26 DE AGOSTO DE 1914
NACE JULIO CORTÁZAR
Por Elena Luz González Bazán especial para Villa Crespo Digital
30 de agosto del 2021 * 8 de agosto del 2018
El nacimiento de Julio Cortázar, uno de los escritores latinoamericanos más importantes del siglo XX, se produce en Bélgica, sus padres argentinos, pero él nace en el país europeo en medio del estallido de la Primera Guerra Mundial. La familia permaneció en Europa, se refugiaron en Suiza y en España, mientras se desarrollaba la contienda. Cuando finalizó la Gran Guerra, regresaron a la Argentina y se establecieron en Banfield, provincia de Buenos Aires, donde Julio pasó su infancia.
En 1932 obtuvo el título de maestro normal y luego el de profesor. Por entonces devoraba literatura, daba clases en distintos colegios y escribía narraciones, poemas y ensayos.
En 1938 editó su primer poemario, “Presencia”.
En 1944 se trasladó a Mendoza para dar clases en la Universidad Nacional de Cuyo, allí también intervino políticamente, manifestándose en contra del ascenso de Perón. Tanto fue así que, cuando asumió el líder político, renunció a su cargo universitario. Este año publicó “La otra orilla”, el primer volumen de sus relatos.
Algún tiempo después comenzó a estudiar el traductorado de inglés y francés, oficio en el que se destacó y que lo ayudaron en su vida en Francia. Por entonces publicó “Los reyes”, una pieza de teatro que llevaba su firma, las obras anteriores estaban firmadas con seudónimos.
Luego de varios rechazos de las editoriales y la disconformidad con el gobierno, Cortázar dejó la Argentina y se estableció en París como traductor de la UNESCO.
Pero siguió escribiendo en español. Desde entonces editó sus obras más reconocidas: “Final del juego”, “Las armas secretas”, “Los premios”, “Historias de cronopios y de famas” y “Rayuela”. Esta última, de gran éxito editorial, le dio fama internacional y lo lanzó como puntal de lo que luego se conocería como el “boom” de la literatura latinoamericana.
En 1961, a poco de la revolución cubana, viajó a La Habana, experiencia que sería capital en su vida y que lo acercó definitivamente al mundo político.
En los próximos años continuó publicando con el espíritu crítico y lúdico que caracterizó a su obra. Se casó tres veces: con Aurora Bernárdez, Ugné Karvelis y Carol Dunlop. Enfermo de leucemia, murió en París en 1984.
JULIO CORTÁZAR
CONTINUIDAD DE LOS PARQUES
CUENTO
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
FUENTES: varias y fuentes propias.
*Primera versión el 8 de agosto del 2018. Corregida y ampliada.
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