LA
PENA DE MUERTE
MARÍA
ELENA WALSH
Producción
de Villa Crespo Digital
25
de octubre del 2014. Actualizado el 7 de mayo del 2018
Fui
lapidada por adúltera. Mi esposo, que tenía manceba
en casa y fuera de ella, arrojó la primera piedra, autorizado
por los doctores de la ley y a la vista de mis hijos. Me arrojaron
a los leones por profesar una religión diferente a la del
Estado. Fui condenada a la hoguera, culpable de tener tratos con
el demonio encarnado en mi pobre cuzco negro, y por ser portadora
de un lunar en la espalda, estigma demoníaco.
Fui
descuartizado por rebelarme contra la autoridad colonial. Fui condenado
a la horca por encabezar una rebelión de siervos hambrientos.
Mi señor era el brazo de la Justicia. Fui quemado vivo por
sostener teorías heréticas, merced a un contubernio
católico-protestante.
Fui
enviada a la guillotina porque mis Camaradas revolucionarios consideraron
aberrante que propusiera incluir los Derechos de la Mujer entre
los Derechos del Hombre. Me fusilaron en medio de la pampa, a causa
de una interna de unitarios.
Me
fusilaron encinta, junto con mi amante sacerdote, a causa de una
interna de federales.
Me
suicidaron por escribir poesía burguesa y decadente.
Fui
enviado a la silla eléctrica a los veinte años de
mi edad, sin tiempo de arrepentirme o convertirme en un hombre de
bien, como suele decirse de los embriones en el claustro materno.
Me arrearon a la cámara de gas por pertenecer a un pueblo
distinto al de los verdugos.
Me
condenaron de facto por imprimir libelos subversivos, arrojándome
semivivo a una fosa común.
A
lo largo de la historia, hombres doctos o brutales supieron con
certeza qué delito merecía la pena capital. Siempre
supieron que yo, no otro, era el culpable. Jamás dudaron
de que el castigo fuera ejemplar.
Cada
vez que se alude a este escarmiento, la Humanidad retrocede en cuatro
patas.
Publicado
por primera vez en el diario Clarín (Buenos Aires), 12 de
septiembre de 1991.