YRIGOYEN
Y EL MEDIO PELO
ARTURO JAURETCHE HABLA DEL YRIGOYENISMO
Producción
de Villa Crespo Digital
28
de julio del 2015
Pero
ocurre en ese momento una circunstancia excepcional: la primera
guerra europea y la neutralidad argentina. Se interrumpen los
suministros manufactureros del exterior y el país aprovecha
para diversificar algo su producción, reemplazando importaciones
y creando actividades nuevas no dependientes del intercambio
exterior lo que supone una dinámica en el mercado interno,
en la producción y en el consumo que no estaba en los
papeles imperiales. El ascenso que iba a interrumpirse recibe
entonces un nuevo empuje, cuya causa está ahora referida
a la profundización del mercado interno.
Aparece
en escena el radicalismo: la ley Sáenz Peña le
ha abierto el camino y a los triunfos electorales parciales
de 1912 y 1914 le sucede la elección presidencial que
lleva a Hipólito Yrigoyen a la Presidencia en 1916. El
momento límite de la expansión agropecuaria es
el momento en que la sociedad salida de ella llega al poder
político y comienzan los balbuceos del cambio que se
inicia con la primera guerra.
Se
trata de una revolución aunque ella se haya civilizado
por el camino del comicio, gracias al genio político
de Sáenz Peña e Indalecio Gómez. Le tocó
al radicalismo cumplir un papel nacionalizador, pues le dio
cauce nacional a la inquietud política y a las aspiraciones
de las clases medias surgidas de la inmigración, en el
momento en que el país pudo constituirse en campamento
de colonias extranjeras, si carentes de cauce argentino, los
hijos de los inmigrantes se hubieran agrupado sin otra preocupación
política y cultural que las de las colectividades originarias.
La escuela pública y el radicalismo, en la niñez
y en la juventud respectivamente, contribuyeron con los demás
factores que ya se han enumerado a impedir el enquistamiento
en colonias, al recibir en su seno a todos, en pie de igualdad,
marginando las influencias nacionales de origen.
Esa clase media considerada en el capítulo anterior actuó
entonces como tal, sabiendo que no era la alta clase argentina
sino un componente de la nueva realidad del país; ella
nutrió esencialmente las filas del radicalismo, alineándose
detrás de viejos conductores que preferentemente provenían,
en el litoral del alsinismo y en el interior del roquismo después
de la desnacionalización de este, y en los que era fácilmente
perceptible en muchos la continuidad familiar de la tradición
federal como lo documenta Ricardo Caballero (Yrigoyen y la Revolución
de 1905).
Pero
expresión de la clase media en sus planos directivos
intermedios, recibió en el interior el sufragio y el
apoyo de la antigua "clase inferior". El sufragio
hizo de nuevo un elemento activo en la vida política,
del criollo postergado desde la caída del Partido Federal.
La libreta de enrolamiento le dio al hombre del común
una nueva jerarquía que había perdido cuando perdió
la lanza; volvió a ser alguien cuando al ser ciudadano,
hubo que contar con él. Mucho antes que su presencia
en el Estado se tradujera en política social, la existencia
de su voto determinó que se lo comenzara a respetar,
y frente al juez de paz, el comisario o el patrón, tuvo
"palenque donde rascarse" en el caudillo que echó
la compensación de su amparo en la desigual balanza de
la igualdad teórica; otra vez los "inferiores"
pesaron y la política del sufragio obligó al gobernante,
aun surgido de las clases privilegiadas, a contemplarlos como
entidad humana.
Así, si en el litoral el radicalismo se manifestó
como un movimiento de clases medias, en el interior significó
el ascenso político de la vieja clase inferior dejada
de la mano de Dios en el largo interregno antipopular. Por eso
el fenómeno fue más complejo de los que suponen
que sólo fue un partido con predominio de clase media
de origen inmigratorio en Buenos Aires y el litoral, con apoyo
obrero esporádico y parcial como dice Bagú. ("La
realidad argentina en el siglo XX"). Lo acreditó
Lencinas
en Mendoza y aquí sería de recordar la frase de
Don José Néstor: las montañas se suben
en alpargatas frente a la alternativa "libros o alpargatas"
del socialista Américo Ghioldi; lo mismo, Vera y Bascary
en Tucumán, Cantoni en San Juan, Mateo Córdoba,
y después Miguel Tanco en Jujuy.
La
llegada al poder del radicalismo no significó que el
nuevo gobierno fuera a replantear las bases de la estructura
económica argentina. Me parece acertado Ramos cuando
dice (Op. Cit. tomo II): "Las transformaciones llevadas
a cabo por el radicalismo yrigoyenista durante su primera presidencia,
se dirigían a la superestructura del aparato gubernamental,
y no alteraban las bases mismas del sistema oligárquico.
