HIPÓLITO
YRIGOYEN / TODA UNA PINTURA DE LA ÉPOCA
HIPÓLITO
YRIGOYEN
Nuestra
misión no es ocupar gobiernos
3
de julio
"Nuestra
misión no es la ocupación de los gobiernos, sino
la reparación cardinal del origen y sistema de ellos,
como el único medio para restablecer la moralidad política,
las instituciones de la República y el bienestar general"
(Segunda carta al doctor Pedro C. Molina, septiembre de 1919).
"Las aspiraciones que no tiene otro objeto que la ocupación
de los gobiernos son siempre facciosas y fatales para el bien
público y al fin mueren execradas, mientras que las idealidades
sinceras viven en sus obras ilustres" (Manifiesto,
mayo 13 de 1905).
Tomado
de: "Yrigoyen. Su pensamiento escrito" Compilación
y prólogo de Gabriel del Mazo. Buenos Aires. Ediciones
Pequén 1984
HIPÓLITO
YRIGOYEN / 1852
Nace
en Buenos Aires el político Argentino Hipólito
Yrigoyen. Fue el primer presidente de la Nación elegido
por la ley de voto universal, secreto y obligatorio. Asumió
su primera presidencia el 12 de octubre de 1916. Falleció
en Buenos Aires el 3 de julio de 1933.
TODA
UNA PINTURA DE LA ÉPOCA
Producción
Periodística de Villa Crespo Digital
1°
de julio del 2015 *
Los
barrios porteños
Resulta
difícil precisar el número de barrios que existían
en Buenos Aires. Vicente Blasco Ibáñez, en Argentina
y sus grandezas, se conforma con enumerar los de la Boca, Barracas,
Norte, Floresta, Vélez Sarsfield (antes la Floresta),
Belgrano, Villa Mazzini, Villa Devoto, Villa Urquiza, Saavedra
y Núñez. Pero otros muchos barrios sin límites
definidos surgían hacia el Centenario en los rumbos abiertos
por el tranvía; los rieles de éste estaban dirigidos
invariablemente hacia el puerto, cosa que obligaba a los arrabales,
incomunicados entre sí, a vivir encerrados en sí
mismos o a comunicarse exclusivamente a través del centro.
Quizás
haya sido esta circunstancia la que vigorizó la vida
barrial en los albores del siglo. Crecían alrededor de
un nudo de comunicaciones, como la estación del ferrocarril
o la línea de tranvía, o en torno a una parroquia,
un hospital, un centro universitario o una fuente importante
de trabajo. Este núcleo debía tener fuerzas suficientes
para convertir un simple conglomerado de casitas en un centro
cultural y social con rasgos propios.
La
zona sur tenía un carácter acusado desde el siglo
anterior. Las actividades manufactureras hicieron crecer a la
Boca, Barracas y Barracas al Sur (Avellaneda), que hacia 1910
se encontraban unidas entre sí.
Gran
parte de la industria nacional se concentraba en esos barrios,
donde estaban instalados curtiembres y lavaderos de lana, frigoríficos,
fábricas de productos alimenticios, jabón, papel,
cigarrillos y fósforos.
Datos suministrados por Adolfo Dorfman, en su Historia de la
industria (1913) y Buenos Aires Ciudad Industrial, Caso Testigo
Villa Crespo de Elena Luz González Bazán…
de próxima aparición.
Arrabal
1931
Argentina,
la ciudad de Buenos Aires concentraba el 35 por ciento de la
potencia industrial del país). Los italianos de la Boca
y los criollos de Barracas estaban bien organizados laboralmente:
gran parte de las huelgas que tuvieron lugar en las dos primeras
décadas del siglo se desarrollaron en esos distritos
obreros, en los que se acumulaban tantas fuentes de trabajo.
En
el sudoeste, en cambio, predominaba la marginalidad, y más
que de barrios obreros podía hablarse de casuchas miserables
construidas con desechos industriales en terrenos bajos, sin
comunicaciones con el centro. Allí se encontraba el tristemente
célebre barrio de las Ranas, cercano al vaciadero municipal
de basura y al Riachuelo, a mitad de camino entre Barracas y
Nueva Chicago. Aunque esta zona era probablemente la más
insalubre de la ciudad, en los terrenos bajos de otros puntos
del área urbana ocurrían casos semejantes: tanto
en el arroyo Maldonado, que fue durante muchos años el
límite norte de Buenos Aires, como en los bañados
de Flores, con sus aguas estancadas y depósitos de basura,
las condiciones de vida eran precarias y sólo los atorrantes
y otros tipos humanos marginales de la gran ciudad se atrevían
a establecerse allí.
