Si supiese qué es lo que estoy haciendo, no le llamaría investigación, ¿verdad? Albert
Einstein
MARIO BENEDETTI |
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MEMORIA ELECTRÓNICA 6 de junio del 2014
A Esteban le agradaba sobremanera incorporar sus poemas a la memoria electrónica. Después sólo para disfrutar, no sólo del sorprenderte aparato sino también de su propia poesía, presionaba las teclas mágicas y aquel prodigioso robot escribía, escribía, escribía. Esteban (26 años, soltero, 1.70 de estatura, pelo negro, ojos verdes) vivía solo. Le gustaban las muchachas, pero era anacrónicamente tímido. La verdad es que se pasaba planificando conquistas, pero nunca encontraba en sí mismo el coraje necesario para llevarles a cabo. No obstante, como todo vate que se precie debe alguna vez escribir poemas de amor, Esteban Ruiz decidió inventarse una amada (la bautizó Florencia) y había creado para ella una figura y un carácter muy concretos y definidos, que sin embargo no se correspondían con los de ninguna de las muchachas que había conocido, ni siquiera de las habituales clientas jóvenes, elegantes y frutales, que concurrían a la sección Valores por cobrar. Fue así que surgieron (y fueron inmediatamente incorporados a la memoria de la Canon S - 60) poemas como “Tus manos en mí”, “De vez en cuando hallarte”, “Tu mirada es anuncio”. La memoria electrónica llegaba a admitir textos equivalente a 2000 espacios (que luego podían borrarse a voluntad) y él le había entregado un par de poemas de su serie de amor/ficción. Pero esos pocos textos le bastaban para entretenerse todas las tardecitas, mientras saboreada su jerez seco, haciendo trabajar a la sumisa maquinita, que otra vez imprimía y volvía a imprimir sus breves y presuntas obras maestras. Ahora bien, sabido es que la poesía amorosa (aun la destinada a una amada incorpórea) no ha de tratar pura y exclusivamente de la plenitud del amor, también debe hablar de sus desdichas. De modo
que el joven poeta decidió que Florencia lo abandonara, claro
que transitoriamente, a fin de que él pudiera depositar en pulcros
endecasílabos la angustia y el dolor de esa ruptura. Y así
fue que escribió un poema (cuyo título se le ocurrió
al evocar una canción que años atrás había
sido un hit pero que él confiaba estuviese olvidaba), un poema
que le pareció singularmente apto para ser incorporado a la fiel
memoria de su imponderable Canon S -60. Ya Aníbal había pronunciado varios ¡oh! Ante las novedosas variantes de la maquinita, cuando Esteban decidió pasmarlo de una vez para siempre con una sencilla demostración de la famosa memoria. Colocó en la maquinita con toda parsimonia un papel en blanco, presionó las teclas consabidas y de inmediato se inició el milagro. El papel comenzó a poblarse de elegantes caracteres. El cassette de la impresora iba y venía, sin tomarse una tregua, y así fueron organizándose las palabras del poema: ¿Por
qué te vas? ¿O es sólo una amenaza? Al concluir el último verso, Esteban se volvió ufano y sonriente hacia su buen amigo a fin de recoger su previsible admiración, pero he aquí que la maquinita no le dio tiempo. Tras un brevísimo respiro, continuó con su febril escritura, aunque esta vez se tratara de otro texto, tan novedoso para Aníbal como para el propio Esteban: ¿Quieres
saber por qué? Pues te lo digo; |
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