MEDIOS DE COMUNICACIÓN
HE VISTO MORIR
ROBERTO ARLT
Por
Roberto Arlt en Aguafuertes porteñas
Producción
de Villa Crespo Digital
26
de febrero del 2014
Las
5 menos 3 minutos. Rostros afanasos tras de las rejas. Cinco menos
2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que
se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras
que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de
Culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.
La
letanía.
Espacio
de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como
silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas
cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un
ring. El ring de la muerte. Un oficial.
...de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando...
ley número...
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza.
Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles
y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es
Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída
hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente
rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto
de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules
de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren
lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los
labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la
muerte.
Artículo
número...ley de estado de sitio... superior tribunal... visto...
pásese al superior tribunal... de guerra, tropa y suboficiales...
Di
Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la
fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
...estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo Patrón,
vocales... tenientes coroneles... bando... dése copia...
fija número...
Di
giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención,
parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones
son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente
a la propiedad de los términos con que está redactada
la sentencia.
...Dése
vista al ministro de Guerra... sea fusilado... firmado, secretario...
Habla
el Reo.
-Quisiera
pedirle perdón al teniente defensor...
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra
de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja
de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen.
¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda
y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos
abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el
fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece
así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho,
para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di
Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere
vendar al condenado. Éste grita:
-Venda
no.
Mira
tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un
secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se
ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse
unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar.
Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas
de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón,
firme. Apunten.
La
voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva
la anarquía!
-¡Fuego!
Resplandor
subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada
lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae
de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia.
Muerto.
Las
balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo.
El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos.
Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del
grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica
que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac
y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece
que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo
cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que
se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez
de Última hora, Enrique González Tuñón,
de Crítica y Gómez, de el Mundo. Yo estoy como borracho.
Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la
penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.