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LEOPOLDO
MARECHAL Y CASTINEIRA
DE DIOS
BREVE
BIOGRAFÍA DE LEOPOLDO MARECHAL
Por
Elena Luz González Bazán especial para
Villa Crespo Digital
25
de octubre del 2016
Nace
en Buenos Aires, el 11 de junio de 1900 y muere el 26
de junio de 1970, dejando una obra literaria que comprende
poesía, novelas, teatro y ensayos. Fue maestro
y profesor de enseñanza secundaria. En los cursos
de cultura católica fue adoctrinado en teorías
platónicas y aristotélicas que, aplicadas
por él a la estética, se reflejan en sus
novelas y ensayos de la madurez, pero que ya habían
sido anticipadas por su ensayo "Descenso y ascenso
del alma por la belleza" (1939). En este libro
Marechal revela la influencia que sobre sus teorías
ejercieron las lejanas figuras de San Isidoro, San Agustín
y Platon.
Es
dable destacar que en la primera etapa de su vida literaria
prevaleció la poesía.
Pero,
Marechal fue narrador, poeta, dramaturgo y ensayista
argentino vinculado inicialmente al vanguardismo, aunque
luego se orientó hacia posturas filosóficas
neoplatónicas y de carácter nacionalista,
es el autor de la importante novela Adán Buenosayres
(1948).
Aunque
esencialmente porteño, Marechal mantuvo estrecho
contacto con la vida rural de Maipú, ciudad de
la provincia de Buenos Aires, a la que iba a visitar
a su tío, acompañándolo en sus
viajes por el interior. Allí le llamaban "Buenos
Aires", nombre que adoptaría para el protagonista
de su famosa novela.
El
poema que entregamos pertenece a Castiñeira de
Dios…
BREVE
BIOGRAFÍA DE JOSÉ MARÍA CASTINÑEIRA
DE DIOS
Nace
el 30 de marzo de 1920 en Ushuaia, provincia de Tierra
del Fuego. Muere el 2 de mayo del 2015.
Fue poeta, escritor, funcionario público en el
campo de la Cultura. Su maestro fue Leopoldo Marechal.
A
los 18 horas y hasta su desaparición física
produjo más de 20 libros, entre ellos: Del ímpetu
dichoso (1942), por el que obtuvo el Primer Premio de
Literatura de la Ciudad de Buenos Aires,
En el 2009 publicó su obra completa en poesía
en un tomo que tituló Obra, 1938 - 2008, y que
editó la Universidad Nacional de Lanús.
Es
considerado uno de los poetas más representativos
de la "Generación del 40".
En 1983 la Sociedad Argentina de Escritores le otorgó
la “Faja de Honor” por su producción
literaria y en 2003 el Gran Premio de Honor “por
su obra literaria, su permanente apoyo a los escritores
argentinos, su desempeño como Presidente de la
Sociedad Argentina de Escritores y su ejemplaridad ética”,
se dicen en los considerandos.
En
el 2003 la Legislatura de la provincia de Buenos Aires
le otorgó el premio Martín Fierro “por
su trayectoria literaria y su invalorable aporte a la
cultura bonaerense”. También en 2003, la
Fundación Argentina para la Poesía le
otorgó el Gran Premio de Honor “por su
valiosa e importante trayectoria y por el aporte que
ello ha significado en el desarrollo de nuestra cultura”.
Posteriormente
es galardonado por la Cámara de Diputados de
la Nación, el Instituto Nacional Sanmartiniano
y la Legislatura de Ushuaia. También en la Legislatura
de la Ciudad de Buenos Aires y el Senado de la Nación.
Un ferviente militante del peronismo desde tiempos de
Perón fue admirador de Leopoldo Marechal.
AMISTAD
CON LEOPOLDO MARECHAL
Se
conocieron desde 1949, entablaron una amistad profunda
y cuando fallece, Leopoldo Marechal, le escribe este
Responso…
FUENTES: varias y propias.
Caracteres:
8703
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RESPONSO
PARA MI MAESTRO LEOPOLDO MARECHAL
POR
JOSÉ MARÍA CASTIÑEIRA DE DIOS
No
con llantos ni pena te despido, maestro.
Yo no sería digno
de tu pedagogía
si tan sólo una lágrima de amargura o
de sal
derramara en tu muerte.
Allá entre las billardas de la infancia me diste
una lección alegre como el rostro de Dios
y rompiste en mi crisma
las albricias del júbilo.
Entonces me dijiste:
la muerte es un viaje
del nacer, una alegre
travesía hacia el día de la resurrección;
que lloren los que quieren
viajar sin pasaje,
sin pagarle al Señor sus peajes de amor;
esos son saltamontes o “colados” del Cielo.
No sé si estas palabras
fueron tuyas o mías;
brincan ante los ojos absortos de mi alma
como el gozo del fuego
o como el resplandor de los relámpagos
en la celebración de las tormentas.
Es que, caro maestro,
no me sentaste en vano sobre tus dos rodillas
- las del alma y del canto -
en esos patios escolares
donde te tuve a tiro
y solté de mis hondas los versos iniciales
que te hicieron mirarme con lástima y amor
porque nacía ante tus ojos
un destino de llanto.