Encarnaba un nacionalismo agrario fundado en los presupuestos
mismos del país agropecuario y exportador heredado del
siglo anterior... Yrigoyen buscaba tan sólo redistribuir
la renta agraria, fruto de la condición semicolonial
del país, en un sentido democrático. No se prepuso
alterar los fundamentos agrarios del país, sino mejorar
las condiciones de vida de aquellos que hasta ese momento habían
estado excluidos de los derechos cívicos y de las ventajas
económicas que podía 79 facilitar una política
nacional... De ahí que en el radicalismo se sintieron
representados desde los ganaderos menores
vinculados al mercado interno hacia los peones despojados de
todo derecho, los hijos de extranjeros y los criollos nativos,
la pequeña burguesía urbana que buscaba un lugar
bajo el sol y los universitarios sin porvenir en una universidad
gobernada por camarillas exclusivas, los obreros que no se sentían
atraídos por la prédica del Partido Socialista
porteño, los olvidados trabajadores del Nordeste, del
Norte, del Centro y de Cuyo.
YRIGOYEN
FRENTE A LA REALIDAD
Yrigoyen
expresó solamente ese ascenso de la sociedad argentina
que provenía de la economía agropecuaria, pero
percibió el cambio de situaciones que motivaba el surgimiento
de nuevas bases. Si el ideario del radicalismo estaba limitado
en la forma que Ramos expresa, los hechos, la insuficiencia
del crecimiento agrario tradicional, que tocaba sus límites
y la transformación operada por la guerra que abría
otras nuevas perspectivas con el surgimiento de actividades
industriales y comerciales dirigidas esencialmente al mercado
interno, imponían trascender los sagrados principios
de la economía liberal que habían sido dogma hasta
entonces. El cierre de la Caja de Conversión actuó
sobre la moneda como factor proteccionista, la Ley de
Alquileres que tendía a un hecho inmediato terminó
con la intangibilidad absoluta de la propiedad privada; la política
ferroviaria del Estado fue a la búsqueda, en el Pacífico
de nuevos mercados, la del petróleo propulsó su
explotación oficial y marcó la necesidad de que
nuestros yacimientos minerales no se mantuvieran como zonas
de reserva de los consorcios; la ampliación de las funciones
del Estado incorporó servicios imprescindibles a una
sociedad moderna y la política obrera dio por primera
vez personería al sindicato como expresión de
fuerzas sociales que habían carecido totalmente de representación.
(Te invito lector a que busques en los archivos de los diarios
"serios" los indignados editoriales fundados en la
"inadmisible" pretensión de que los obreros
debatieran sus problemas en igualdad de situación con
los gerentes de las grandes empresas de servicios públicos,
recibidos en el mismo pie de igualdad en la Casa de Gobierno).
La
ley 11289 que generalizaba las jubilaciones contó con
idéntica oposición en la derecha y en la izquierda.
(Estoy viendo la cabeza de la columna que marcharía de
la Plaza Congreso a la Plaza de Mayo para pedirle su derogación
a Alvear, como se consiguió. Allí está
Joaquín de Anchorena y Atilio Dell´Oro Mini, presidente
y secretario de la Asociación del Trabajo, fundadora
de los “sindicatos libres” de “pistoleros”,
junto a la plana mayor del Partido Socialista). La política
de la neutralidad en la Primera Guerra fue una piedra de toque:
los grandes diarios, la Sociedad Rural, el Jockey Club y el
Círculo de Armas, Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones, Enrique
Larreta, Alfredo Palacios (los recuerdo hablando en el mitin
belicista del Frontón Buenos Aires, aquí a la
vuelta en la calle Córdoba, donde yo también hacía
el “idiota” ante la vibración democrática
y culterana que los oradores administraban en dosis para adultos),
los socialistas, los radicales “galeritas”, todos
los que eran alguien de derecha a izquierda, con la sola excepción
de unos pocos como Manuel Gálvez, el General Uriburu,
Belisario Roldán a la derecha, del Valle Ibarlucea a
la izquierda, todos vistos como desertores por los status consagrados
de la inteligencia y la responsabilidad, como serían
vistos después los pocos peronistas salidos de estos
rangos.
La neutralidad expresaba en el plano de la soberanía
lo que Yrigoyen expresaba en el plano económico y social.
La existencia de un nuevo país para el que las fórmulas
del liberalismo estaban perimidas porque no cabía dentro
de ellas. No era un pensamiento orgánicamente definido,
pero sí el balbuceo de una tentativa para manejarse por
modos propios y hacia fines propios. La presencia del pueblo
en el Estado, ahora con descendientes de inmigrantes y criollos,
creaba un sentido nacional que había caído con
la ausencia de las viejas multitudes federales. La realidad
llevó a Yrigoyen a hacerse el intérprete del país
que políticamente tenía detrás.
(…)
Caracteres:
9397