LA
CONSPIRACIÓN DE LOS IGUALES
Por
Juan Carlos Cena * especial para Villa Crespo Digital
27
de mayo del 2015
El
29 de mayo de 1969 se produce el Cordobazo, un hecho de masas
que cambió la historia…
LA
CONSPIRACIÓN DE LOS IGUALES
El
cuento que presentamos se trata de un hecho real, que está
ficcionado por el autor.
Es uno de sus últimos viajes, que realiza el Gringo Tosco,
a la Capital Federal, en medio de las persecuciones de esos
tiempos, los trabajadores se unieron para hacer realidad un
principio de la clase obrera: unidad y acción.
El Gringo llegó de la mano de lucifuercistas y ferroviarios
que conspiraron y combinaron una forma de burlar a los perseguidores.
El nombre de la Conspiración de los iguales tiene un
antecedente: la lucha de los obreros franceses.
El cuento es un recorrido desde adentro, entre avatares, señas,
tiempo, conciencia y valentía de un conjunto de compañeros
que merecen este reconocimiento.
En definitiva es un relato desde el Terraplén o desde
el Subsuelo de la Patria…
LA
CONSPIRACIÓN DE LOS IGUALES
A
los compañeros que participaron de estos hechos a 41
años del Cordobazo.
El
represor, desencajado, grita, gesticula y no entiende.
-¡¿Cómo que no está?! ¡¿Cómo
que no lo escuchan?! ¡Peinen Córdoba! ¡Rastrillen,
rastrillen!
-Ya lo hicimos Comisario, no hay rastros.
-¿Sólo la ciudad? ¡No, carajo! La provincia,
todo el territorio. Yo sé que está aquí,
lo siento, lo huelo...
-Rastrillamos desde Ojo de Agua, Tulumba, Deán Funes,
Quilino, la zona de Ascochinga, las sierras y tras las sierras,
al sur, por sus pagos: Coronel Moldes y pueblos vecinos, los
barrios y nada, ni rastros.
-Continúen, ¡todos a buscarlos, todos! --grita
el Comisario.
-Están todos, hasta los que tenían parte de enfermo,
todos salieron a buscarlo. Sólo encuentran silencio.
-¡Pero, carajo! ¿Y sus compañeros, qué
dicen, qué comentan?, ¡Qué me vienen con
el silencio, alguien, alguno debe decir algo!
-Nada. Silencio. Nadie pronuncia su nombre, como si lo hubieran
olvidado, guardado. Sólo se miran entre sí, eso,
sólo eso, se miran, y nada más...
-¿Olvidado, guardado...? ¡Por favor! ¿Entonces,
qué dicen las miradas? --reclama el Comisario fuera de
sí.
-No sabemos, señor, no entendemos esa manera de mirar,
no es fácil; miran de costado, de soslayo y así,
nunca derecho.
-¡Síganlas carajo! -bramaba lleno de babas el Comisario-
Es una orden, persigan las miradas, espíen su rumbo,
espíen...
-Señor, perdón, pero cómo lo hacemos. Además,
miran a plena luz y no se puede distinguir si doblan o siguen
rectas, si son cortas o largas, ¿cómo leer el
significado que usted pide? Se espejan con la luz y como si
se disolvieran, no se ven..., se hacen resolanas.
-Persigan las miradas, es una orden. Esas miradas tienen huellas,
recorrido, ¡aprendan carajo! ¡Tienen olor, olor!
-¿...?
-Y en el taller, donde trabajaba, ¿qué dicen,
qué comentan? ¿No hay conversaciones, comentarios,
chismes, ah...?
-Nada, señor comisario, nada, todo es simulación,
nadie dice nada...
-¿Cómo que nada, que disimulo? ¿Y en los
baños, qué? ¿Acaso no hablan? ¿Quién
lo reemplaza, qué dice?
-Es un obrero común, sin antecedentes, ya lo investigamos.
-¿También está callado?
-Sí señor Comisario, está callado, es puro
silencio. Sólo que al final de la jornada, limpia, ordena
y guarda las herramientas que eran del otro.
-¿Cómo? ¿Y eso no les dice nada? ¡Ustedes
no ven! ¿No se dan cuenta que si limpia, ordena y guarda
las herramientas es que lo esperan? ¿Que está
dentro del territorio y que es mentira lo de su enfermedad?
¿No se dan cuenta de que no es esperanza sino certeza
de que Tosco regresará? Sí, certeza es lo que
tienen, certeza de que regresará. ¡Lo esperan!
