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MENSAJE
DE EVA PERÓN EN LA NAVIDAD DE 1951
DESDE
SU LECHO DE ENFERMA SE DIRIGE AL PUEBLO ARGENTINO
Producción
Villa Crespo Digital
5
de mayo del 2015
Todos
los años, la Nochebuena nos reúne en el hogar
inmenso de la Patria.
Y como si fuese una cosa ritual e imprescindible siento la imperiosa
necesidad de hablar con mi corazón para todos los corazones
amigos de la gran fraternidad justicialista.
Esta
noche hacemos una tregua de amor en el camino de nuestras luchas
y de nuestros afanes; y sólo pensamos en las cosas buenas
y bellas que nos ha regalado la vida en el año que se
acaba hundiéndose ya como un cometa en el horizonte de
la eternidad, dejándonos una estela de recuerdos en el
alma.
En
todos lo hogares del mundo, hombres y mujeres, ancianos y niños
de todos los pueblos, en este mismo instante maravilloso están
rindiendo homenaje al amor y están encendiendo en sus
corazones las lámparas votivas de sus mejores recuerdos.
Por qué no hacer lo mismo nosotros en este inmenso hogar
que es nuestra tierra? Acaso no somos una gran familia?
Preside
la mesa invisible de nuestra Nochebuena la figura de Perón,
nuestro líder, nuestro conductor y nuestro amigo. Aquí
está, sobre todos nosotros, mirando más allá
del horizonte, con la mano firme puesta sobre el timón
de nuestros destinos y con su corazón extraordinario,
pegado a los sueños y a las esperanzas de su pueblo,
Sobre todos nosotros, que somos y que nos sentimos hermanos
porque nos une el vínculo de los mismos ideales y de
los mismos amores. Por eso; porque somos y porque nos sentimos
una inmensa familia y porque no podemos evadirnos del sortilegio
maravilloso que en esta noche embarga el corazón de todas
las familias del mundo, nosotros nos reunimos también
en esta medianoche del amor y del recuerdo, para rendir precisamente
nuestro homenaje al amor y para dejarnos llevar por los recuerdos
del año que ya empieza a morir.
Por eso estas palabras mías se atreven a romper el bullicio
o el silencio de la noche, se animan a llegar con su mensaje
al corazón de todos los hogares que quieren recibirlas
con cariño y se derraman así sobre la mesa invisible
de la Patria Nueva, como un canto de amor y de esperanza.
Lo
primero que se me ocurre es agradecer a Dios, porque en medio
de un mundo casi definitivamente olvidado del amor, nosotros
creemos en su poder y en su fecundidad, y nos permitimos anunciar
la buena nueva de su advenimiento por el camino del Justicialismo.
Por eso nos regocijamos y nos alegramos en la fiesta de esta
noche.
Hace diecinueve siglos y medio Dios eligió a los humildes
pastores de
Belén para anunciar el advenimiento de la paz a los hombres
de buena voluntad. Sobre aquél mensaje, los hombres de
mala voluntad han acumulado diecinueve siglos y medio de guerras,
de crímenes, de explotación y de miseria, precisamente
a costa del dolor y de la sangre de los pueblos humildes de
la tierra. Y cuando todo parecía perdido, acaso definitivamente,
nosotros, un pueblo humilde, a quien la soberbia de los poderosos
llamó descamisado; nosotros, un pueblo que repite en
su generosidad, en su sencillez, en su bondad, la figura de
los pastores evangélicos, hemos sido elegidos entre todos
los pueblos y entre todos los hombres, para recoger de las manos
de Perón, bañado en el fuego de su corazón
e iluminado por sus ideales de visionario, el antiguo mensaje
de los ángeles.
Salvando
las distancias y remedando el cántico antiguo, podríamos
decir que Dios ha hecho grandes cosas entre nosotros, deshaciendo
la ambición del corazón de los soberbios, derribando
de su trono a los poderosos, ensalzando a los humildes y colmando
de bienes a los pobres.
Por
eso la Nochebuena nos embarga el corazón con la armonía
de sus
encantos prodigiosos, porque la Nochebuena es nuestra, es la
noche de la humildad, la noche de la justicia. Y el Justicialismo
que Perón nos ha enseñado y nos ha regalado como
una realidad maravillosa de sus manos, es precisamente eso,
algo así como el eco vibrante del anuncio que recibieron
los pastores o como el reflejo encendido de la estrella que
señaló, en la noche de los hombres, el divino
amanecer de una redención extraordinaria.
Esta noche también sentimos que empieza ya a morir el
año que termina. Por eso nos gusta rememorar las alegrías
y las penas que nos trajo sobre el hombro de sus días
y de sus semanas, y hasta los dolores ya sobrepasados nos parecen
esta noche menos amargos.
Acaso, precisamente, porque ya son recuerdos.
