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FERROCARRILES / CRÓNICAS ENRIELADAS

MEDIOS DE TRANSPORTE FERROCARRILES

UNA HISTORIA

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CRÓNICAS ENRIELADAS

DE NUEVO EN EL RIEL

Por Juan Carlos Cena especial para Villa Crespo Digital

24 de febrero del 2006


Para los fraternos que
le instalaron un punta
de riel a la eternidad
en Ciudad de Merlo.


Con tiempo habían avisado que ese día, el anunciado, nos íbamos a juntar. Sí, por supuesto, asado de por medio. Se festejaría que unos cuantos compañeros fraternales retornaban al ferrocarril. ¿Era ficción o realidad?


¿Cuántos años afuera? Un montón. Muchos. Una eternidad. Pero afirmaría que es la primera vez que la eternidad tiene límite. Es que es una eternidad estar afuera del ferro. Por supuesto, medido en tiempos ferrucas, es otra dimensión, otro calendario, otra medida temporal…otro espacio.

Este tiempo comienza en la última huelga, por el 91 para unos y por el 92 para otros, hasta la fecha. Todos ellos resistentes al desmantelamiento de la empresa ferroviaria, contra el avasallamiento, por la dignidad, contra las traiciones y esas cuestiones de las doblegaciones por unas monedas.

Después de los 45 días de resistencia en el 91 y los días del 92, vino la derrota. Apareció la diáspora ferroviaria, se avecinaba reptando, desde hace tiempo, una soledad de puta madre. Andaba al acecho, agazapada, junto a la incredulidad y la tristeza, esperando la presa. Una vez tomada, esta trepaba en cada uno de nosotros como una maldita hiedra. Nos abrazaba, quitándonos el aire y la vida. Algunos se cobijaron en el vino para amortiguar la pena y la desolación. Otros salieron a crotear, algunos deambulaban por los andenes, más de uno no aguantó y se voleteó…otros, ahí andan, quebrados o fantasmales, sin sombras. No es joda ver a un hombre sin sombra.

Es que cada uno de nosotros, era el ferrocarril, éramos una parte importante, la humana, la obrera; nos desgajaron la otra, la de fierro y humo, y uno no puede andar por la vida partido por la mitad, con media sombra ¡que carajo! Uno nació entero con sombra entera.

Ya no había más distancias, ni señales, ni cruces, ni entrecruces, ni paisajes, ni estaciones, ni horarios, ni diagramas, ni puteadas, ni asambleas, ni la relación diaria en la Comuna o el sindicato, ni el mate compartido, nada, todo era un inmenso mar de mierda, todo, todo…que lo parió ¡Que día, esos días!

¡Qué lo parió! Cuanta nostalgia y angustia acumulada. Que manera de prestarnos el hombro los unos y los otros para descargarnos, para sollozar, moquear como asmáticos….
¡Qué días aquellos, que días! ¿Cuántos? ¿Para que contarlos?

Ese día, el del encuentro para festejar que la eternidad tenía fin, la mañana se prestaba, estaba diáfana como si ella también hubiera recibido el convite. Salimos con Elena rumbo al oeste. Estación Merlo. El Sebastián firme como siempre en la plaza frente a la Estación, como el chasqui guía. Estaba con la dueña de su salario. Salimos viboreando los barrios, antiguo territorio Duhaldista, hoy la K, se ve en los tapiales pintados Llegamos.

La casa era verde, cubierta de vegetación, un árbol señorial presidía todas las sombras, flores, enredaderas trepadoras, abanicando el fresco de la mañana. Luego se asomó la tibieza de la casa, como esas cosas sencillas de la vida, de los que la habitan. Era la casa del Mago López. Su madre nos recibió y él, como edecán, a dos pasos detrás de ella, respeto de los de antes. Aparecieron desde el fondo del patio, El Negro Roble. Un Roble aromado por un lechón que traspiraba acostado en la parilla, dorado, tirando a un acaramelado, casi miel. Paisaje de gulas y derivados. Sobre el piso, crepitando en una parrilla, chorizos, costillas, vacío y la invitación al festejo. El vino y la picada.

Festejo. Los recién ingresados se festejaban, no era para menos y para más, los otros compañeros. Los que le pusieron tope a la eternidad, un punta de riel. No era para menos. Además, estaban los posibles reingresantes, compañeros, amigos, amigas, señoras y señores, ah, y niños. Toda era sonrisa.

Mientras, trataba de recordar los días, meses y años posteriores a 1992, tiempos donde no había ni una sonrisa, ni un despegar de labios, todo era silencio. Todo era un silencio coagulado: nos habían derrotado. Fue la gran huelga dirigida por las bases, por los más jóvenes. Fue una brava resistencia, muy dura, duro fue el final, cuando avanzaron sobre la ciudadela ferroviaria tomando posesión con rabia de cada lugar.