-Señor, el que limpia, ordena y guarda las herramientas,
según nuestros informantes, dice que hace eso porque
aún las herramientas no son suyas, sino del Gringo, y
que además, que las cuida porque él le enseñó
el oficio, y eso nunca dejará de agradecerlo. Es muy
fuerte, dice este operario, porque nunca se olvida al que te
enseñó el oficio. Así nos dicen otros y
otros obreros..., que es muy fuerte eso de la enseñanza.
-¡Son macanas! ¡Búsquenlo! No jodan con más
boludeces-brama el Comisario García Rey, hombre de confianza
del brigadier Raúl Lacabanne y de López Rega.
En
septiembre del l974 la Triple A asesina al abogado Alfredo Curuchet
,defensor de presos políticos, y al negro Atilio López,
ex secretario general de UTA y ex vicegobernador de Córdoba.
En octubre es allanado el Sindicato de Luz y Fuerza y el juez
ordena la captura del Gringo y otros activistas. Tosco pasa
a la clandestinidad.
Desde entonces, un silencio recorre la ciudad, las sierras,
el norte hosco y el sur, tras las sierras y así todo
el territorio. Es la presa más buscada por las babas
represivas. No hay pausas, a todo tiempo, en cualquier lugar,
requisas, allanamientos, se sigue a la gente, los amigos, la
familia, si compra de más o de menos en el almacén,
vigilado el barrio, el sindicato, los centros vecinales, toda
la jauría suelta, babeante.
El Gringo continúa comunicándose con sus compañeros,
visitándolos, a veces, en sus lugares de trabajo y otras,
dando conferencias de prensa. Aparece y, de repente, luz. Su
salud es delicada, pero debe viajar a Buenos Aires. Partidos
y organizaciones políticas -en especial el PRT, en nombre
de otras agrupaciones guerrilleras ofrecen una tregua, le solicitan
que sea prenda de unidad entre todos los que oponen al golpe
de estado en gestación. Él es el único
escuchado y respetado por todos, ferviente defensor de la unidad.
Decide viajar. No hay consejo que lo detenga, ni la sola insinuación
de su estado de salud: cuando se lo mencionan se cabrea de lo
lindo.
Raúl Lacabanne, el interventor de Córdoba, impuesto
por el gobierno central, presiona en forma permanente a la policía
reclamando su captura. El gobierno sabe que la salud del Gringo
es delicada, aunque no grave. Como medida precautoria, vigilan
farmacias, laboratorios, requisan ambulancias, el control no
decae.
-El Gringo tiene que viajar, hay que sacarlo de Córdoba
--repiten una y otra vez los compañeros que están
con él en todo momento.
-¿Cómo? -es la respuesta afligida. Córdoba
está cerrado en todas sus salidas, carreteras, aeropuertos,
ómnibus, las estaciones del ferrocarril. Pensemos, pensemos...Son
muy pocos, en un principio, los que piensan. Conspiran con cuidado
cada paso a dar, pero falta algo. Siguen pensando y se acuerdan
de los otros, sus iguales, los ferroviarios. Les cuentan la
aflicción, piensan entre todos y resuelven conspirar
juntos. Es una conspiración obrera, de iguales. Y la
imaginación aparece y se asocia a ellos, esta vez en
forma colectiva. La imaginación conspira con los conspirados.
-¡Novedades! -requiere García Rey.
-Ninguna, señor Comisario -es la repuesta unánime.
-¡¿Cómo que ninguna?!
-Dicen nuestros informantes que por los barrios, por las usinas,
en el taller del Villa Revol, en todos lados, Tosco se volvió
invisible, es el comentario más fuerte que se escucha,
así dicen señor Comisario.
Un tipo, ante la pregunta de uno cualquiera '¿dónde
estará el gringo Tosco?', contesta: "Invisible,
¿dónde va a estar?". Sí, es así
no más la cosa, dicen: "porque si el pueblo quiere,
te hace invisible". Desde entonces, se ve a la gente más
tranquila, están alegres, ven pasar una hebra seca de
amor seco montada en una brisa y joden con que ahí va
el Gringo, la soplan y soplan para que remonte y se eleve más
alto, se matan de risa entre resoplido y resoplido.
-¡Cómo mierda se va a volver invisible! ¡Lo
único que falta, que entremos en brujerías y en
creencias del campo, boludeces!
-Lo hicieron invisible, señor, y eso que dijo este tipo
rueda por todos lados.
-¡Atrápenlo! ¡Atrápenlo! -grita el
Comisario corriendo a todos de su despacho.
