ENRIQUE RAAB - PERIODISTA Y ESCRITOR
Producción
de Villa Crespo Digital
3
de mayo del 2015. Actualizado 19 de diciembre del 2019
Sobre
Enrique Raab se afirma que fue el cronista emblemático,
simbólico de los años '60 y '70 del siglo XX. Su
firma al pie de una nota, una reseña o un reportaje rubricaba
textos siempre eruditos y sarcásticos, de ingeniosa sensibilidad
y claras convicciones revolucionarias, sostienen sus amigos y
críticos. Sus últimos pasos los hace en el diario
La Opinión.
También
trabaja en Clarín, Siete Días, Visión, obtuvo
el Premio de las Américas.
Enrique
Raab nace 2 de febrero de 1932, Viena, Austria, de origen judía
y con el ascenso del hitlerismo su familia se transporta primero
a Grecia y luego se vienen hacia Argentina. Hace sus estudios
en la Capital Federal y su destino final es ser detenido-desaparecido
el 16 de abril de 1977, en Buenos Aires, durante el autodenominado
Proceso de Reorganización Nacional. Terminó sus
días en la ESMA asesinado.
Al
poco tiempo la dictadura militar era un hecho, y comenzaron a
sucederse las detenciones-desapariciones una tras otra: el exilio
no era una alternativa para Raab, tal cual le explicó a
Viau ante la posibilidad de instalar una oficina en París
a pedido del propio PRT.
“No
lo voy a hacer, Susana. Mirá, tengo más de cuarenta
años. Si me voy no vuelvo más, y no quiero ni
pensar en esa posibilidad. No me gusta. Escuchame, ¿qué
me puede pasar? ¿que me agarren y me torturen? Pienso…
¿puede ser peor que el dolor de un infarto? Yo creo
que no”.
****
BORGES EN LA GALERÍA DEL ESTE
Las
mojadas baldosas de la Galería del Este de Buenos Aires
comenzaron a ensuciarse con el barro de la calle cuando, cerca
de las 18 del jueves, unas doscientas personas confluyeron
desde Maipú y desde Florida y se ordenaron disciplinadamente
frente a las vidrieras de la librería La Ciudad. Casi
a las 18.30, el escritor Jorge Luís Borges avanzó
por la galería, pálido, con los labios musitando
alguna inaudible plegaria y sostenido por su ocasional cicerone
y secretaria Anneliese von der Lippe. La pequeña multitud
se abrió y Borges, vacilante, fue empujado hacia una
mesa. Sus manos se aferraron intuitivamente a una forma discernible:
un florero -que él no veía- lleno de rosas rojas.
Iba a comenzar la firma de ejemplares de su último
libro de poemas, La rosa profunda.
La ceremonia no transcurrió sin incidentes. Por razones
desconocidas, la desquería El Agujerito, ubicada frente
a la librería, interrumpió sus emisiones de
Pink Floyd y de Mae MacGraw y esperó la entrada de
Borges a La Ciudad para colocar en el plato del tocadiscos
la versión de La marcha peronista cantada por Hugo
del Carril. Borges decidió no darse cuenta, aunque
luego, ya en pleno trámite de firmas, demostró
poseer un oído finísimo al alabar cinco compases
de Claude Debussy, provenientes de otro parlante. "Me
gusta Debussy", acotó, "y también
Stravinsky... Hay una gran felicidad en esa música..."
La servicial señora von der Lippe, ajetreada con el
trámite del recambio de volúmenes bajo las manos
del escritor, consintió: "Sí, Borges...
claro... Pero yo soy muy anticuada... Prefiero a Haydn, Mozart,
Bach...".
Esta polémica musical no fue la única: minutos
después de su entrada, Borges utilizó el inglés
para protestar contra esa rutina mercantil que la fama le
estaba imponiendo. Al firmar el tercer volumen, levantó
su rostro inquisitivo hacia la señora von der Lippe
y estimó: "This will last for ever..." Y
luego, más enfáticamente, con cierta desesperación:
"For ever and a day..." . El idioma de los británicos
no tiene término más vasto para definir la eternidad,
pero allí estaba, tranquilizadora, la señora
von der Lippe: "Don't worry, Borges... It will be short...".
Fue una mentira piadosa: a las 20.15, Borges seguía
estampando, maquinalmente, firmas sobre libros que no veía.
Un señor depositó sobre la mesa con el florero
la edición alemana de sus poemas. Advertido sobre la
variante lingüística, Borges chanceó: "¿Debo
firmar en letra gótica?". Y aprovechó la
pausa para acotar: "Los alemanes... Un pueblo equivocado...