Bajo la sombra principal, estaba atento a todo, no me perdía detalle. Una tardía chicharra anunciaba más calor. El Sebastián me miró y en un revoleo de ojos me indico el canto del coyuyo, me estaba observando. Se sumaban al festejo. Luego unas calandrias lejanas, todos cantaban. Los humanos fraternales conversaban gorjeando, como los pájaros, sin parar, una conversación sobre otra, encimadas, si esperar repuestas.

¡Qué lo parió! Como están las vías. No me las imaginaba así, decía el Eduardo, novel abuelo. ¿Cómo parar el tren de las palabras?, que se soltaran, porque estaban atascadas desde el 92. ¿Cómo? Se amontonaban en forma de pilas sobe el mantel, algunas se zambullían en vino tinto, las más les esquivaban a las gaseosas…otras se enredaban en el pan.
-Si uno entra al depósito, se da cuenta enseguida del deterioro, contaba Eduardo, como si hubiera ido a hacer un inventario de un bien que era de su pertenencia. Que primero fue del Abuelo, luego del Viejo y de parientes cercanos y lejanos, y después de él. Eduardo fue a ver y a controlar, no porque fuera el ferrocarril de su propiedad, sino porque él es el ferrocarril, que regresaba para acoplarse con lo que antes había en ese lugar, sólo encontró desguace, despojo y saqueo. Revisaba todo, él era un inventario memorioso. Toda una cuestión de identidad, digo. Porque mientras lo escuchaba también controlaba ese inventario imaginario…

Al rato todo silencio. Había llegado el asado. No se puede hablar con la boca llena, decían nuestros viejos. El Mulita, rengo, accidentado, medio manco, recién reingresado comía a mandíbula batiente con un carrillo, conversaba con el otro, sin tirar una sola miguita, ni de pan, ni de comida sobre la mesa, toda una prolijidad Fraternal.
El hambre se fue aplacando, la sed se disipaba con un tinto fresco. Dos tomaban un líquido amargo sin alcohol ¡Qué asco!
Dos reingresantes disciplinados que compartían el asado, tomaban servicio cayendo la tarde, había que estar fresco, viejas responsabilidades ferrucas, la sobriedad… no tomaron nada más que un brebaje amargo y con soda.
Todo se fue aplacando en el masticar. El mago López, dijo el porque de la convocatoria, el festejo de volver de nuevo al riel y las perspectivas de que reingresen más compañeros, cuestión militante. Al rato habló El Negro Roble, no como asador, sino para recordar que hace más de un año y medio no se avistaba horizonte alguno, y como ha cambiado la cosa o está cambiando todo, y de nuevo la terquedad de la esperanza se posaba sobre la mesa y el pan.
En uno de esos entrecruces de palabras de extremo a extremo de la mesa, Elena le preguntó a Eduardo.

-¿Eduardo, que sentiste cuando te sentaste de nuevo en el comando?

-Nada, porque yo nunca me levante, siempre estuve ahí, sentado, conduciendo….como hubiera sido ayer…me senté de nuevo como quien toma servicio recién, y partí de acuerdo al diagrama...al arrancar…eso sí, el paisaje, las vías, las señales se me metían adentro…me tragaba todo…como con hambre…en cada frenada o arranque sentía que…y siguió viaje. Silencio…un trago y la conversación apenas se volvió a encarrilar.

Elena la insistidora arrancó preguntando al Mulita.

- Y usted Mulita, ¿que sintió cuando manejaba? El Mulita por fin paró de masticar, entrecerró los ojos, se fue de viaje y dijo con los dos carrillos:

- Que yo era grande, que me sentía grande, que yo era más grande que el tren, que el tren me era chico, que nunca me había sentido tan grande…arranqué sintiéndome así…más grande que la formación y…siguió contando su impresión con los ojos bien abiertos, me miraba asombrado por sus asombros. Se calló y continuó masticando en silencio, se fue de viaje.
Elena por segunda vez, muda, solo registraba, me miró, le esquivé ese mirar interrogante, es que si le contestaba, seguro, pero muy seguro que me le colgaba del cogote del mago López, estaba a mi lado, yo lleno de convulsiones, y no estoy en edad para hacer papelones Todos estábamos en silencio, pero por poco tiempo.

Las sombras verdes oscurecían la tarde, el aire fresco aliado de la tarde ayudaba a eso, que no tiene muchas explicaciones…la emoción.

Hoy comenzaba otro calendario, se terminaba la diáspora, vientos nuevos anunciados por el Negro Robles traían noticias nuevas junto a otros nuevos tiempos. El viento del trabajo y las luchas regresaban, había un nuevo fresco, las chicharras de la zona lo anunciaban: Los compañeros de nuevo en el riel.



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