El
Rayo de Sol está en el andén. La formación
del tren ha entrado reculando, furgones postales y de encomienda,
coches de clase única, de primera, coche comedor, pullman
y los dormitorios al final. Éstos enfrentan la entrada
principal de la Estación del Ferrocarril Mitre. Un gentío
compuesto por pasajeros, mozos de cordel, parientes o amigos
estacionados frente a alguna ventanilla gesticula recomendaciones.
Canillitas, un carro con golosinas ofreciendo los famosos alfajores
cordobeses, personal ferroviario, de azul, vestidos de guarda
y camareros, canas de uniforme y de los otros. Todo es movimiento,
voces en todos los tonos. El Rayo de Sol partirá a las
22 horas.
Es el día elegido por los conspirados, la imaginación
colectiva en acción. Todo se ha gestado en silencio.
Es un silencio con sonido propio, acorazado, lleno de luz y
aromas, fuerza y riel. Tosco está ya en la ciudad, concreto
e inmaterial a la vez.
El reloj marca las 21,50. En eso, todo se oscurece. Un apagón
imprevisto, ¡qué contrariedad! Los gritos, las
exclamaciones, el quejido por el miedo a las tinieblas, y la
inmovilidad que genera. La estación de tren, la terminal
de ómnibus, las calles, los semáforos, todo es
cerrazón. Todo está quieto. Sólo dos pequeñas
linternas alumbran los escalones de entrada a la estación,
como dos diminutas luciérnagas iluminan los pasos del
Gringo Tosco. Dos compañeros van a su lado, como vaqueanos
y custodia. Él se deja orientar, son de su absoluta confianza.
Entran al andén. Dos compañeros se arriman y señalan
el coche dormitorio correspondiente. En las escalerillas el
camarero se hace cargo y los conduce hasta el camarote designado,
quedan dos junto al Gringo, se cierra la puerta. Bajan, esconden
las linternas, vuelve la luz y la exclamación de la gente
y los pestañeos de acostumbramiento.
El auxiliar de la Estación del Ferrocarril Mitre hace
sonar las primeras campanadas, las de las 2l,55. Las que anuncian
que dentro de cinco minutos el tren parte. Todo es ajetreo,
cinco minutos de apagón retrasaron los quehaceres.
El reloj marca las 22 horas. Algunas miradas controlan especialmente
la rotación de las manecillas. Fueron los cinco minutos
más largos de todos los tiempos. Las últimas campanadas
anuncian la partida. El guardatren da salida al Rayo de Sol:
pito y bandera verde. Comienza a estirarse la formación
de coches, se mueve y se va lentamente, llena de rechinamientos
y chirridos de ruedas y riel, y la exhalación de aire
excedente de los frenos, todo se mezcla entre las voces y los
gritos. Unos agitan saludos, otros agitan silencios, el pecho
que revienta, el aire que no alcanza, el convoy se va, se empequeñece
pesadamente guardando un secreto, el farol rojo titilante del
último coche señala la lejanía.
Los conspirados del andén se disuelven entre la gente.
Uno de ellos sube a los altos de la estación, a la oficina
de Control Trenes, empuña el manipulador y transmite
en morse y en clave que el tren de la conspiración ya
partió con esa carga tan preciada.
Estación Ferreyra, la locomotora acelera y el traqueteo
de los rieles se hace música en los oídos de los
pasajeros conspirados. Villa María, se detiene el tren,
es parada por diagrama. No hay requisa. Se van apagando las
luces de los coches, la formación se hace borrosa, y
un misterio particular la envuelve.
El Gringo reposa, dormita, a veces sueña y recuerda lentamente
los rostros de los compañeros, las asambleas al aire
libre, las discusiones con los estudiantes, las agarradas con
Alberti, las opiniones del Flaco Canelles, las conversaciones
con Solari Irigoyen, la solidaridad del doctor Illia, la polémica
franca con Santucho, la ternura hacía Atilio López;
la familia, ¡ah!, la familia: los hijos, las cartas escritas
desde la cárcel a Malvina y al Agustín, cuánto
amor le ponía a cada palabra; los vecinos, tanto tiempo
sin verlos; Trelew, Villa Devoto, la escuela de Artes y Oficios,
las herramientas y el trabajo, piensa cómo le gustaría
sentir la sensación de la lima y también enseñar...
Se duerme y despierta al rato sobresaltado..., piensa en los
riesgos que corren los compañeros que lo acompañan...
