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ENTREGAMOS
ALGO DE LA OBRA POÉTICA DE ALFREDO RODOLFO BUFANO
SONETO DEL DIVINO AMOR
Amor
es éste que por time abrasa;
amor es éste que hacia ti me impele;
amor es éste que de amor se duele
en amado dolor que nunca pasa.
Amor
en éste que se da sin tasa,
como nunca en la vida darse suele;
amor que estoy temiendo que se vuele,
porque sin él la muerta fuera escasa.
Amor,
y extraño amor, este amor mío,
silencioso y profundo como un río,
que corre interminable y caudaloso.
Amor que nada pide y nada espera;
amor que es como un lago sin ribera
bajo un cielo piadoso.
CRECIENTE
Lento
bajaba el río como siempre,
entre sauces, arabias y jarillas.
La
tarde estaba quieta en las montañas,
azul y quieta, como adormecida.
Mas
poco a poco, grandes nubes negras
de las cumbres, fantásticas, surgían,
se abalanzaban por el cielo claro
como una loca y trágica tropilla;
y sobre el monte cárdeno y los árboles
torva zalea entretejiendo iban.
Rompió
el trueno montés su gran matraca
contra la cordillera anochecida;
y el relámpago abrió su rosa inmensa,
roja, morada, verde y amarilla.
Rompió a llover. Rompió a llover en forma
que el cielo con la tierra se perdía.
El
sonoro Diamante fue creciendo
y al rato era una sierpe enloquecida
que iba hinchando su lomo tenebroso
hasta romper bramando las orillas.
Sobre
las turbias, poderosas aguas,
como si fueran deleznables briznas,
boyaban algarrobos y chañares,
matas de jumes, zampas, altamisas,
y cuanto halló al pasar la inmensa boa
que de la cumbre al llano se extendía.
Pasó
el instante de terror. Ahora
como una agreste y dulce margarita,
sobre el cuadro cerril recién pintado
la clara estrella de la tarde brilla.
Presencia
de Cuyo, 1940
EL
MILAGRO
Por
los viñedos venía
bañada en oro de siesta.
Por los viñedos venía
la tumultuosa morena.
Pulpa
de aurora la boca,
¡para la sed, qué represa!
los ojos como dos llamas;
las mejillas dos frambuesas,
desnudos hasta los hombros
los brazos color de arena;
por las rodillas las faldas,
agresivas las caderas;
su tez gladiolo y jacinto,
y el pelo de madreselvas.
Por
los viñedos venía
radiante en oro la siesta,
por los caminos dejaba
olor de fruta tras ella.
Salióle
al paso Nahuel
con su agria cara de fiera.
Como reseco lagarto
pegado en la faz siniestra,
tiene una ancha cicatriz
desde la boca a la oreja.
Por
lo viñedos venía,
manzana y sol, la morena.
Nahuel
la siente llegar
cual viento de primavera,
tiemblan sus manos velludas,
sus belfos húmedos tiemblan,
y su ancha cara de tigre
se tuerce en lúbrica mueca.
Blanca
se ha puesto la niña
como la leche de almendra.
Nahuel
la ataja con furia,
la toma con manos férreas;
su áspera boca barbada
pone los labios en ella.
La
voz se le fue a la moza
como una avecilla trémula.
Una
paloma en el aire
de pronto revolotea;
trae un puñal en el pico
la milagrosa viajera.
El arma pone en la mano
dulce, dorada y pequeña.
En un abrazo profundo
la moza a Nahuel aprieta,
y por la espalda taurina
la hoja helada le entra.
Con
negra sangre de lobo
se humedecieron las hierbas.
RANCHO
MENDOCINO EN TIERRA DE HUARPES
Sobre
oscuras esteras de trenzada totora
el sol de otoño seca, tuerce, comprime, dora
uvas, higos, ciruelas, duraznos opulentos
y zapallos y choclos y sartas de pimientos.
De
la pared de adobe, del clavo de una estaca
penden ramos de oréganos, de cedrón y albahaca.
En
el corral cercano una mujer trigueña
con otoñal cachaza la dócil vaca ordeña.
Cuatro
chiquillos sucios juegan a la pallana
sentados en el suelo, en plena resolana.
Por
el desierto patio, bajo el sol amarillo,
cruza lenta una flaca gallina con moquillo.
De
tapia en tapia, en tanto, una leve ratona
con breves notas finas su ubicuidad pregona.
Y
a la puerta del rancho, un perro macilento,
lleno de garrapatas duerme su aburrimiento.