Pero no es el único... Hay otro, que emitió
siete millones de votos...".
Un filólogo japonés, una alumna del colegio
Champagnat y señoras de variada índole intentaron
entablar diálogos. Borges se excusó siempre,
aduciendo estar resfriado. Diligente, la señora von
der Lippe hizo traer una naranjada y ofreció: "¿Un
Desenfriol, Borges?", a lo que Borges contestó
con una sonrisa cansada.
La misma sonrisa cansada con la que contestaba a quienes,
aparte de la firma, querían una dedicatoria. "No
puedo... Estoy ciego", repitió una y otra vez.
Hasta que, en medio de los fotógrafos, un joven intimó
con voz arrogante: "Una dedicatoria... Para Sánchez
Sañudo... Sobrino del almirante...". Borges inclinó
la cabeza y preguntó: "¿Para quién?".
"Sánchez Sañudo", repitió el
muchacho. "Sobrino del almirante." Borges esperó
un momento, estampó su firma, apartó el libro
con cierto fastidio y repitió: "No puedo... Estoy
ciego".
(La
Opinión, 21 de septiembre de 1975)
****
ELECCIONES
EN EL JOCKEY CLUB
Con
urbanidad y disciplina -como corresponde a caballeros- 2.484
asociados del Jockey Club desfilaron el miércoles ante
las diez mesas instaladas en el primer piso, sector biblioteca,
de la sede social, en avenida Alvear al 1300. Siguiendo una
costumbre cuyos orígenes nadie conoce -anterior, sin
duda, a la ley Sáenz Peña-, eligieron una de
las cuatro boletas dispuestas sobre la mesa, rubricaron con
su firma el dorso de la misma y la entregaron al fiscal. Esta
supervivencia del voto cantado no obstaculizó, sin
embargo, el triunfo del arquitecto Roberto B. Vázquez
Mansilla, una figura a la cual muchos asociados consideran
una vanguardia dentro de la institución. Los derrotados
son Alfredo Rueda, a quien se sindica en cierta forma como
un continuador ideológico del presidente renunciante
Agustín S. Roca, Eduardo Acevedo Díaz y Alfredo
Agote Robertson, este último opositor perdidoso en
varias confrontaciones.
Con todo, estas elecciones sólo anuncian las regulares
que el Jockey Club deberá efectuar el mes próximo:
en mayo de cada año, la comisión directiva se
renueva por mitades y teóricamente Vázquez Mansilla
deberá lidiar con media comisión que aún
perdura del mandato de Roca, renunciante por motivos de salud.
"Puede ser que ocurra cualquiera de estas dos cosas",
pronosticó el ex juez y socio del Jockey Club, doctor
Francisco Carlos Lynch. "O bien la mitad cuyo mandato
vence en 1976 renunciará, facilitándole así
la tarea a Vázquez Mansilla, o bien este hará
algunas concesiones para contemporizar hasta el año
próximo con el grupo opositor."
Nadie oculta que el Jockey Club, con el aura rancia que todavía
circunda su nombre, es un organismo deficitario.
Las cifras más dispares, en las cuales un cero más
o menos no importa, circulan entre los asociados para evaluar
el monto mensual de esa pérdida. Hay quienes hablan
de veinte millones de pesos viejos; otros duplican o triplican
esas millonadas sin que les tiemble el pulso cuando el sable
de esgrima cimbrea en la pedana. Sí, hay coincidencia,
en cambio, en señalar que el déficit existe
sobre todo a causa del largo pleito entre el Poder Ejecutivo
y el Jockey Club, suscitado cuando la administración
del hipódromo de San Isidro pasó a manos estatales,
conservándole a la institución, sin embargo,
la tenencia de los terrenos. "La situación jurídica
es engorrosa", sostiene Lynch. "Por ejemplo, la
empresa que instaló las totalizadoras en el hipódromo
está pleiteando contra el Jockey Club, que a su vez
derivará el juicio al gobierno." Por otra parte,
varias de las plataformas presentadas a las elecciones de
anteayer coincidían en una reducción inclemente
de los gastos. "Hay costosas revistas extranjeras que
llegan y nadie lee... Hay gastos de bar, restaurante y servicios
varios que resultan desmesurados para las necesidades reales
del club. Por ejemplo, el bar... Yo, como socio, no voy porque
me parece que está desatendido y no cumple con ninguno
de los requisitos que debería tener un lugar de esa
jerarquía... Si quiero tomar una copa, no voy al Jockey...
Me voy a Periplo, frente a la plaza San Martín..."
