DEL
QUE NO SE CASA
ROBERTO
ARLT
Producción
Villa Crespo Digital
26
de octubre del 2014
Yo
me hubiera casado. Antes sí, pero ahora no. Quién
es el audaz que se casa con las cosas como están hoy?
Yo
hace ocho años que estoy de novio. No me parece mal, porque
uno antes de casarse "debe conocerse" o conocer al otro,
mejor dicho, que el conocerse uno no tiene importancia, y conocer
al otro, para embromarlo, sí vale.
Mi
suegra, o mi futura suegra, me mira y gruñe, cada vez que
me ve. Y si yo le sonrío me muestra los dientes como un mastín.
Cuando está de buen humor lo que hace es negarme el saludo
o hacer que no distingue la mano que le extiendo al saludarla, y
eso que para ver lo que no le importa tiene una mirada agudísima.
A
los dos años de estar de novio, tanto "ella" como
yo nos acordamos que para casarse se necesita empleo, y si no empleo,
cuando menos trabajar con capital propio o ajeno.
Empecé
a buscar empleo. Puede calcularse un término medio de dos
años la busca de empleo. Si tiene suerte, usted se coloca
al año y medio, y si anda en la mala, nunca. A todo esto,
mi novia y la madre andaban a la greña. Es curioso: una,
contra usted, y la otra, a su favor, siempre tiran a lo mismo. Mi
novia me decía:
-Vos
tenés razón, pero cuándo nos casamos, querido?
Mi
suegra, en cambio:
-Usted
no tiene razón de protestar, de manera que haga el favor
de decirme cuándo se puede casar.
Yo,
miraba. Es extraordinariamente curiosa la mirada del hombre que
está entre una furia amable y otra rabiosa. Se me ocurre
que Carlitos Chaplín nació de la conjunción
de dos miradas así. E1 estaría sentado en un banquito,
la suegra por un lado lo miraba con fobia, por el otro la novia
con pasión, y nació Charles, el de la dolorosa sonrisa
torcida.
Le
dije a mi suegra (para mí una futura suegra está en
su peor fase durante el noviazgo), sonriendo con melancolía
y resignación, que cuando consiguiera empleo me casaba y
un buen día consigo un puesto, qué puesto ... ! ciento
cincuenta pesos!
Casarse
con ciento cincuenta pesos significa nada menos que ponerse una
soga al cuello. Reconocerán ustedes con justísima
razón, aplacé el matrimonio hasta que me ascendieran.
Mi novia movió la cabeza aceptando mis razonamientos (cuando
son novias, las mujeres pasan por un fenómeno curioso, aceptan
todos los razonamientos; cuando se casan el fenómeno se invierte,
somos los hombres los que tenemos que aceptar sus razonamientos).
Ella aceptó y yo tuve el orgullo de afirmar que mi novia
era inteligente.
Me
ascendieron a doscientos pesos. Cierto es que doscientos pesos son
más que ciento cincuenta, pero el día que me ascendieron
descubrí que con un poco de paciencia se podía esperar
otro ascenso más, y pasaron dos años. Mi novia puso
cara de "piola", y entonces con gesto digno de un héroe
hice cuentas. Cuentas. claras y más largas que las cuentas
griegas que, según me han dicho, eran interminables. Le demostré
con el lápiz en una mano, el catálogo de los muebles
en otra y un presupuesto de Longobardi encima de la mesa, que era
imposible todo casorio sin un sueldo mínimo de trescientos
pesos, cuando menos, doscientos cincuenta. Casándose con
doscientos cincuenta había que invitar con masas podridas
a los amigos.
Mi
futura suegra escupía veneno. Sus ímpetus llevaban
un ritmo mental sumamente curioso, pues oscilaban entre el homicidio
compuesto y el asesinato simple. Al mismo tiempo que me sonreía
con las mandíbulas, me daba puñaladas con los ojos.
Yo la miraba con la tierna mirada de un borracho consuetudinario
que espera "morir por su ideal". Mi novia, pobrecita,
inclinaba la cabeza meditando en las broncas intestinas, esas verdaderas
batallas de conceptos forajidos que se largan cuando el damnificado
se encuentra ausente.
Al
final se impuso el criterio del aumento. Mi suegra estuvo una semana
en que se moría y no se moría; luego resolvió
martirizar a sus prójimos durante un tiempo más y
no se murió. Al contrario, parecía veinte años
más joven que cuando la conociera. Manifestó deseos
de hacer un contrato treintanario por la casa que ocupaba, propósito
que me espeluznó. Dijo algo entre dientes que me sonó
a esto: "Le llevaré flores". Me imagino que su
antojo de llevarme flores no llegaría hasta la Chacarita.
En fin, a todas luces mi futura suegra reveló la intención
de vivir hasta el día que me aumentaran el sueldo a mil pesos.
Llegó
el otro aumento. Es decir, el aumento de setenta y cinco pesos.
Mi
suegra me dijo en un tono que se podía conceptuar de irónico
si no fuera agresivo y amenazador:
-Supongo
que no tendrá intención de esperar otro aumento.
Y
cuando le iba a contestar estalló la revolución.
Casarse
bajo un régimen revolucionario sería demostrar hasta
la evidencia que se está loco. O cuando menos que se tienen
alteradas las facultades mentales.
Yo
no me caso. Hoy se lo he dicho:
-No,
señora, no me caso. Esperemos que el gobierno convoque a
elecciones y a que resuelva si se reforma la constitución
o no. Una vez que el Congreso esté constituido y que todas
las instituciones marchen como deben yo no pondré ningún
inconveniente al cumplimiento de mis compromisos. Pero hasta tanto
el Gobierno Provisional no entregue el poder al Pueblo Soberano,
yo tampoco entregaré mi libertad. Además que pueden
dejarme cesante.