El
panorama que ofrecía la parte norte de Buenos Aires era
muy diferente. El llamado Barrio Norte ya era una realidad hacia
1910, y en él se encontraban tanto las mejores mansiones
privadas, que ocupaban un cuarto de manzana, como los conventillos
de los recién venidos, que aprovechaban las ventajas
que la municipalidad brindaba a las parroquias de gente acomodada
(el 30 por ciento de los habitantes de este barrio vivían
en conventillos, afirma Scobie).
La
vivienda popular era el CONVENTILLO, con su realidad de hacinamiento,
falta de todos los servicios básicos, la promiscuidad
y la vida insalubre, la cama caliente y la injusticia.
Alrededor
de plaza Italia, en cambio, la situación social se modificaba.
La presencia de un importante nudo de comunicaciones, la estación
Pacífico, tras la construcción, en 1912, de un
tramo elevado entre Palermo y Retiro, y de varias líneas
de tranvías que irradiaban hacia el oeste hizo que muchos
porteños eligieran esa área para construir sus
viviendas: los 64.000 habitantes del barrio en 1904 eran 103.000
cinco años más tarde. Había pocos conventillos
y predominaban las casas medianas y pequeñas. Los servicios
de agua y obras sanitarias recién empezaban a aparecer.
Tanto allí como en el distrito cuyo eje era la calle
Las Heras, las ventajas de la ubicación se contaban por
las cuadras que era preciso caminar para alcanzar el tranvía.
Más
al norte estaba Belgrano, barrio que tenía historia,
pues había sido capital de la República cuando
en 1880 el gobernador Carlos Tejedor se alzó contra las
autoridades constitucionales. Una serie de rasgos propios hicieron
de Belgrano un pueblo con características precisas, pues
poseía un club social tan prestigioso como el Belgrano,
sobre la barranca del río, el hipódromo del Bajo,
que competía con el de Palermo, la confitería
La Paz, junto a la estación del ferrocarril, donde se
tomaba el chocolate dominguero y en cuyo salón interior
una orquesta de señoritas amenizaba las tardes.
Vecinos
ricos, empleados y obreros en ascenso construían en Belgrano
de acuerdo con sus recursos económicos. No había
conventillos, y los extranjeros resultaban pocos en comparación
con los criollos; entre los no argentinos eran mayoría
los ingleses, que gustaban de las calles arboladas y espaciosas,
típicas de la zona.
Belgrano
tenía su propia leyenda, emanada de aquellos criollos
del Bajo que aún rendían culto al coraje en los
caseríos y en los prostíbulos próximos
al río. Estos guapos se liaban a cuchilladas y eran admirados
por otros duelistas especializados en lances de honor, que tenían
en el político Carlos Delcasse un protector infatigable.
Recuerda Justo P. Sáenz (h) en La amistad de algunos
barrios que en cierta oportunidad uno de estos guapos fue invitado
por Delcasse a su célebre quinta para que explicara en
detalle en la sala de armas cómo usaba la daga. Fue precisamente
ese mismo criollo el que mató a cuchillo al comisario
Pina por 1902.
Hacia
el Centenario cada barrio porteño se subdividía
en núcleos más o menos independientes de su antiguo
centro. Muchas chacras y quintas del primitivo Belgrano, situadas
en los límites de ese barrio (incorporado) en 1888 al
área urbana), se convirtieron posteriormente en barriadas
populosas. Núñez, por ejemplo, surgió a
partir de una estación de ferrocarril Norte, levantada
sobre los terrenos del latifundio de Florencio Núñez;
Coglhan era una estación cabecera del ferrocarril de
la Compañía Pobladora, cuyo nombre recuerda a
un ingeniero de gran actuación profesional; Saavedra
debe su denominación a una estación vecina; Villa
Urquiza es el nombre que designa desde 1901 una primitiva parada
(Santa Catalina) del ferrocarril a Rosario.
Estos
datos proporciona Juan José Maroni en Breve historia
física de Buenos Aires demuestran la expansión
de la Capital Federal en los primeros años del siglo.