El mismo sector reformista que acaba de llegar a la presidencia
encarnado en Vázquez Mansilla es el que criticó,
durante años, una "política de viejos idiotas
seudoaristocratizantes"; el mismo que, en 1958, cuando
el gobierno del teniente general Pedro Eugenio Aramburu restituyó
al Jockey Club su personería y sus instalaciones, propuso
construir un gran edificio comercial en la calle Florida,
reservándose el último piso como sede social,
en vez de adquirir, como finalmente se hizo, el carísimo
edificio de la sucesión de Concepción Unzué
de Casares, en la Avenida Alvear. "Un edificio antipático,
pretencioso y gélido", sostiene un vocero de ese
sector. "Por lo que se gastó en su refacción,
pudo haberse construido una sede moderna y funcional. Pero
no... Los retrógrados de la institución insistieron
en que tenía que ser una antigualla. Y ahí está..."
Este mismo grupo de avanzada viene proponiendo, desde el triunfo
peronista de 1973, que se eliminen partes de las tres canchas
de polo de San Isidro y se destine esos terrenos al fútbol
o a otro deporte popular. "No se quieren convencer",
dice Lynch, quien no oculta, ni podría hacerlo, haber
votado a Vázquez Mansilla, "que las zonas aledañas
de Buenos Aires no sirven para el polo. Las caballerizas se
inundan, las tierras están anegadas... Un desastre..."
En otras fuentes, se obtuvo una caracterización de
las elecciones del miércoles que el mismo Instituto
Gallup no vacilaría en suscribir. "Por Vázquez
Mansilla votaron los más jóvenes (lo que en
términos de Jockey Club significa tener entre cuarenta
y cincuenta años). A Rueda lo votó, sobre todo
el sector del golf y lo perjudicó su manía de
contar la historia de la batalla de Pavón, unos pagos
por donde el candidato posee tierras. (Esa manía, aclaran
los informantes, le ha valido a Rueda el sobrenombre de "dueño
de Pavón".) "Acevedo Díaz tuvo consigo
al sector de las piletas, insuficientes, al parecer, para
otorgarle el triunfo. Y Alfredo Agote Robertson contó
con el apoyo del sector del bar del subsuelo y de los esgrimistas...
Pero es un eterno perdedor."
Las complejas finanzas de una entidad, en cuyos miembros debería
suponerse una solvencia intachable, dependen -se coincide-
de una aproximación al gobierno. Vázquez Mansilla
tiene vinculaciones -se afirma- con la Comisión de
Edificios Judiciales del Ministerio de Justicia. La entente
resulta clara: una aproximación al gobierno podría
solucionar, sin más, esos déficits crónicos
y molestos que aquejan a la institución.
No en vano la lista triunfante de Vázquez Mansilla
llevaba como distintivo una raya roja que atravesaba su borde
superior. Ese rojo no tiene, desde luego, las connotaciones
políticas que podrían inferirse, pero sí
representa la exhumación de viejo emblema autonomista,
o sea la fraterna unión de conservadores y radicales.
En el caso del Jockey Club, esta ideología es casi
revolucionaria, si se piensa que el miércoles por la
noche, en la avenida Alvear al 1300, primer piso, sector biblioteca,
un socio entendía que uno de los candidatos no tenía
derecho a postularse. "Es un caradura...", cuentan
que argumentó. "Hay que tener tupé para
querer presidir el Jockey sin haber viajado nunca a Europa."
(La Opinión, 4 de abril de 1975)
****
LA
CANCHA DE BOCA Y LA TV CONVIRTIERON A BUENOS AIRES EN UNA
CIUDAD DESIERTA
El
conductor del remise se manejaba con términos cortesanos,
casi versallescos. Camino a la Boca, haciendo avanzar su Falcon
por los primeros tramos de la avenida Almirante Brown, definió
con formulación exquisita su propia relación
con el fútbol: "No sé cómo decirle...
La verdad es que de joven yo sentía inclinación
por este deporte... Pero en cierto modo, me espanta la grosería,
el atropello, la prepotencia... Hay cosas, ahora, que resultan
más de mi agrado...".
Inclinación, grosería, agrado: vocabulario heredado
de algún libro de máximas de La Rochefoucauld.
Nada que ver con los compactos grupos que desfilan por Almirante
Brown hacia el Sur, doblan por Wenceslao Villafañe,
llegan, exaltados hasta Enrique del Valle Iberlucea y se enfrentan
con la Bombonera. En el camino, por donde uno mire, se venden
cosas: vinchas de Boca Juniors, gorros tejidos con los colores
azules y amarillos: "mejor un gorrito que una vincha,
pibe... Mira que la noche viene fresca...". O si no,
los churros, los sandwiches de matambre, la empanada fatta
per la mamma, como anuncia en italiano impecable un carrito
instalado en Pinzón e Iberlucea.
