memoria será sombra
y relámpago.
Él probará otros frutos más amargos que el llanto
de la madre,
arderá en otras fiebres cuyas cóleras ciegas aniquilen
la maldición del padre,
despertará entre harapos más brillantes que el codicioso
imperio del hermano.
¿Hay algún sitio aún donde la libertad levante
para él su desafío?
Allí está su respuesta: una furiosa ley sin paz y sin
amparo.
Pero noche tras noche,
mientras la sed, el hambre y el deseo dormitan junto al fuego como
errantes mendigos que soñaran una fábula espléndida,
otras escenas vuelven tras el cristal brumoso de su llanto
y un solo rostro surge desde el fondo de los gastados rostros
lo mismo que el monarca a través de la herrumbre de las viejas
monedas.
Es el antiguo amor.
El elegido ahora cuando el Pródigo torna a rescatar la llave
de la casa.
Ha pagado su precio con el mismo sudario de un gran sueño.
¡Oh redes, duras redes que intentáis contener el viento
de setiembre:
permitidle pasar!
No vino por perdón: no le obliguéis a expiar con el
orgullo.
No vino por condena: no le obliguéis a amar con indulgencia.
Otra vez como antaño sólo vino con un ramo de ofrendas
a cambio de otros dones.
No haya más juez que tú,
Dios
implacable y justo.
OLGA OROZCO
Yo, Olga Orozco,
desde tu corazón digo a todos que muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre
alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en
el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros
las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
aún labra la desdicha en el rostro de aquello que se buscaba
en mí igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como el rayo,
no en el túmulo incierto donde alzo todavía la voz ronca
y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte n tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura
que los cambiantes sueños,
allá, donde escribimos la sentencia:
“Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y
por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento”.
REMO CONTRA
LA NOCHE
a
V.E.L
Apaga
ya la luz de ese cuchillo, madrastra de las sombras.
No necesito luces para mirar en el abismo de mi sangre,
en el naufragio de mi raza.
Apágala, te digo;
apágala contra tu propia cara con este soplo frío con
que vuela mi madre.
Y tú, criatura ciega, no dejes escapar la soga que nos lleva.
Yo
remonto la noche junto a ti.
Voy remando contigo desde tu nacimiento
con un fardo de espinas y esta campana inútil en las manos.
Están
sordos allá.
Ninguna pluma de ángel,
ningún fulgor del cielo hemos logrado con tantas
(migraciones arrancadas al alma)
Nada
más que este viaje en la tormenta
a favor de unas horas inmóviles en ti, usurera del alba;
nada más que este insomnio en la corriente,
por un puñado de ascuas,
por un par de arrasados corazones,
por un jirón de piel entre tus dientes fríos.
Pequeño,
tú vuelves a nacer.
Debes seguir creciendo mientras corre hacia atrás la borra
de estos años,
y yo escarbo la lumbre en el tapiz
donde algún paso tuyo fue marcado por un carbón aciago,
y arranco las raíces que te cubren los pies.
Hay
tanta sombra aquí por tan escasos días,
tantas caras borradas por los harapos de la dicha
para verte mejor,
tantos trotes de lluvias y alimañas en la rampa del sueño
para oírte mejor,
tantos carros de ruinas que ruedan con el trueno
para moler mejor tus huesos y los míos,
para precipitar la bolsa de guijarros en el despeñadero de
la bruma
y ponernos a hervir,
lo mismo que en los cuentos de la vieja hechicera.
Pequeño,
no mires hacia atrás: son fantasmas del cielo.
No cortes esa flor: es el rescoldo vivo del infierno.
No toques esas aguas: son tan sólo la sed que se condensa en
lágrimas y en duelo.
No pises esa piedra que te hiere con la menuda sal de todos estos
años.
No pruebes ese pan porque tiene el sabor de la memoria y es áspero
y amargo.
No gires con la ronda en el portal de las apariciones,
no huyas con la luz, no digas que no estás.
Ella
trae una aguja y un puñal,
tejedora de escarchas.
Te anuda para bordar la duración o te arrebata al filo de un
relámpago.
Se esconde en una nuez,
se disfraza de lámpara que cae en el desván o de puerta
que se abre en el estanque.
Corroe cada edad,
convierte los espejos en un nido de agujeros,
con los dientes veloces para la mordedura como un escalofrío,
como el anuncio de tu porvenir en este día que detiene el pasado.
Señora,
el que buscas no está.
Salió hace mucho tiempo de cara a la avaricia de la luz,
y esa espalda obstinada de pródigo sin padres para el regreso
y el perdón,
y
esos pies indefensos con que echaba a rodar las últimas monedas.
¿A quién llamas, ladrona de miserias?
El ronquido que escuchas es tan sólo el del trueno perdido
en el jardín
y esa respiración es el jadeo de algún pobre animal
que escarba la salida.
No hay ninguna migaja para ti, roedora de arenas,
Este frío no es tuyo.
Es un frío sin nadie que se dejó olvidado no sé
quién.
Criatura,
esta es sólo una historia de brujas y de lobos,
estampas arrancadas al insomnio de remotas abuelas.
Y ahora, ¿adónde vas con esta soga inmóvil que
nos lleva?
¿Adónde voy en esta barca sola contra el revés
del cielo?
¿Quién me arroja desde mi corazón como una piedra
ciega contra oleajes de piedra
y abre unas roncas alas que restallan igual que una bandera?
Silencio. Está pasando la nieve de otro cuento entre tus dedos.
HORACIO BUTLER
1983
Fallece
en Buenos Aires el notable pintor, escenógrafo y proyectista de tapices
Horacio Butler, considerado uno de los más importantes maestros
del arte argentino contemporáneo. Característico de su obra son sus
paisajes del Tigre y sus personajes con aire del 900. Realizó el cartón
de un gran tapiz para la iglesia de San Francisco, en Buenos Aires.
Su estilo puede calificarse de postcubista. Nació en Buenos Aires
el 28 de agosto de 1897.
Caracteres:
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