BOLETÍN
INFORMATIVO Nº 692
|
Por Correpi especial para Villa Crespo Digital
13 de
septiembre del 2013
Del 2
de junio del 2013
Sumario:
1.
Vivitos y coleando. Discursos y realidad.
2.
Violación y trata: un hábito policial.
3.
Otra vez, la absolución de la tortura.
4.
Represión en Suecia: el placebo capitalista.
5.
Polichorros correntinos.
Vivitos
y coleando. Discursos y realidad
El 21
de mayo, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner inauguró
el nuevo edificio de la biblioteca del Colegio Nacional de La Plata,
y aprovechó para dar un discurso atravesado por el énfasis
para defender la política económica de su gobierno. Pero
también aprovecho para decir: "Hoy, afortunadamente, nadie
puede desaparecer de ningún lado; al contrario, estamos todos
vivitos y coleando, diciendo lo que pensamos, cantando nuestras consignas,
aceptando hasta la injuria, el insulto, el agravio, la descalificación
de los que dicen que nos tienen miedo."
No pueden
decir lo mismo las 210 personas que están desaparecidas en este
país por las fuerzas de seguridad del Estado desde 1983, 78 de
ellas bajo el gobierno de los Kirchner, incluyendo los casos más
conocidos, como Julio López o Luciano Arruga. La presidenta quiere
hacernos creer que la palabra "desaparecido" corresponde a
un pasado lejano, que tuvo un punto final el día de la restauración
democrática.
Sin embargo,
la modalidad de detener, torturar y desaparecer personas nunca fue dejada
de lado por las fuerzas de seguridad. Aun sin centros clandestinos de
detención o aviones para tirar cuerpos al mar, el estado, a través
de los sucesivos gobiernos, sigue desapareciendo personas, que fueron
vistas por última vez en el momento de su detención o
en una comisaría, y cuyos cuerpos nunca aparecen, o, tiempo después,
son encontrados en un río cercano o un baldío, cuando
no los entierran como NN o los dejan cerca de las vías del tren
para simular un accidente.
En un
anterior discurso, el 15 de mayo, en la localidad bonaerense de Ituzaingó,
Cristina Fernández también dijo "No va a haber buena
Policía si no hay buena Justicia. No va a haber seguridad si
no hay buena Justicia." Lo cierto es que no se trata de "buenos
y malos", sino del rol que cumplen las fuerzas de seguridad en
nuestra sociedad. Su rol es llevar adelante la tarea represiva contra
la parte de la población que debe ser disciplinada.
¿Hubo
algún momento de nuestra historia en el que no haya sido así,
en el que la policía o el uniforme de turno no se dedicaran a
reprimir? ¿Existe algún país capitalista donde
la policía no reprima? Tenemos que coincidir en algo con la presidenta:
es verdad, la justicia y la policía forman parte del mismo aparato
y uno sin el otro no pueden existir, porque es la justicia quien avala
el accionar represivo, como lo hace cada vez que encarcela a luchadores
sociales y cada vez que absuelve a un policía que fusiló
a un pibe, como pudimos verlo una vez más el viernes 17 en el
Tribunal 3 de Lomas de Zamora, cuando el policía federal Maximiliano
Ledezma fue absuelto a pesar de haber fusilado por la espalda a Walter
Robles y Leandro Pérez. Pueden tomar una y mil medidas para "democratizar"
la justicia, pero los jueces pasan y las leyes contra los que menos
tienen y los que luchan, se mantienen.
Para terminar,
en el festejo por los 10 años de gobierno kirchnerista, la presidenta
volvió a decir: "…somos un gobierno que también
nos hemos hecho cargo del costo político que muchas significa
no reprimir a un solo argentino porque corta una calle o porque piensa
distinto. (…) Yo no voy a ser una presidenta que le de palos a
nadie, eso se los puedo asegurar…".
La realidad,
una vez más, nos indica lo contrario. Este gobierno, como los
anteriores, ha reprimido la protesta social innumerables veces. Muestra
de esto son los 21 asesinados en manifestaciones desde 2003, ya sea
a través de las fuerzas represivas oficiales como la policía
o la gendarmería o tercerizando la represión a través
de patotas que se encargan de reprimir sin que esto conlleve un costo
político significativo para el gobierno.
Diez años,
cientos de discursos y una realidad: 2.224 casos de gatillo fácil
entre mayo de 2003 y noviembre de 2012; 21 asesinados por luchar, 78
desaparecidos, más de 100 presos políticos y 4.000 procesados
por luchar. Los gobiernos pueden cambiar (o no), pero la forma de hacerle
frente a la represión sigue siendo la misma: ¡ORGANIZACIÓN
Y LUCHA!.
Violación
y trata: un hábito policial
Entre
2009 y 2011, dos hermanas de 13 y 16 años, fueron sistemáticamente
violadas y forzadas a prostituirse por la división de Montada
de la policía federal. En ese lapso, la menor de las chicas tuvo
dos bebés. Uno de los policías llegó a reconocer
su paternidad, claro que "por solidaridad", según dijo,
sin admitir la violación.