Siempre pensando en los otros con ternura, y la ternura que
no cesa, así lo agoten los primeros dolores.
-Está todo bien, Gringo, descansá, todo va a salir
bien.
Pero él sigue pensando en la nueva tarea, no deja de
pensar.
Todos dormitando. Ha pasado un tiempo prolongado. El Gringo
entra en un largo sueño, y se aquieta. Se escucha el
entrecruces de vías, el tren aminora la marcha, más
entrecruces de vías y el tren que se detiene. Dos golpes
de contraseña. El camarero les anuncia:
-Rosario. Uno de ustedes tiene que bajar conmigo.
Recién ahí, en ese momento, se dan cuenta de que
están fuera del territorio cordobés, que las babas
del represor no los salpicará. El aire húmedo
que viene del río les refresca el alma, un mareo emocional
los desequilibra un instante.
Comienzan las maniobras del cambio de locomotora y el relevo
del personal de conducción. Son otros conspirados que
deben resolver algo con el camarero y con los que viajan con
el Gringo, en la punta del andén, fuera del alcance de
las luces y de las miradas.
-Nos detendremos pasando la estación León Suárez
-dicen los compañeros fraternales. Estén preparados,
es una estación urbana no autorizada. Ahí habrá
otra posta de compañeros que recibirá al Gringo.
Ustedes se quedaran en el andén. Tomaran el tren local,
otros compañeros los guiarán.
Otra vez el ruido de los entrecruces. De Rosario a Retiro sin
paradas, piensan los compañeros emocionados, casi sollozando,
mientras auscultan la frente al Gringo.
La pareja de maquinistas que tomaron las posta en Rosario nunca
condujeron un tren tan silenciosos: emoción del último
tramo, responsabilidad de transportar una carga tan preciada.
Qué honor. Temprano, dos golpes convenidos anuncian al
camarero que les alcanza agua caliente, para el mate o té,
bizcochos. Va clareando despacio, Tosco ha dormido sobresaltado,
pero no bien despierta, pregunta:
-¿Dónde estamos?
-Estamos cruzando Campana, provincia de Buenos Aires, todavía
se ven las luces de las refinerías.
-Entonces, ¡los cagamos!
-Así es, falta poco, todo va bien, tal cual lo pensamos.
Pequeño diálogo, luego un silencio emocionado
los penetra. Los ojos de Tosco toman otro brillo. Sonríe,
mirándose el empilche ideado para despistar.
Otra vez dos golpes a la puerta.
-Estamos pasando la estación de León Suárez,
el tren está mermando la marcha, suavemente. Dos estaciones
más y se detiene apenas, estén atentos. Frena
suave el tren, la delegación desciende despacio, los
que esperan en la plataforma de la estación suburbana
se hacen cargo, los otros, se quedan en el andén. El
camarero da salida al tren flameando el banderín rojo,
que no es lo reglamentario, pero sí lo acordado.
Arranca despacio, se va deslizando y la mirada de los conspirados
que quedan en el andén, se posan sobre sus formas como
si fuera una caricia de agradecimiento que recorre hasta el
último coche, que aún porta el encendido farol
rojo titilante, como si fuera un guiño cómplice,
el de la conspiración de los iguales.
II
Como a los tres meses el Gringo regresa a Córdoba. Habla
y habla hasta el agotamiento con todos, todos dicen que sí,
pero nadie concreta la unidad. El golpe militar viene marchando,
afinando los aprontes; se suman a ello, el hastío de
la gente por Lastiri, López Rega y la Isabelita.
La salud de Tosco se deteriora en forma acelerada. De nuevo
los conspirados, pero esta vez sólo los compañeros
de Luz y Fuerza, y otro cumpa de confianza.
De nuevo:
-Hay que sacar al Gringo de Córdoba.
Tosco quiere que lo siga atendiendo su médico de cabecera,
así tengan que trasladarlo. Aparecen ofrecimientos de
partidos políticos, organizaciones guerrilleras, personalidades
independientes ofertando todo para cuidarlo.
De nuevo rumbo a Buenos Aires, se busca otra vía: una
ambulancia. El Gringo se ha dejado crecer la barba, su delgadez,
y otros arreglos cambiaron su fisonomía, es otro.
Parten al fin, junto a su médico y otro compañero
que han estado siempre junto a él. Dos requisas en la
ruta. Las dos se fijan en el enfermo sin prestarle mucha atención.
Otra vez se les escapa el Gringo a los represores del interventor
Lacabanne. La ira lo penetra hasta los tuétanos, y García
Rey que comienza a pensar en eso de la invisibilidad consulta
al Pai López Rega. Una risa en falsete es la respuesta.
