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RENUNCIAMIENTO
DE AGOSTO DE 1951
Producción
Villa Crespo Digital
5
de mayo del 2015
22
DE AGOSTO DE 1951 / RENUNCIAMIENTO
En
la Asamblea Popular realizada en la avenida 9 de Julio, que
se constituyó en Cabildo Abierto del Justicialismo, Eva
renunció ante el pueblo a la candidatura a la vicepresidencia
de la Nación.
Excelentísimo
señor presidente; mis queridos descamisados de la Patria:
Es
para mí una gran emoción encontrarme otra vez
con los descamisados como el 17 de octubre y como en todas las
fechas en que el pueblo estuvo presente. Hoy, mi general, en
este Cabildo del Justicialismo, el pueblo, que en 1810 se reunió
para preguntar de qué se trataba, se reúne para
decir que quiere que el general Perón siga dirigiendo
los destinos de la Patria. Es el pueblo, son las mujeres, los
niños, los ancianos, los trabajadores, que están
presentes porque han tomado el porvenir en sus manos, y saben
que la justicia y la libertad únicamente la encontrarán
teniendo al general Perón al frente de la nave de la
Nación.
Mi
general: son vuestras gloriosas vanguardias descamisadas las
que están presentes hoy, como lo estuvieron ayer y estarán
siempre, dispuestas a dar la vida por Perón. Ellos saben
bien que antes de la llegada del general Perón vivían
en la esclavitud y por sobre todas las cosas, habían
perdido las esperanzas en un futuro mejor. Saben que fue el
general Perón quien los dignificó social, moral
y espiritualmente. Saben también que la oligarquía,
que los mediocres, que los vendepatria todavía no están
derrotados, y que desde sus guaridas atentan contra el pueblo
y contra la nacionalidad. Pero nuestra oligarquía, que
siempre se vendió por cuatro monedas, no cuenta en esta
época con que el pueblo está de pie, y que el
pueblo argentino está formado por hombres y mujeres dignos
capaces de morir y terminar de una vez por todas con los vendepatrias
y con los entreguistas.
Ellos
no perdonarán jamás que el general Perón
haya levantado el nivel de los trabajadores, que haya creado
el Justicialismo, que haya establecido que en nuestra Patria
la única dignidad es la de los que trabajan. Ellos no
perdonarán jamás al general Perón por haber
levantado todo lo que desprecian: los trabajadores, que ellos
olvidaron; los niños y los ancianos y las mujeres, que
ellos relegaron a un segundo plano.
Ellos,
que mantuvieron al país en una noche eterna, no perdonarán
jamás al general Perón por haber levantado las
tres banderas que debieron haber levantado ellos hace un siglo:
la justicia social, la independencia económica y la soberanía
de la Patria.
Pero
hoy el pueblo es soberano no sólo cívicamente
sino también moral y espiritualmente. Mi general: estamos
dispuestos, los del pueblo, su vanguardia descamisada, a terminar
de una buena vez con la intriga, con la calumnia, con la difamación
y con los mercaderes que venden al pueblo y al país.
El pueblo quiere a Perón no sólo por las conquistas
materiales –este pueblo, mi general, jamás ha pensado
en eso, sino que piensa en el país, en la grandeza material,
espiritual y moral de la Patria-, porque este pueblo argentino
tiene un corazón grande y piensa en los valores por sobre
los valores materiales. Por ello, mi general, hoy esta aquí,
cruzando caminos, acortando kilómetros con miles de sacrificios,
para decirnos “presente”, en este Cabildo del Justicialismo.
Es
la Patria la que se ha dado cita al llamado de los compañeros
de la Confederación General del Trabajo, para decirle
al Líder que detrás de él hay un pueblo,
y que siga, como hasta ahora, luchando contra la antipatria,
contra los políticos venales y contra los imperialismos
de izquierda y de derecha.
Yo,
que siempre tuve en el general Perón a mi maestro y mi
amigo –pues él siempre me dio el ejemplo de su
lealtad acrisolada hacia los trabajadores-, en todos estos años
de mi vida he dedicado las noches y los días a atender
a los humildes de la Patria sin reparar en los días ni
en las noches, ni en los sacrificios.
Mientras
tanto ellos, los entreguistas, los mediocres, los cobardes,
de noche tramaban la intriga y la infamia del día siguiente,
yo, una humilde mujer, no pensaba sino en los dolores que tenía
que mitigar y en la gente a que tenía que consolar en
nombre vuestro, mi general, porque se el cariño entrañable
que sentís por los descamisados y porque llevo en mi
corazón una deuda de gratitud para con los descamisados
que el 17 de octubre de 1945 me devolvieron la vida, la luz,
el alma y el corazón al devolverme a Perón.
Yo
no soy más que una mujer del pueblo argentino, una descamisada
de la Patria, pero una descamisada de corazón, porque
siempre he querido confundirme con los trabajadores, con los
ancianos, con los niños, con los que sufren, trabajando
codo a codo, corazón a corazón con ellos para
lograr que lo quieran más a Perón y para ser un
puente de paz entre el general Perón y los descamisados
de la Patria.