Las dos
nenas se encontraban en "situación de calle" -eufemismo
que refiere a la situación de tener que meter la mano en la mierda
o en tachos de basura buscando que comer, de estar a tiro de los esbirros,
etc.- cuestión por la que resulta fácil odiar al "género
humano", mucho más a los verdugos directos. En este caso,
los verdugos se calculan entre 130 y 200, aunque sólo 10 se encuentran
formalmente imputados en la causa penal y fueron indagados después
que no prosperó la maniobra de archivo intentada por el primer
fiscal, César Augusto Troncoso, en virtud de tratarse, curiosamente
y según éste, de "cuestiones sociales".
Algunos
de los imputados son el sargento Sebastián Borfitz, el cabo primero
Héctor Diego Palavecino, los cabos Fermín Olmedo, Héctor
Taborda Sotelo y los agentes Héctor Daniel Martínez, Mauricio
Sebastián Acevedo, Gustavo Raimundo Salinas y Miguel Ángel
Campero. Al momento de producirse la separación de la fuerza,
el 14 de marzo pasado, la mayoría de ellos había sido
cambiado de destino. Sólo Palavecino y Olmedo permanecían
en la policía Montada, mientras que Borfitz estaba en la comisaría
50ª, Taborda Sotelo en Tránsito, Martínez en la 5ª,
Acevedo en el GEOF, Salinas en la Guardia de Infantería y Campero
en la Subdelegación Salvador Mazza de Jujuy.
Una de
las chicas declaró "nos llevaban a estaciones, dependencias
públicas y pensiones donde vivían algunos acusados. Dibujé
esos lugares en croquis por pedido de los investigadores. Nos gritaban
y amenazaban que si le contábamos a alguien nos iban a meter
en un auto y nos iban a tirar muertas por ahí". Les pagaban
entre 15 y 40 pesos a cambio de sexo. "A veces teníamos
sexo con muchos. Llegué a contar más de 12. También
nos golpeaban." Con el tiempo, los uniformados fueron estableciendo
una red de trata, a través de la cual, iban "pasándose
el contacto" de las chicas entre los diferentes cuerpos policiales.
Las hermanas
cuentan que no eran las únicas, que se hacía lo mismo
con muchas otras chicas que no recuerdan o no podrían reconocer,
ya que se encontraban en igual situación que ellas. En más
de una oportunidad fueron encerradas durante dos o tres días,
donde varios policías abusaban de ellas, inclusive al mismo tiempo.
La privación ilegítima y la violación en grupo
fueron la bandera de esta red que impulsaron estos servidores de la
ley, estos hijos del estado. Para colmo de males, las hermanas se encuentran
custodiadas por la Gendarmería Nacional, como si esto garantizara
la seguridad de alguien.
La historia
es siempre la misma: con el uniforme calzado y el fierro brillando al
sol, la policía legitima a diario su absoluta impunidad como
fuerza de acción directa del estado. Una vez más y para
quien lo quiera ver, surge a la vista de todos, que los verdugos de
azul son protagonistas en el armado de redes de trata y casos de violación,
y no casualmente el blanco se encuentra entre clases populares.
Apelan
a la invisibilidad, y creen encontrarla en la impunidad con que se perpetúan
estos hechos: siempre encuentran sosiego en la complicidad establecida
entre el lavado de manos del estado y el amparo desinformativo que aseguran
los medios. Lo más preocupante es que pretenden que tales situaciones
se naturalicen cada vez más. Pero acá hay ojos que no
corren la vista y que no van a permitir un pestañeo. No le decimos
que no a la realidad, la repudiamos y la denunciamos.
Ante la
ignominia del estado, la única víctima es nuestro pueblo,
y es frente a ello que sólo hay una sola respuesta: resistir
y organizarnos para defender nuestra dignidad y salir a luchar por nuestros
derechos.
¡Ladren
lo que ladren los demás, a no quedarse dormidos!
Otra
vez, la absolución de la tortura
El Tribunal
Oral en lo Criminal 4 de La Matanza absolvió nuevamente a los
cuatro policías de la comisaría 2ª de La Matanza
responsables por la muerte de Gastón Duffau, de 33 años,
en 2008. Gastón fue detenido en un local de McDonald's de Ramos
Mejía, a raíz de una pelea que comenzó con un cliente
y siguió con el guardia de seguridad. Lo que ocurrió en
el traslado del local de comidas a la comisaría y posteriormente
al hospital lo cuenta el cuerpo sin vida de Gastón, que fue subido
con vida a la caja de la camioneta policial, con doble precinto en las
manos y un cinturón en los pies, y llegó a la guardia
del hospital con 91 excoriaciones infligidas por un objeto semejante
a un bastón, 5 costillas rotas, la 2ª vértebra cervical
fracturada y señales de asfixia.
Queda
claro, con semejante informe forense, que fue apaleado y sometido otros
tormentos, como la dificultación de la respiración, durante
el traslado, ya que no pudo sufrir esas lesiones en la pelea previa
en el local de comidas.