Tosco es internado, lo someten a todo tipo de tratamientos y
consultas. Se recupera despacio. Delgado y débil, Agustín
comienza a ensayar algunas caminatas en la misma pieza y a mantener
conversaciones con los médicos. Al tiempo vuelve a agravarse,
cayó nuevamente en un sopor y el cuadro se transformó
en irreversible. Muere el 5 de noviembre de l975. Después
es trasladado a Córdoba, vía Rosario. La perrada
de nuevo no lo puede ni olfatear. Los compañeros y el
pueblo lo siguen manteniendo invisible.
Lo
velan en el Club Redes Cordobesas, en el barrio General Paz.
Mucha gente muestra allí su desconsuelo. No lo pueden
creer. Él, que ha sido invisible al represor, no ha podido
con la muerte, ella lo ha materializado. Una lluvia torrencial
y granizo cae sobre la ciudad, es la tarde del 7 de noviembre.
Cuando la lluvia cesa, parte el cortejo fúnebre rumbo
al cementerio San Jerónimo. Una multitud nunca vista
se desplaza rodeada de un fuerte control policial. Temen que
el Gringo se les escape y que sólo estén portando
el féretro vacío.
El cementerio del barrio de Alto Alberdi es de calles irregulares,
con bajadas y subidas, al entrar a los límites del campo
santo la plaza forma una cuenca llena de puestos de flores,
árboles y una explanada para los coches. Todo ese espacio
va colmándose de gente que llega, como afluentes tributarios.
Algunos cantando consignas, otros callados llenos de tristeza.
Los conspirados, sus amigos más cercanos, el que limpiaba,
ordenaba y guardaba las herramientas y los obreros del taller
de Villa Revol llevan a pulso el cuerpo inerme del Gringo. Callan
las floristas ese cantar permanente de la oferta. Se arriman
y lo van cubriendo de flores. Cuánta gente, cuánta
gente del pueblo, trabajadores de otros gremios se aparean junto
a los de Luz y Fuerza; el Gringo los vuelve a convocar, los
une. La unidad ha sido su enamoramiento permanente, condición
imprescindible para cualquier emprendimiento que tenga que ver
con la liberación nacional, solía repetir y repetir.
El
represor no puede permitir este nuevo hecho generado por Tosco.
Ordena la represión no bien el Gringo llega con el pueblo
a la plaza. Miles de balas y gases se dispararon. Corridas,
gritos, gente rodando, niños aterrorizados, zapatos y
paraguas sin dueños, el espanto. Las babas del represor
desataron la furia.
Tosco, un verdadero hijo del pueblo, es llevado con suavidad
por las férreas manos de sus hermanos de clase. No permiten
que ni una sola bala lo roce, lo ensucie, lo contamine. Al Gringo
nunca lo va a encontrar el represor. Lo burló siempre.
Todos soliviantan el cajón, todos lo cubren, están
llenos de levedad; al fin trasponen las puertas del cementerio,
se escabullen en su interior, fuerzan las puertas de un panteón
y lo depositan allí. Otra vez el Agustín se vuelve
invisible a los ojos del represor. Otra vez la mágica
voluntad de los hijos del pueblo.
Se
fue el Gringo, el respetado por todos. Nos quedaron sus enseñanzas
a través de su lucha y la práctica concreta de
su militancia. Otros rasgos además lo distinguían:
la intransigencia en la defensa de sus principios, su tremenda
fuerza moral y ética, su amor a la libertad; fue un rebelde
obrero, duro, pero esa severidad nunca le hizo perder la ternura
que le profesaba a todos los compañeros. Desde entonces,
la figura del gringo Tosco se recorta lenta y obstinadamente,
venciendo al silencio y al olvido, ensanchando día a
día el campo de la memoria. Como si él condujera
un tren memorioso, cargado con voces y palabras de hombres valerosos
y dignos, y que en su último vagón portara aún
el encendido farol rojo de los conspirados, que sigue titilando
tercamente como un guiño cómplice, esta vez del
Gringo Tosco.
• Juan Carlos Cena publicó por primera vez este
cuento en el libro EL CORDOBAZO, UNA REBELIÓN POPULAR,
en mayo de 1999, La Rosa Blindada. Luego en CRONICAS DEL TERRAPLÉN,
julio del 2007.
• En este portal en noviembre del 2005 y en numerosos
periódicos, portales, páginas, blogs y otros.
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