Mi
general: aquí en este magnífico espectáculo
vuelve a darse el milagro de hace dos mil años. No fueron
los sabios, ni los ricos, ni los poderosos los que creyeron;
fueron los humildes. Ricos y poderosos han de tener el alma
cerrada por la avaricia y el egoísmo; en cambio, los
humildes, como viven y duermen al aire libre, tienen las ventanas
del alma siempre expuestas a las cosas extraordinarias. Mi general:
son los descamisados que os ven a vos con los ojos del alma
y por eso os comprenden, os siguen; y por eso, no quieren más
que a un hombre, no quieren a otro: Perón o nadie.
Yo
aprovecho esta oportunidad para pedir a Dios que ilumine a los
mediocres para que puedan ver a Perón y para que puedan
comprenderlo, y para que las futuras generaciones no nos tengan
que marcar con el dedo de la desesperación si llegaran
a comprobar que hubo argentinos tan mal nacidos que a un hombre
como el general Perón, que ha quemado su vida para lograr
el camino de la grandeza y la felicidad de la Patria, lo combatieron
aliándose con intereses foráneos.
No
me interesó jamás la insidia ni la calumnia cuando
ellos desataron sus lenguas contra una débil mujer argentina.
Al contrario, me alegre íntimamente, porque yo, mi general,
quise que mi pecho fuera escudo para que los ataques, en lugar
de ir a vos, llegaran a mí. Pero nunca me dejé
engañar. Los que me atacan a mí no es por mí,
mi general, es por vos. Es que son tan traidores, tan cobardes
que no quieren decir que no lo quieren a Perón. No es
a Eva Perón a quien atacan: es a Perón.
A
ellos les duele que Eva Perón se haya dedicado al pueblo
argentino; a ellos les duele que Eva Perón, en lugar
de dedicarse a fiestas oligárquicas, haya dedicado las
horas, las noches y los días a mitigar dolores y restañar
heridas.
Mi
general: aquí está el pueblo y yo aprovecho esta
oportunidad para agradecer a todos los humildes, a todos los
trabajadores, a todas las mujeres, niños y hombres de
la Patria, que en su corazón reconocido han levantado
el nombre de una mujer, de una humilde mujer que los ama entrañablemente
y que no le importa quemar su vida si con ello lleva un poco
de felicidad a algún hogar de su Patria. Yo siempre haré
lo que diga el pueblo, pero yo les digo a los compañeros
trabajadores que así como hace cinco años dije
que prefería ser Evita antes de ser la esposa del presidente,
si ese Evita era dicho para calmar un dolor en algún
hogar de mi Patria, hoy digo que prefiero ser Evita, porque
siendo Evita sé que siempre me llevarán muy dentro
de su corazón. ¡Qué gloria, qué honor,
a qué más puede aspirar un ciudadano o una ciudadana
que al amor del pueblo argentino!
Yo
me siento extraordinariamente emocionada. Mi humilde persona
no merece el cariño entrañable de todos los trabajadores
de la Patria. Sobre mis débiles espaldas de mujer argentina
ustedes cargan una enorme responsabilidad. Yo no sé cómo
pagar el cariño y la confianza que el pueblo deposita
en mí. Lo pago con amor, queriéndolo a Perón
y queriéndolos a ustedes, que es como querer a la Patria
misma.
Compañeros:
Yo quiero que todos ustedes, los del interior, los del Gran
Buenos Aires, los de la Capital, en fin, los de los cuatro puntos
cardinales de la Patria, les digan a los descamisados que todo
lo que soy, que todo lo que tengo, que todo lo que hago, que
todo lo que haré, que todo lo que lo que pienso, que
todo lo que poseo no me pertenece: es de Perón, porque
él me lo dio todo, porque él, al descender hasta
una humilde mujer de la Patria, la elevó hacia las alturas
y la puso en el corazón del pueblo argentino.
Mi
general: si alguna satisfacción podría haber tenido
es la de haber interpretado vuestros sueños de patriota,
vuestras inquietudes y la de haber trabajado humilde pero tenazmente
para restañar las heridas de los humildes de la Patria,
para cristalizar esperanzas y para mitigar dolores, de acuerdo
con vuestros deseos y con vuestros mandatos.
Yo
no he hecho nada; todo es Perón. Perón es la Patria,
Perón es todo, y todos nosotros estamos a distancia sideral
del Líder de la nacionalidad. Yo, mi general, con la
plenipotencia espiritual que me dan los descamisados de la Patria,
os proclamo, antes que el pueblo os vote el 11 noviembre, presidente
de todos los argentinos. La Patria está salvada, porque
está en manos del general Perón.
A
ustedes, descamisados de mi Patria, y a todos los que me escuchan,
los estrecho simbólicamente muy, pero muy fuerte, sobre
mi corazón”.