No es
un dato menor que la víctima era el hijo –aunque aparentemente
distanciado- del comisario mayor retirado de la bonaerense Carlos Alberto
Duffau, que supo, cuando estaba en funciones, hacerse conocido en San
Martín y La Matanza por las razzias que dirigía y los
cortes de ruta que reprimió. Esa relación familiar, así
como su parentesco con el abogado querellante, Dr. Gustavo Romano Duffau,
explica en parte que este caso tuviera una trascendencia mediática
que rara vez logran los centenares de casos semejantes que ocurren y
se juzgan –o no- en todo el país.
Un primer
juicio, en 2009, ya había absuelto a los cinco policías.
Este nuevo juicio fue ordenado por el tribunal de Casación penal,
que admitió la falta de fundamentos de la sentencia y la incorrecta
valoración de la prueba. Ahora, se repite el mismo resultado,
con un fallo no muy distinto a los que vemos a diario, corroborando
que la absolución de los torturadores es tan sistemática
como la aplicación de tormentos policiales.
Esta es
la naturaleza de la función judicial: invisibilizar la represión,
prometer justicia con aparente imparcialidad y garantizar la impunidad,
incluso cuando le toque al hijo de un comisario mayor.
Represión
en Suecia: el placebo capitalista
Llega
la noticia desde un sitio inesperado para muchos. La policía
mató a un viejo inmigrante con problemas psíquicos, lo
fusiló en su propia casa ubicada en las afueras de Estocolmo,
Suecia. Los pobres del lugar se expresaron con la lucha callejera: quema
de autos, enfrentamientos con los asesinos uniformados, toma de lugares
públicos. La pueblada se generalizó, y a los primeros
inmigrantes se fueron sumando los otros pobres del lugar. La policía,
al grito de "monos, ratas" generalizó la represión
con el aval de los gobernantes.
Pero el conflicto, lejos de ser un episodio aislado, puso en evidencia
la real situación de la economía capitalista sueca: la
que registra el mayor crecimiento de la desigualdad en las economías
desarrolladas, con el abandono estatal, el racismo y una desocupación
juvenil que ronda el 20%.
Si había
una economía en la que los negadores de la lucha de clases solían
correr por izquierda a quienes la postulamos, esa era la sueca. "Sin
corrupción, con presencia asistencial del estado, ordenada y
sin protestas", Suecia era algo así como el ejemplo de un
"capitalismo humanizado" o "socialismo moderado",
ese engendro muy preciado por el capitalismo a secas, útil para
desbaratar todo clamor revolucionario en el resto del mundo.
"Estado
de bienestar con propiedad privada y todo" solían regodearse
los socialdemócratas que gobernaron al país de 1982 a
1991 y de 1994 a 2006. La mundialización del capital no era ajena
y entonces, los gobiernos y el aparato estatal adaptaron sus mecanismos
y compromisos a las necesidades de aquél. El resultado está
a la vista: abandono y desocupación, racismo y represión.
Los interesados
directos en que cunda la enfermedad capitalista suelen recurrir al efecto
placebo, ese resultado aparentemente positivo obtenido con medicación
falsa y en absoluto desconocimiento del paciente. Pero los pobres de
Suecia ya saben, y se niegan a seguir con la ingesta. Por eso la policía
dispara balas y más balas en las calles oscuras y neblinosas
de las barriadas de Estocolmo.
Los pobres
de Suecia, frente a la policía, bajo ese cielo permanentemente
cubierto de nubes que, sin embargo, no puede ocultar al sol que siempre
está. Como la lucha de clases, que aunque no se vea, siempre
está.
Polichorros
correntinos
A cada
rato escuchamos a los defensores de la saturación policial argumentando
que la presencia uniformada en los barrios es una garantía contra
el pillaje de inadaptados que roban cualquier cosa para sostener sus
vicios. Se publican noticias en los diarios sobre todo tipo de robos
"berretas", como placas de bronce, trozos de monumentos, cables
de luz y similares, cosa de fundamentar la necesidad de que veamos cada
vez más uniformes en las calles para "cuidar lo que es de
todos".
En la
madrugada correntina, en un predio sobre la Ruta Nacional Nº 12,
dos de estos ladronzuelos de chatarra fueron pescados in fragranti por
efectivos de la comisaría 9ª, que hacía rato venían
recibiendo denuncias de que faltaban herramientas y materiales en la
Escuela Regional de Agricultura, Ganadería e Industrias Afines.
Por eso, cuando recibieron la llamada al 911 de una vecina que vio dos
hombres sacando chapas y tirantes de la escuela, fueron corriendo y
detuvieron a los ladrones con las manos en la masa, o, mejor dicho,
las chapas.
Claro
que cuando los identificaron se llevaron una sorpresa: el que dirigía
la cosa era el sargento primero Benítez, de la comisaría
16ª. El policía trató de inventar alguna excusa,
pero no pudo convencer a sus colegas de que pasaba por ahí.
Una vez más la realidad tumba los discursos falaces: inseguridad,
es la policía en la calle (o en las escuelas rurales).
FUENTE:
CORREPI
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