Este
año que se va nos ha dejado la marca de su paso en el
corazón y lo mismo que en todos estos años que
van pasando sobre nosotros, bajo la mirada y la protección
serena de Perón, la de 1951 es una marca de felicidad.
Yo sé que dentro de muchos años, cuando en esta
misma noche los argentinos se dejen acariciar por el recuerdo
y retornen sobre sus alas al pasado, llegarán a estos
años de nuestra vida y dirán melancólicamente:
entonces éramos más felices, Perón estaba
con nosotros. Porque la verdad, la indudable verdad es que todos
somos ahora más felices que antes de Perón. No
tanto por los bienes materiales que poseemos, cuanto por la
dignidad que nos dio con su esfuerzo infatigable. Si nuestra
felicidad residiese solamente en las riquezas materiales, no
tendríamos derecho a ser dichosos. Pero nos sentimos
felices porque en el seno de la gran familia justicialista que
formamos, todos somos hijos iguales de la misma Patria, con
los mismos derechos y los mismos deberes. Nos mide a
todos, con la misma medida, la vara de la misma justicia. Nos
ampara la bandera enhiesta de la dignidad y nos abraza la generosidad
paternal del mismo amor que brota del corazón inigualable
de Perón. Ahora sí podemos abrir nuestro corazón
a la palabra ardiente del amor y comprendemos el verdadero sentido
de la fraternidad.
No
queremos vanagloriarnos con orgullo de lo que somos ni de lo
que
tenemos, pero en esta noche, propicia para los aspectos del
corazón,
sentimos la necesidad de decirle a los hombres y mujeres del
mundo el sencillo secreto de nuestra felicidad, que consiste
en poner la buena voluntad de todos para que reinen la justicia
y el amor.
Primero la justicia, que es algo así como el pedestal
para el amor.
No puede haber amor donde hay explotadores y explotados. No
puede haber amor donde hay oligarquías dominantes llenas
de privilegios y pueblos desposeídos y miserables. Porque
nunca los explotadores pudieron ser ni sentirse hermanos de
sus explotados y ninguna oligarquía pudo darse con ningún
pueblo el abrazo sincero de la fraternidad.
El
día del amor y de la paz llegará cuando la justicia
barra de la faz de la tierra a la raza de los explotadores y
de los privilegiados, y se cumplan inexorablemente las realidades
del antiguo mensaje de Belén renovado en los ideales
del Justicialismo Peronista:
Que haya una sola clase de hombres, los que trabajan;
Que sean todos para uno y uno para todos;
Que no exista ningún otro privilegio que el de los niños;
Que nadie se sienta más de lo que es ni menos de los
que puede ser;
Que los gobiernos de las naciones hagan lo que los pueblos quieran;
Que cada día los hombres sean menos pobres y
Que todos seamos artífices del destino común.
Para
que todo esto se consolide como una realidad duradera entre
nosotros, seguiremos luchando con Perón, al pie de sus
banderas victoriosas, hasta el último aliento que nos
dé la vida.
En este año que se acaba, hemos conseguido que Perón
nos acompañe otra vez y nos conduzca, en una nueva etapa
de la Patria; y nos disponemos a rodearlo con nuestro cariño
y ayudarlo con nuestro esfuerzo, para que se cumplan todos los
sueños de su corazón. Yo seguiré a su lado,
brindándole también mi cariño, por todos
los que lo quieren y cuidando sus espaldas para salvarlo del
odio de sus enemigos. Seguiré a su lado con todos ustedes,
mis amigos descamisados, mis compañeros trabajadores;
con todos los que se sientan peronistas de corazón. Seguiré
a su lado como la simple y humilde mujer que renunció
a todos los honores, porque le gustaba más que su pueblo
la llamase cariñosamente: Evita.
Con mis últimas palabras, llega el momento de los augurios
y de los
deseos.
Aquí,
a mi lado, en la cabecera de la mesa familiar que nos reúne
a todos bajo el cielo estrellado de la Patria, está nuestro
conductor y nuestro líder. El primer deseo de mi brindis
es para él: que sea siempre feliz, que lo acompañe
siempre el cariño de todos ustedes, por muchos años,
hasta el fin de sus años, porque se lo merece como premio
de sus afanes y sus sacrificios.
El
otro augurio de mi brindis es para mi pueblo, para todos ustedes;
y no puedo expresarlo de otra manera que deseándoles
sencillamente que sean muy felices, cada vez más felices.
Y por fin, yo me permito reunir simbólicamente la copa
con que brinda cada uno de ustedes con mi propia copa, que contiene
la misma sidra humilde, con la misma sencillez de nuestro corazón.
Levanto al cielo con ella los deseos, los sueños y las
esperanzas de todos, para que en esta noche prodigiosa el amor
infinito los toque con la vara de sus milagros y los convierta
en realidad.
Evita