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LEY
DEL VOTO FEMENINO
Producción
Villa Crespo Digital
5
de mayo del 2015
EVITA
ANUNCIA LA LEY DEL VOTO FEMENINO
23
de septiembre de 1947
Mujeres de mi Patria:
Recibo
en este instante, de manos del Gobierno de la Nación,
la ley que consagra nuestros derechos cívicos. Y la recibo,
ante vosotras, con la certeza de que lo hago, en nombre y representación
de todas las mujeres argentinas. Sintiendo, jubilosamente, que
me tiemblan las manos al contacto del laurel que proclama la
victoria.
Aquí está, hermanas mías, resumida en la
letra apretada de pocos artículos una larga historia
de lucha, tropiezos y esperanzas. ¡Por eso hay en ella
crispaciones de indignación, sombras de ocasos amenazadores,
pero también, alegre despertar de auroras triunfales!...Y
esto último, que traduce la victoria de la mujer sobre
las incomprensiones, las negaciones y los intereses creados
de las casas repudiadas por nuestro despertar nacional, sólo
ha sido posible en el ambiente de justicia, de recuperación
y de saneamiento de la Patria, que estimula e inspira la obra
de gobierno del general Perón, líder del pueblo
argentino.
El triunfo de un ideal
Mis
queridas compañeras:
Hemos llegado al objetivo que nos habíamos trazado, después
de una lucha ardorosa. Debimos afrontar la calumnia, la injuria,
la infamia. Nuestros eternos enemigos, los enemigos del pueblo
y sus reivindicaciones, pusieron en juego todos los resortes
de la oligarquía para impedir el triunfo. Desde un sector
de la prensa al servicio de intereses antiargentinos, se ignoró
a esta legión de mujeres que me acompañan; desde
un minúsculo sector del Parlamento, se intentó
postergar la sanción de esta ley. Esta maniobra fue vencida
gracias a la decidida y valiente actitud de nuestro diputado
Eduardo Colom. Despide las tribunas públicas, los hombres
repudiados por el pueblo el 24 de febrero, levantaron su voz
de ventrílocuos, respondiendo a órdenes ajenas
a los intereses de la Patria. Pero nada podían hacer
frente a la decisión, al tesón, a la resolución
firme de un pueblo, como el nuestro, que el 17 de octubre, con
el coronel Perón al frente, trazó su destino histórico.
Entonces, como en los albores de nuestra independencia política,
la mujer Argentina tenía que jugar su papel en la lucha.
Hemos roto los viejos prejuicios de la oligarquía en
derrota. Hemos llegado repito, al objetivo que nos habíamos
trazado, que acariciamos amorosamente a lo largo de la jornada.
El camino ha sido largo y penoso. Pero para gloria de la mujer,
reivindicadora infatigable de sus derechos esenciales, los obstáculos
opuestos no la arredraron. Por el contrario, le sirvieron de
estímulo y acicate para proseguir la lucha. A medida
que se multiplicaban esos obstáculos, se acentuaba nuestro
entusiasmo. Cuando más crecían, más y más
se agigantaba nuestra voluntad de vencer. Y ya al final, ante
las puertas mismas del triunfo, las triquiñuelas de una
oposición falsamente progresista, intentó el último
golpe para dilatar la sanción de la ley.
La maniobra contra el pueblo, contra la mujer, aumentó
nuestra fe. Era y es la fe puesta en Dios, en el porvenir de
la Patria, en el general Perón y en nuestros derechos.
Así se arrancó la máscara a los falsos
apóstoles, para poner punto final a la comedia antidemocrática.
Venciendo obstáculos
Pero... ¡bendita sea la lucha a que nos obligó
la incomprensión y la mentira de los enemigos de la Patria!...
¡Benditos sean los obstáculos con que quisieron
cerrarnos el camino, los dirigentes de esa falsa democracia
de los privilegios oligárquicos y la negación
nacional! Factores negativos que ignoran al pueblo, que desprecian
al trabajo y trafican con él, incapacitados para comprender
sus reservas combativas. Esas mentiras, esos obstáculos,
esa incomprensión, retemplaron nuestros espíritus.
Y hoy, victoriosas, surgimos conscientes y emancipadas, fortalecidas
y pletóricas de fe en nuestras propias fuerzas. Hoy,
sumamos nuestras voluntades cívicas a la voluntad nacional
de seguir las enseñanzas dignificadoras y recuperadoras
de nuestro líder, el general Perón. Marchamos
con las vanguardias del pueblo que labrará desde las
urnas el porvenir de la Patria ansiando una Nación más
grande, más próspera, más feliz, más
justiciera y más efectivamente argentina y de los argentinos.