(Mi responso no quiere ser un paño de lágrimas.)
II
Perdoname si ahora
me apeo del respeto protocolar que siempre
te rendí con el gesto de un aprendiz machucho
y entro familiarmente a tutearte y palmearte,
ya que somos dos muertos:
vos andás remontando tu ascenso hacia la vida;
yo llevo en las valijas del alma el contrabando
de una muerte ordinaria.
(Mi responso no quiere ser un paño de lágrimas.)
III
Y ahora mano a mano, maestro,
hemos quedado.
Parlemos de las cosas que acanalamos juntos
con ese amor indescifrable
del ebanista y la madera;
la Patria, por ejemplo, que nos hurtó avarienta
sus lujos litográficos.
No fue para nosotros esa gorda gloriosa
de las viejas estampas;
de niño me mostraste sus pechos verdaderos
reventones de espigas y carnaza;
su leche, me dijiste, sabe a mieles y acíbar.
La Patria fue en tu sueño
de alfarero una tierra de moldear día a día,
fue «un dolor sin bautismo»
y una alondra en la espera de su primer gorjeo.
La Patria, me dijiste, “ha de ser una hija
y un miedo inevitable”.
Y yo te vi abrigarla como a una niña pobre,
desnuda en su pavor,
como si presagiaras
la muerte numerosa que cayó entre los nuestros
y el castigo impiadoso de las persecuciones.
(Mi responso no quiere ser un paño de lágrimas.)
IV
También te vi reír
junto a los asadores
y saltaba tu pipa, como un clown, en tu boca,
mientras templabas la amistad
y su hierro candente
con la sabiduría
de tu abuelo el herrero de las aguas cantábricas.
Y te vi engayolar, febrilmente, a las Musas
en tu exilio porteño
de la avenida Rivadavia, solo con Elbiamor,
cuando ardían las hojas de tu otoño y
caían
las últimas escamas de tu vida ordinaria
y empalomabas las palabras
en el edén que te inventaste
para rajar del mundo.
(Mi responso no quiere ser un paño de lágrimas.)
V
Y yo te vi, maestro
de guardapolvo blanco,
acariciar las ancas de la Patria en los mapas,
y te vi cabalgar su hermosura piafante,
firmes tus piernas sobre el lomo arisco,
calzados tus talones con espuelas de bronca
como si la incitaras a saltar,
tensa en su exaltación, hacia días mejores.
Cuarenta ojos infantiles
eran tus aparceros y argonautas
en esos días escolares,
y yo estaba entre ellos
y te rodeaba con mis brazos como a un árbol sonoro
para robar tus frutos
y el rumor de tu sombra.
(Mi responso no quiere ser un paño de lágrimas.)
VI
Recuerdo aquella tarde
cuando el sol dibujaba sus rayuelas brillantes
sobre los patios grises de la escuela de Trelles:
yo te vi levantar los dos brazos al cielo,
y eran como aleluyas,
y eran como dos naves con las velas al viento,
y eran, tal vez, dos aves que soltó el Paraíso.
Y entonces me dijiste:
Has de saber, muchacho,
que tendrá más espinas que flores tu viaje;
que el poeta es tan sólo
un voceador de Dios, y tu oficio es vocear
con un gesto de garza
que juega el equilibrio sobre una sola pata.
Has de saber, Joseph,
esta regla dorada de la Hermana Pobreza.
Ahora despepita
las uvas (¡y están verdes!)
de la risa y el canto;
tenga tu marcha el aire de un caballo pasuco,
bello como la estampa de un pájaro que hablara
y lánzate hacia el mundo: ¡toda la luz
es tuya!
Yo escuché esas palabras como una epifanía;
aún las guardo, entre migas de pan, en mis bolsillos
(Mi responso no quiere ser un paño de lágrimas.)
VII
Desde mis muchos años
puedo dar vuelta al tiempo, su clepsidra de arena,
y verte como acaso me viste y contemplarte
como un hijo que advierte que su padre es un niño
en los pañales de su corazón,
y quiere preservarlo
de penas y dolores
y limpiarle de piedras el camino y pedirle
que se cuide de todo
y especialmente de la vida
y de su herida absurda.
¡Ah, si acaso pudiera
desovillar el tiempo!
Tal vez te aconsejara
retornar al exilio
y montar nuevamente
aquel centauro inaugural
que un día jineteaste
bajo el signo imperioso de nuestra Cruz del Sur.
Tal vez te aconsejara
partir de nuevo, Adán,
a reventar la noche
y alborear esas calles que dan a los suburbios,
para alzar del olvido sus destinos frustrados.
¡Ah, si acaso pudiera
librarte de maldades,
para que sólo fueras
esa guitarra ardiente
que rasgueabas en medio
de un colmenar de sordos y transeúntes distraídos!
(Mi responso no quiere ser un paño de lágrimas.)
VIII
Ha llegado la hora de decirte “hasta luego”.
Quiero, amado maestro,
dejar así las cosas como fueron y son
-“sólo es fatal en nuestra patria joven”-
y alzar mi vaso lleno de buen vino carlón
y decirte: Maestro,
¡hasta que llegue el día
de juntarnos allí donde nadie hace sombra!
(Buenos Aires querido, guárdalo en tu memoria.) |