RAÚL
GONZÁLEZ TUÑÓN
Producción
de Villa Crespo Digital
22
de julio del 2015
Para
este portal es un honor volver a publicar esta breve biografía
que hizo sobre Raúl González Tuñón,
José Luís Mangieri, el editor de LA ROSA BLINDADA.
José
Luis nos dejó en noviembre del 2008. Pero su recuerdo
nos acompaña y es la mejor manera de testimoniar y agradecer
la deferencia y cariño que nos brindó en aquellos
años.
RAÚL
GONZÁLEZ TUÑÓN
Por
José Luís Mangieri especial para Villa Crespo
Digital
4
de abril del 2005. Actualizado el 22 de julio del 2015
Nació
en 1905, el mismo año que Osvaldo Pugliese y que Alfredo
Palacios fuera elegido el primer diputado socialista de América.
En el mundo tronaba la guerra ruso-japonesa que perdió
el zar de Moscú. Nació en el barrio Once que cantara
su amigo Carlos de la Púa en su libro La crencha engrasada,
que tenía una dedicatoria: “Para Jorge Luís
Borges y Raúl González Tuñón, mis
rivales en el amor a Buenos Aires”.
Raúl,
junto a su hermano Enrique, perteneció legítimamente
a la Generación del '22 con Borges, Rega Molina, César
Tiempo, Oliverio Girondo, todos amparados por Ricardo Güiraldes
que tiernamente decía: “Raúl tiene los ojos
llenos de Rusia”.
En
1965 escribí en el editorial de la revista La Rosa Blindada:
“A los sesenta años de su vida -que cumple
el 29 de marzo- su nombre es consigna de las nuevas promociones
contra el conformismo de los simuladores de talento, que solapadamente
pretenden sancionar esta oleada revalorativa de su vida y de
su nombre. Pero él es el más joven de todos nosotros”.
LLUVIA
Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios
abandonados. Otras veces cae con furia, y uno piensa en los
maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas
de extraños
nombres.
De
cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
De cualquier manera sus tambores acunan nuestras noches y la
lectura tranquila corre a su lado por los canales del sueño.
Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban:
No habían despertado todavía al amor.
No sabían nada de nosotros.
De nuestro secreto.
Ignoraban
la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos, la ternura
de nuestra fatiga.
Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes
que hemos
visto juntos, tantos gestos que hemos entrevisto o sospechado,
los
ademanes y las palabras de ellos, todo, todo ha desaparecido
y
estamos solos bajo la lluvia, solos en nuestro compartido, en
nuestro
apretado destino, en nuestra posible muerte única, en
nuestra posible
resurrección.
Te
quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te quiero con toda la furia de la lluvia.
Te quiero con todos los violines de la lluvia.
Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada.
Recién
estamos descubriendo los puentes y las casas, las ventanas y
las
luces, los barcos y los horizontes.
Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero
tan humana, increíble, pero,
tan real, numerosa, pero tan mía.
Yo te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño.
Oh, visitante.
Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida
vida, hacia el
destino único.
Ambos
nos ayudaremos para subir la callejuela empinada.
Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos
la línea
del otoño.
Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan poderosa,
que no nos daremos cuenta cuando todo haya muerto, cuando tú
y yo
seamos sombras, y todavía estemos pegados, juntos, subiendo
siempre la callejuela sin fin de una pasión irremediable.
Oh,
visitante.
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
Estoy tocado de tu destino.
Al extremo de que nada te pertenece sino yo.
Al extremo de que nada me pertenece sino tú.
Sin embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero
distinta, ya al
caer sobre los jardines, ya al deslizarse por los muros, ya
al reflejar
sobre el asfalto las súbitas, las fugitivas luces rojas
de los
automóviles, ya al inundar los barrios de nuestra solidaridad
y de
nuestra esperanza, los humildes barrios de los trabajadores.
La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y
triste y
acaso esa tristeza sea una manera sutil de la alegría.
Oh, íntima,
recóndita alegría.
Estoy tocado de tu destino.
Oh, lluvia. Oh, generosa.
EL
CEMENTERIO DE LOS TRANVÍAS
(Loria
y Carlos Calvo)
En
un galpón enorme -donde estuvo la fábrica-,
ese armazón oscuro con el techo llovido,
cual carros amarillos que mascaritas pálidas
de extintos carnavales ahora habitarían,
duermen, esperan ¿qué? los vacíos tranvías,
esqueléticos, sucios. Los miro y los comprendo.
Como ellos, así fueron arrumbados un día,
por inservibles, hijos del bíblico dolor,
nevados obreros, las máquinas vencidas,
los juguetes usados por niños que partieron,
los tristes jubilados y los gorriones muertos,
fotografías borrosas, viejas cartas de amor.
Una
esquina en el barrio, tristona y pintoresca
como un destartalado, gris, espectral telón,
cayendo en un teatro de suburbio sombrío,
cuando todos han muerto, sin el apuntador…
Y ahí están, los saludo, la calle solitaria,
esta noche y los árboles del otoño que hablan,
con su sombra, un dialecto que sólo entenderían
Chaplin, los faroleros, las gaviotas y vos.
A la sombra de los barrios amados (1957)
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