Pero donde la multiplicación de los barrios alcanzó
su máxima intensidad fue en el oeste, donde los 106.000
habitantes de 1904 habían pasado a 456.000 según
el censo de 1914. Surgieron allí núcleos de población
desprendidos del antiguo partido de Flores, que también
tenía su lugar en la historia patria, pues en él
se había firmado el pacto que selló, en 1859,
la vuelta de la rebelde Buenos Aires. Se llamaban Almagro, Caballito,
Floresta, La Paternal, Liniers, Monte Castro, Nueva Chicago,
Nueva Pompeya, Versalles, Villa del Parque, Villa Devoto, Villa
General Mitre, Villa Lugano, Villa Luro, Villa Malcom, Villa
Pueyrredón, Villa Real, Villa Riachuelo, Villa Santa
Rita y Villa Soldati, siempre de acuerdo con la enumeración
que por orden alfabético hace Maroni.
Eran
conglomerados humanos tan opuestos por sus características
y población como Devoto y Soldati. De la altura de los
terrenos en los que se habían edificado dependía
que se congregasen o no personas adineradas, gringos de distintas
colectividades o paisanos criollos recién venidos a la
ciudad. Algunos, como Pompeya, nacieron alrededor de un hecho
religioso, en este caso la fundación de la parroquia
franciscana de Nuestra Señora de Pompeya; otro, Nueva
Chicago, fue el resultado del traslado de los mataderos viejos
a un sitio más alejado del centro. Los matarifes abandonaron
ese vecindario y junto a los peones se mudaron hacia el oeste
al nuevo barrio, invadid por tropas de ganado, fondas y boliches
muy criollos, porque la actividad ganadera seguía siendo
patrimonio de los hijos del país.
En
el origen de Villa Devoto está la pretensión del
millonario italiano Antonio Devoto de urbanizar a su gusto los
terrenos altos situados junto a la estación ferroviaria
que llevaría su nombre. En ese extenso baldío
de cien hectáreas que atravesaba la vía férrea,
don Antonio reservó cuatro para una plaza, frente a la
cual levantó su propia mansión y un templo donde
hoy reposan sus restos. Anchas avenidas y diagonales, además
de un arbolado generoso, hicieron de la villa el lugar preferido
por los italianos ricos y por los ingleses para construir sus
residencias. Enrique Germán Herz menciona en un trabajo
sobre el barrio la hermosa quinta de John Hall, que era un verdadero
jardín botánico, y de las familias Stoppani, Buschiazzo,
Bagnardi y Dellacha, entre otras. En este nuevo distrito, lo
mismo que en los que se creaban en otros puntos de la ciudad,
correspondía al vecindario, agrupado en sociedades de
fomento, bregar por conseguir los objetivos máximos de
progreso, que eran el alumbrado- eléctrico, a gas o con
lámparas de alcohol-, el afirmado de las calles principales,
la presencia de un destacamento policial, de una escuela pública
y de una parroquia, es decir, de todos aquellos elementos que
daban comodidad y seguridad social.
Las
historias de los orígenes de cada barrio son bastante
similares. Hugo Corradi las evoca en Guía antigua del
oeste porteño: primero había potreros baldíos
de propiedad estatal o privada, tambos y hornos de ladrillo,
alfalfares o cultivos diversos. Entre ellos se construía
una que otra casita y subsistían las quintas de las familias
patricias. Paulatinamente, bajo el estímulo del ferrocarril,
se hacían los primeros loteos. La llegada del tranvía
valorizaba los terrenos y empezaba la construcción de
viviendas en serie. Las ofertas que publicaban los periódicos
muestran el avance social que representaba dejar el conventillo
céntrico y hacerse la casa propia: "Obreros. Dejad
el conventillo y comprad un lote en la Floresta- dice un aviso
publicado en el diario La Prensa en 1902- o en cualquier otro
paraje sano, si queréis la salud de vuestros hijos y
deseáis vivir contentos.".
