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LIBERTAD
DEMITRÓPULOS
Por
Elena Luz González Bazán especial para
Villa Crespo Digital
24
de noviembre del 2016
BREVE
BIOGRAFÍA DE LA GRAN ESCRITORA ARGENTINA
Libertad
Demitrópulos, nace en Ledesma, provincia de Jujuy,
el 21 de agosto 1922, muere el 19 de julio de 1998 en
la ciudad de Buenos Aires.
A los 18 años comienza a ejercer como maestra
de escuela en su provincia natal, hasta que en 1940
viaja a la ciudad capital de la República para
estudiar Letras.
En 1978 publica una de sus novelas más trascendentes:
LA FLOR DE HIERRO y en 1981 una de las novelas más
maravillosas y dolorosas: RIO DE LAS CONGOJAS.
Se casa en 1951 con el poeta Joaquín Gianuzzi.
En 1997 recibe el Premio Borio Vian, por Río
de la Congojas.
Desde el punto de vista de sus motivaciones partidarias
fue peronista y escribe una biografía de Eva
Duarte de Perón, Evita, publicada en 1984. además
que trabaja en la Escuela Eva Perón donde conoce
a la primera dama.
Angela
Pradelli y Néstor Groppa hablan sobre Libertad
Demitrópulos.
"El yo de Libertad viajó, mutó,
se dispersó en historias de mujeres de distintas
épocas, tierras, razas y clases sociales, mujeres
que experimentaron las diversas peligrosidades de enunciarse
con un yo: heroínas, criollas, españolas,
indias, inglesitas engañadas. En esta construcción
variada y dispersa se sostiene en parte el valor de
su escritura". Nora Domínguez. Homenaje
a Libertad Demitrópulos, a 10 años de
su muerte.
"Leer a Libertad Demitrópulos es celebrar
el lenguaje (...). Demitrópulos esculpe una ciudad,
hace visible una época, recorre itinerarios perdidos,
saturados de maltratos, decretos, injusticias: supuestas
legalidades. Con esa materia destellante, (escribe)
como si necesitara hacer de la ciudad y los hombres
un molde para descubrir la silueta de ese inmenso Golem
que es la historia de un pueblo". Liliana Heer,
leído durante la entrega del Premio Boris Vian
1997, en la Librería Gandhi de Buenos Aires.
"Parados los tres (Demitrópulos, Giannuzzi,
Pradelli) al pie de la escalera que lleva al laboratorio,
Libertad me dijo que tenía prohibido subir y
me preguntó si no había un ascensor. Le
contesté que haría bajar a los alumnos
y que buscaríamos otro lugar para hacer la entrevista,
pero antes de terminar mi ofrecimiento, ella ya estaba
encaramada, aferrándose a la baranda con su mano
delgada. Le costó subir esos escalones de mármol
y en el último tramo de la escalera buscó
mi brazo. Pero ni bien entramos al laboratorio donde
nos esperaban más de 150 alumnos me soltó.
Me dijo que le gustaba tanto estar ahí. Tantos
jóvenes, repetía mientras avanzaba por
el pasillo para sentarse enfrente de los alumnos y parecía
que todos esos estudiantes allí reunidos para
escucharla alcanzaba para justificar el esfuerzo que
había sido subir". Ángela
Pradelli. Libro de lectura. Emecé, 2006.
"Podemos
decir que escribe iluminando lo que elige",
afirma Néstor Groppo.
Entre otras se sus obras podemos destacar: Los Comensales,
novela, Un piano en Bahía Desolación,
también novela, Poesía Tradicional Argentina,
poemas, Quién pudiera llegar a Ma-Noa. Crónica
histórica, entre otras.
Entregamos
CAUTIVAS
Uno
de los problemas sociales y políticos que tuvo
por escenario la frontera interior con el indio durante
el siglo pasado es un campo de gran riqueza para la
persona que investiga la literatura, fundamentalmente
la narrativa, aunque también el tema haya interesado
a la poesía. El origen del cautiverio de la mujer
como prenda de canje, rescate o como objeto del deseo
debe buscarse en la secular disputa por la posesión
de la tierra desde la llegada de los conquistadores.
Fue una experiencia límite vivida por miles de
mujeres de la campaña argentina, también
un campo de observación del comportamiento femenino
en relación con un hecho de violencia en su más
alta expresión ya que se trataba del cautiverio
físico, mental, cultural, religioso y moral de
mujeres que fueron arrancadas de su contexto histórico
y social y abandonadas a su suerte, verdadera muerte
en vida. Ese comportamiento puede ser seguido en diversas
obras literarias donde las cautivas, salvo alguna excepción,
llevadas por la desilusión que les produjo el
abandono en el desierto por su propia sociedad de origen
prefirieron seguir soportando la vida en las tolderías
antes que volver avergonzadas, sin los hijos habidos
con el indio, a integrarse a la comunidad que tan poco
hiciera por recuperarlas.