El derecho y el deber
He recorrido los viejos países de Europa, algunos devastados
por la guerra. Allí, en contacto directo con el pueblo,
he aprendido una lección más en la vida. La lección
ejemplarizadora de la mujer abnegada y de trabajo, que lucha
junto al hombre por la recuperación y por la paz. Mujeres
que suman el aporte de su voluntad, de su capacidad y de su
tesón. Mujeres que forjaron armas para sus hermanos,
que combatieron al lado de ellos, niveladas en el valor y el
heroísmo.
Mis queridas compañeras: ¡Inspirémonos en
su ejemplo! Este triunfo nuestro encarna un deber, como lo es
el alto deber hacia el pueblo y hacia la Patria. El sufragio,
que nos da participación en el porvenir nacional, lanza
sobre nuestros hombros una pesada responsabilidad. Es la responsabilidad
de elegir.
Mejor dicho, de saber elegir, para que nuestra cooperación
empuje a la nacionalidad hacia las altas etapas que le reserva
el destino, barriendo en su marcha los resabios de cuanto se
oponga la felicidad del pueblo y al bienestar de la Nación.
Consolidación de una conquista
¡Con nuestro triunfo hemos aceptado esta responsabilidad
y no haremos de renunciar a ella! La experiencia de estos últimos
años, que puso frente a frente la reprimida vocación
nacional de justicia económica, política y social,
y los viejos caciques negatorios de los derechos populares,
ha de servirnos de ejemplo. En momentos de gravedad, los hombres
argentinos supieron elegir al líder de su destino e identificaron
en el general Perón todas sus ansias negadas, vilipendiadas
y burladas por la oligarquía sirviente de intereses foráneos.
¿Podremos acaso las mujeres argentinas hacer otra cosa
que no sea consolidar esa histórica conquista? ¡Yo
digo que no? ¡Yo proclamo que no! Y yo les juro que no,
a todas las compañeras de mi Patria.
El voto que hemos conquistado es una herramienta nueva en nuestras
manos. Pero nuestras manos no son nuevas en las luchas, en el
trabajo y en el milagro repetido de la creación.
¡Bordamos los colores de la Patria sobre las banderas
libertadoras de medio continente! ¡Afilamos las puntas
de las lanzas heroicas que impusieron a los invasores la soberanía
nacional!
Fecundamos la tierra con el sudor de nuestras frentes y dignificamos
con nuestro trabajo la fábrica y el taller. Y votaremos
con la conciencia y la dignidad de nuestra condición
de mujeres, llegadas a la mayoría de edad cívica
bajo el gobierno recuperador de nuestro jefe y líder,
el general Perón.
Luchar por la paz
Tenemos, hermanas mías, una alta misión que cumplir
en los años que se avecinan. Luchar por la paz. Pero
la lucha por la paz es también una guerra. Una guerra
declarada y sin cuartel contra los privilegios de los parásitos
que pretenden volver a negociar nuestro patrimonio de argentinos.
Una guerra sin cuartel contra los que avergonzaron, en un pasado
próximo, nuestra condición nacional. Una guerra
sin cuartel contra los que quieren volver a lanzar sobre nuestro
pueblo la injusticia y la sujeción. En esta batalla por
el porvenir, dentro de la dignidad y la justicia, la Patria
nos señala un lugar que llenaremos con honor. Con honor
y con conciencia. Con dignidad y altivez. Con nuestro derecho
al trabajo y nuestro derecho cívico.
Perfeccionar la democracia
Somos las mujeres, misioneras de paz. Los sacrificios y las
luchas sólo han logrado, hasta ahora, multiplicar nuestra
fe.
Alcemos, todas juntas, esa fe, e iluminemos con ella el sendero
de nuestro destino. Es un destino grande, apasionado y feliz.
Tenemos para conquistarlo y merecerlo, tres bases insobornables,
inconmovibles: una limitada confianza en Dios y en su infinita
justicia; una Patria incomparable a quien amar con pasión
y un líder que el destino moldeó para enfrentar
victoriosamente los problemas de la época: el general
Perón.
Con él y con el voto, contribuiremos a la perfección
de la democracia argentina. Nada más.