IRUYA – SALTA
ZONA MUY ALEJADA DE LA RIQUEZA Y LA TECNOLOGÍA
Producción
de Villa Crespo Digital
24
de octubre del 2011
Argentina
tiene una de las principales economías latinoamericanas,
pero en este enorme país aún quedan zonas que están
muy lejos de la riqueza y la tecnología que disfruta la capital.
En
la televisión argentina se transmite un aviso comercial de
un banco que envía una unidad móvil al remoto pueblo
de Iruya en la provincia noroccidental de Salta.
Llegar allá no es fácil. El recorrido final de dos
horas y media es a través de carreteras sin pavimento que
serpentean por las montañas, a más de 4.000 metros
sobre el nivel del mar.
Iruya
es un encantador y floreciente pueblecito llenos de hostales y restaurantes
pintorescos que atraen a turistas argentinos y de los países
vecinos. El propósito de la publicidad es mostrar que el
banco se preocupa, incluso, por la comunidades más remotas
del país.
Argentina está dominada por su capital, Buenos Aires. Más
de la mitad de los 40 millones habitantes del país viven
en la ciudad o en la provincia de Buenos Aires que la rodea.
Gran
parte el resto del país, que ocupa el octavo puesto entre
los países de mayor superficie del mundo, está escasamente
poblada.
Una
queja común, como lo ha sido desde los 200 años de
la existencia de la Republica Argentina, es que a Buenos Aires no
le importa el resto del país, que demasiada atención
e inversión se concentra en la capital.
Incluso
el gran imperio inca llegó tarde a la conquista de este territorio,
muchas veces olvidado, de lo que ahora es el noroccidente de Argentina.
Hay pocas evidencias del dominio inca, aunque sí hay pruebas
de que alcanzaron el pico de Llullaillaco, la montaña más
alta en la región.
En
1999 un grupo de arqueólogos encontró los cadáveres
bien preservados de tres jóvenes que fueron llevados a la
cima de la montaña como parte de un ritual de sacrificio
a los dioses. A los escogidos se le dio una bebida alcohólica
para que se durmieran y fueron abandonados para morir.
Sacrificios
Las dos muchachas y el joven fueron encontrados con joyas y posesiones
personales. Sus restos están en exhibición en el Museo
de Arqueología de Alta Montaña en la ciudad de Salta.
Allí
se explica que ser sacrificado era considerado un honor sólo
reservado para los más saludables y atractivos niños
a quienes se les proporcionaba una dieta nutritiva antes de iniciar
la caminata, probablemente desde la capital inca, Cuzco, hasta su
muerte.
En
ese entonces, al igual que ahora, la región quedaba muy lejos
del centro de poder.
Lo que noté a medida que me dirigía hacia el norte,
lejos del bullicio de Buenos Aires, es que los billetes que veía
a mi paso eran cada vez más sucios, arrugados e ilegibles.
Billetes que normalmente serían vistos con desdén
en la capital, donde incluso podrían no ser aceptados como
forma de pago legal, son intercambiados libremente y sin comentarios
en las ciudades de Salta y Jujuy.
Incluso
las noticias en la televisión nacional sobre el crimen y
la congestión del tráfico en Buenos Aires, a más
de 1.000 kilómetros de distancia, no tienen importancia para
los habitantes de estas remotas comunidades.
Más
allá de Iruya hay un camino polvoriento que lleva a la aldea
de San Isidro donde la electricidad llegó apenas hace un
año y medio.
Sin
red eléctrica
Luego de San Isidro hay un sendero montañoso estrecho. Es
una caminata de cuatro horas hasta la siguiente aldea, San Juan,
que tiene una población de unos 60 habitantes.
La
mayor parte de San Juan no dispone de electricidad. San Juan no
es un pueblo o un aldea, sino más bien unos caseríos
dispersos de construcciones de baharaque y piedra, cada una rodeada
de tierra seca arada en las faldas de las montañas.
Hay
una iglesia blanca pequeña y compacta, y el único
otro edificio es una escuela rectangular con paneles solares en
la que cada mañana se iza la bandera argentina.
No hay red eléctrica aquí. No existen carreteras,
sólo senderos inclinados llenos de piedras que crujen bajo
las pisadas.
El
silencio reinante sólo es interrumpido por los sonidos emitidos
por perros, burros, cabras, pollos y pájaros.
El
cielo es azul profundo, los contornos de las montañas afilados.
Como la mayor parte de San Juan no tiene electricidad, cuando el
sol cae reina la oscuridad, sólo traspasada por el ocasional
titileo de una vela. Para las 8:30 de la noche, el cielo es un manto
de estrellas y manchas de color blanco lechoso.
Sus
habitantes crían cabras y siembran zanahorias, alfalfa y
varios tipos de papa. Sin embargo, no pueden vender sus productos
en los mercados locales, ya que el lugar es demasiado remoto, las
carreteras escasas y malamente comunicadas entre sí para
el traslado. Así que recolectan lo que necesitan para su
propio consumo y utilizan un sistema de trueque para el excedente.
Parece
idílico, pero nuestro guía, Evaristo, quien lleva
el único hostal en la comunidad, me dijo que muchos se han
ido buscando una vida más fácil en las ciudades.
Como tiene huéspedes que pagan, tuvo que instalar un baño.
Sin embargo, la única forma de llevar el lavamanos, la poceta
y los tubos a San Juan fue en burro.
Evaristo fue a comprarnos una botella de agua a la casa de un pariente
para el camino de regreso a Iruya.
Me
entrega mi cambio, un billete de dos pesos, el más sucio
y en peor estado de los que me he encontrado, con el rostro del
héroe nacional Bartolomé Mitre apenas reconocible.
Aun así, se trata de un billete legal. Simbólico,
quizás, de lo lejos que está San Juan, en tantas formas,
de Buenos Aires.
FUENTE: BBC de Londres.
Caracteres:
5568