Antecedentes
El
problema de mujer cautiva quedó planteado desde
el momento de la llegada de los españoles y sedujo
desde el comienzo a escritores coloniales. Martín
del Barco Centenera, en su poema La Argentina, permite
leer un drama tensional protagonizado por la doncella
blanca española y la mujer guaraní, víctimas
ambas de la lucha por el poder y la tenencia de la tierra.
Así describe a “aquesta Ana Valverde /
de dorados cabellos maldiciendo / las flechas y los
dardos, la crudeza / del indio Mañuá que
así ha robado / al mundo de virtudes un dechado”.
Pero también los blancos cautivaban a indias
y del Barco Centenera aconseja que para apresar al indio
“prenderles las mujeres que prendidas / darán
en trueque de ellas dos mil vidas”. Hace observaciones
sobre la intimidad del indígena con respecto
a sus mujeres: “Es cosa de notar de aquesta gente
/ en cómo a su mujer ama el marido / que ni hijos
ni padres, ni pariente / venir tras su mujer muy diligente
/ el indio con tristeza lastimera / por verse sin su
dulce compañera”. Ruy Díaz de Guzmán,
relata la historia de Lucía Miranda, mujer blanca
proveniente del mundo llamado “civilizada”
y Siripo su captor “bárbaro”. María,
de La cautiva escrito por Esteban Echeverría
es vista con los ojos de un romántico, pues ella
no es solamente cautiva de los indios, de los cuales
consigue liberarse, sino también de la tierra,
de la extensión, del desierto y de su bárbara
soledad. También José Hernández
tiene su cautiva y en su poema Martín Fierro
asoma una expresión nueva: la intervención
de la identidad hispano-mestiza, puesto que esta cautiva
es salvada por el gaucho Martín Fierro.
Las cautivas de carne y hueso
Hemos
de circunscribirnos a la época de la Confederación
Argentina que es cuando el problema se agudiza y las
cautivas dejan de ser idealizaciones para transformarse
en mujeres concretas, identificables, con nombre y apellido,
originarias de lugares también concretos llamados
Río IV, 25 de Mayo, Pergamino, Santa Fe, Bahía
Blanca, Santiago del Estero, Córdoba, etc. El
país se ha divido en dos áreas enfrentadas:
la Confederación Argentina y el Estado de Buenos
Aires. Desatada la lucha entre porteños y federales,
ambas políticas dieron como resultado la conformación
de una tercera fuerza que había estado contenida,
representada por la marejada de malones. El centro de
operaciones de la embestida indígena era la hegemonía
de Calfucurá. Dos políticas diferentes
se delinearon: la de Buenos Aires que enfrentó
los ataques con la misma intensidad y por medio de las
armas, y la de la Confederación que buscó
la negociación a través de hábiles
intermediarios a fin de asegurar la paz con los caciques
y sus tribus y afirmar la línea de frontera que
había retrocedido donde se encontraba varias
décadas atrás. Buenos Aires y la Confederación
se acusaban de la responsabilidad de la guerra del malón.
Los indios, por su parte, aprovechaban la coyuntura
para intensificar sus ataques sin dejar de acordar con
ambos bandos tratados beneficiosos para su política
territorial y comercial, especialmente subvenciones
en dinero y especies. Es entonces cuando una cautiva
desde el desierto escribe una carta. Se trata de un
valioso documento escrito por Paulina Belascuen dirigido
a su hermano residente en Córdoba. La carta fue
llevada a su destinatario por un amigo del indio en
cuyo poder estaba prisionera. Dice: “Tierra adentro.
Paulo Belascuen. Hermano: Te aviso la desgracia que
hemos tenido, nos han llevado los indios de Baigorria
a mí, a Micaela, Pepa, Sinforosa, Manuela, Alustiza,
Hilaria y Secundina Pereyra. Te suplico, hermano, que
te valgas del señor gobernador Díaz para
que nos pida a Urquiza, y harás saber a mi tata
cuanto antes para que se empeñe con el señor
Taboada. Paulina Belascuen”. Esta carta hizo un
largo y azaroso recorrido. Desde Tierra Adentro fue
a San Luis, de allí a Córdoba, luego a
Santiago del Estero y de allí a Paraná
para llegar finalmente a San José, residencia
de Urquiza. Pero Paulina Belascuen nunca fue rescatada.