A las 21.30, Boca Juniors se enfrentaba con River Plate, en
un torneo cuya fascinación no se desgasta a pesar de
haberse dirimido ya cien veces exactas a partir de 1931, o
sea en la época que los tecnócratas definen
como "dentro del profesionalismo". Pero no importa:
poco después de las 18, ya están las dos tribunas,
semi llenas, enfrentadas. Del lado de Aristóbulo del
Valle, los hinchas de Boca; del lado de Brandsen, los de River.
Agresividad de las consignas que sin embargo, como en un juego
de precisas reglas caballerescas, no se superponen: cada bando
espera a que el adversario termine la suya antes de entonar
la propia.
Mientras la calle Iberlucea registra un desfile entrecruzado
de grupos que corren, sin mucha lógica, de un lado
para otro, en las tribunas se entonan los cánticos
guerreros: desde Brandsen, la popular de River ataca: "Vamos,
vamos River / vamos a ganar / que este año no paramos
/ hasta ser campeón mundial...". Silencio embarazoso
del lado de Aristóbulo del Valle. El triunfalismo de
River desarma a la hinchada boquense. Después de un
silencio que parece extenderse durante siglos, los muchachos
de Aristóbulo del Valle contestan con la Marcha Peronista
y luego, ya recuperado el fervor, con el grito ritmado de
Ar-gen-ti-na... Ar-gen-ti-na... La consternación de
los hinchas de River es palpable: de repente, la tácita
acusación de extranjerizantes contenida en ese grito
crea, en la cancha, una vaga sensación de malestar.
Y entretanto, por Iberlucea, el Cuerpo de Policía Montada
hace galopar los caballos por la cuadra. Los pingos cabriolean
sobre la acera, los vecinos de la cuadra se meten en sus casas,
las muchachas fingen unos exagerados chillidos de terror.
"¡Ay, qué brutos...!", se queja una,
hasta que en la casa de al lado, en Iberlucea 864, justo frente
a la cancha, una mujer joven, de anteojos, arriesga una definición
inesperada:
"Vamos, vamos, River, vamos a ganar...", corea,
junto con los muchachos de la tribuna de Brandsen, mientras
su madre, su padre y sus hermanitos la paran, pretenden hacerla
callar, le dicen: "Porota, estás loca... Metete
adentro de la casa...", y la arrastran desde el portal
hacia un patio interno, explicando:
"No sabemos qué le pasó... Siempre creímos
que era de Boca... Como vivimos enfrente... Y justo hoy se
sale con esto...". Los vecinos menean la cabeza, compadecen
a la madre y al padre, no entienden nada de esa brusca rebelión
contra el medio condicionante por parte de una reprimida hincha
de River que tiene la desgracia de vivir a veinte metros de
la Bombonera.
Y luego, ya pasadas las 20, las calles del centro se vacían,
Lavalle parece un emporio la cual, una o dos veces por año,
los mercachifles le están fallando.
Todos los cines han desalojado las pizarras de sus boleterías,
reemplazando las localidades numeradas por el cartel de continuado.
Sólo El pibe Cabeza, de Torre Nilsson, en su día
de estreno, mantiene la pizarra tradicional: "Hoy el
cine no es negocio", sostiene uno de los boleteros del
cine Trocadero. "Entre los sesenta y cinco mil que están
en la cancha y los tres millones que lo van a ver por televisión,
lo mismo podríamos no hacer la función..."
La presidente de la Nación, se sabe, solicitó
personalmente que ese partido fuera televisado: más
tarde, después del segundo gol de River, la hinchada
de River -los muchachos de la calle Brandsen- contestaba con
un estribillo la temprana acusación de gorilismo que
los boquenses les habían enrostrado. Cantaron, ante
el silencio hostil del sector de Aristóbulo del Valle:
"Ya lo ve, ya lo ve / la Boca está bailando a
pedido de Isabel...".
A las 21, la población de Buenos Aires estaba en sus
casas: los diales de los aparatos se clavaban en canal 7;
por centésima vez, "dentro del profesionalismo".
Boca Juniors se enfrentaba con River Plate. Sólo el
teatro Maipo, en la calle Esmeralda, no mermó sensiblemente
su caudal de concurrentes. En la boletería, un caballero
que copiaba su imagen de viejo verde de la que creó
Enrique Serrano, sostenía: "Sí, ya sé
que hay partido... Pero, ¿qué le voy a hacer...?
Entre las gambas de Perfumo y las de Violeta Montenegro, ¡me
quedo con las de Violeta...!".
(La Opinión, 18 de abril de 1975)
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