El historiador Juan Severino López dice que la
invasión a 25 de Mayo significó el cautiverio
de más de quinientas mujeres. “Lo más
precioso de su botín era un lote de cautivas
que habían apresado a orillas del pueblo aunque
también capturaron algunas pertenecientes de
familias principales”.
Los caciques Catriel y Calcufucurá habían
derrotado a las huestes porteñas en Sierra Chica
y el joven cacique Yanquetruz aniquiló por su
parte a otro grueso de tropas dirigidas por el coronel
Nicolás Otamendi. A continuación Calcufurá
derrotó al general hornos en San Jacinto, lugar
próximo al arroyo Tapalqué. Estos brillantes
triunfos dieron tal prestigio a Calfucurá que
la Confederación India por él organizada
llegó a cubrir un área de más de
60.000 km2. Buenos Aires cambió entonces su política
de guerra y entró en tratados de paz con los
caciques Catriel y Juan Manuel Cachul, luego con Yanquetruz.
Una maniobra para quebrar la gran Confederación
India. Las cautivas se encontraban dentro de la política
acordada por los gobiernos blanco e indígena.
Si lograban entrar en alguno de los tratados de paz
eran, no obstante, retenidas en el desierto para poder
negociar ante cualquier fisura o mayor exigencia indígena.
Y así envejecían en el cautiverio. Donde
no había tregua –o sea, en las tribus de
Calfucurá– imposible soñar con un
rescate. Los gobiernos y la sociedad olvidaban a las
cautivas. En su libro Del Plata a los Andes cuenta el
escritor Arnold Mayer que al pasar por la desolada llanura
de Santa Fe en un paraje llamado La Candelaria descendió
en una posta. Allí “una vieja mujer, único
habitante del bello sexo que habían perdonado
del cautiverio los indios y dos hijos suyos, nos recibieron.
Esta pobre mujer que había sido despojada de
dos hijas suyas, inútilmente rogó a los
salvajes la llevaran a las tolderías junto con
ellas pero los bárbaros la despreciaron por su
vejez. En cada invasión que hacen por allí,
ella sale a preguntarles por el malogrado fruto de sus
entrañas y a suplicarles de rodillas la lleven
de esclava, pero en vano”.
Cuando
Lucio V. Mansilla visitó –para firmar un
tratado de paz– la Tierra Adentro de los ranqueles
y penetró hasta las mismas tolderías allí
se encontró con numerosas cautivas pertenecientes
a distintos caciques y capitanejos. Habló con
ellas, les preguntó sus nombres y el lugar de
origen. Muchas le contaron sus sufrimientos y cuando
Mansilla interrogó a una de ellas cómo
le iba, ésta le dijo: “Antes, cuando el
indio me quería, me iba muy mal, porque las otras
mujeres y las chinas me mortificaban mucho; en el monte
me agarraban entre todas y me castigaban. Ahora, que
ya el indio no me quiere, me va muy bien, todas son
amigas mías”. La madre del cacique Baigorrita
fue una cautiva natural del Morro, por eso Baigorrita
tenía una fisonomía de tipo español.
Al visitar el toldo de Epumer, Mansilla observó
que este cacique tenía una sola mujer y varias
hijas con ella. En el mismo toldo encontró otras
cautivas y conversó con ellas: “¿Cómo
les va, hijas? Muy bien, señor, contestaron.
¿No tienen ganas de salir? No, contestaron y
se ruborizaron. Epumer dijo entonces: Si tienen hijos
y no les falta hombre! Las cautivas añadieron:
Nos quieren mucho. Una de ellas agregó: Ojalá
todas pudieran decir lo mismo, gúeselencia!”
Echeverría y Hernández hablan con compasión
de la mujer cautiva, pero Mansilla, que convivió
con ellas, que las conoció y trató a lo
largo de su itinerario, informa sobre un número
considerable presentándolas siempre como mujeres
realistas descreídas del mundo llamado “civilizado”,
superando la frustración y la esperanza de salir
del desierto, dueñas de una gran capacidad de
adaptación al medio en el que tuvieron que sobrevivir.
En el entrevero de una lucha a sangre y fuego entablada
entre las fuerzas del poder, ellas quedaban en medio
del campo desvalidas, disponiendo apenas de sus cuerpos
como único recurso de expresión y transacción.
El desierto es el escenario donde la literatura, pero
fundamentalmente la narrativa, capta una grieta del
fenómeno bélico, un flanco donde la mujer
es la víctima y el precio a pagar en el conflicto
de poderes. Marginal de ambas fronteras, ella prefiere
finalmente plantarse en la realidad y olvidar el mundo
que la había olvidado.
FUENTES:
páginas varias de escritores nacionales y fuentes
propias.
Caracteres:
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