De
este modo, la incipiente clase media alcanzaba el sueño
del hogar propio. Su vivienda empezaba siendo de dimensiones
reducidas, en lotes de diez varas de frente que, explica Scobie,
eran similares a los del sector céntrico. Generalmente
la casa ocupaba todo el ancho del lote, aunque a veces se dejaba
un pasillo a lo largo de la medianera, que conducía al
fondo. La casa, de una o dos habitaciones, se agrandaba a medida
que los ahorros lo permitían: "tal vez quince años
después de la adquisición del lote, cuando las
hijas, frecuentando la escuela normal, aspiran a figurar de
burguesas y él propio (el dueño) se juzga socialmente
más elevado, junta sobre la calle la sala de visita",
anota un viajero brasileño en sus Impresiones, publicadas
en 1918.
De
este modo se iba densificando la población de La Paternal,
la barriada que debía su nombre a la compañía
de seguros que impulsó los loteos. Un sector de este
barrio cobró vida gracias a la llamada Quinta de Agronomía,
ubicada en el ángulo formado por la avenida San Martín
y la actual avenida Beiró, que empezó a funcionar
hacia 1909 como una nueva facultad de la Universidad de Buenos
Aires. En Villa Santa Rita, en cambio, el eje del barrio era
el antiguo oratorio, situado en terrenos que habían pertenecido
a la familia Garmendia. En 1905, el nuevo barrio, nacido alrededor
de 1890, tenía ya todas sus calles actuales abiertas,
aunque escasearan casas y pobladores. A partir del centenario,
época en que Buenos Aires creció con renovado
impulso, esta villa se convirtió en un sector para obreros
de condiciones modestas. Su eje era la avenida Nazca, al norte
del arroyo Maldonado.
La
actividad privada estaba vinculada en mayor grado que la pública
con la edificación en serie de casas para empleados y
obreros. La Comisión de Casas Baratas, formada por ley
nacional aprobada en 1915, entregó las primeras viviendas
recién en 1920. Pero desde años atrás otras
entidades venían trabajando en el mismo objetivo. Scobie
menciona la cooperativa obrera de La Paternal, cerca de la Chacarita
(1903); las trescientas casas de una y dos habitaciones terminadas
por la Casa Popular Propia en Caballito (1907); los pequeños
préstamos para construir viviendas que otorgaba la cooperativa
El Hogar Obrero, fundada por militantes del Partido Socialista.
Por otra parte, había compañías constructoras
especializadas en viviendas populares, como la Sociedad de Edificación
y Ahorro La Propiedad, fundada en 1905.racias a estos esfuerzos
y a la estabilidad de la moneda, que favorecía el ahorro,
una incipiente clase media sentaba sus reales en los nuevos
barrios y urdía sus nuevos prejuicios, ritos y hábitos,
que rivalizarían con los de los habitantes del centro.
Fuente:
Nuestro Siglo - Historia de la Argentinauenos Aires crece (1900-1914)
Págs. 21 a 31
Ediciones Diario Crónica 1994
Los
obreros: su nivel de vida en Buenos Aires
...
A principios del siglo la situación no había variado
mayormente. En momentos de realizarse el censo de 1904 podía
estimarse en cerca de 80.000 la cantidad de obreros en Buenos
Aires. Los salarios industriales oscilaban entre $1 y $4 por
día; las mujeres cobraban un mínimo de $0,80 y
un máximo de $3; y los menores, de $0,30 a $1,20.
Los
albañiles, numerosos entonces en Buenos Aires, no sobrepasaban
los $3,30 por día, por supuesto que los oficiales, porque
los peones apenas llegaban a obtener de $1,50 a $1,80 diarios.
Resta
agregar que para valorar debidamente estos salarios es necesario
considerar que excepcionalmente se trabajaban más de
doscientos días al año.
Poca
variación hubo en los años inmediatos siguientes.
El aumento de los salarios no ha seguido paralelo al de los
costos de artículos de primera necesidad y la habitación.
El magro aumento conseguido por los obreros fue en virtud de
las huelgas realizadas. El incremento de los salarios, escaso
y poco sensible, no permite efectuar comparaciones de no tomarse
períodos muy largos. Muchos gremios ganan hoy pocas variantes
así se escribió en una publicación oficial
del año 1911(b).
En
1908 el Departamento Nacional del Trabajo inició estudios
acerca del presupuesto obrero. Ellos son suficientemente ilustrativos
con respecto a lo que venimos afirmando. Veamos algunos ejemplos:
Obrero
con mujer y dos hijos
Trabaja
25 días al mes, ganando un jornal de $4; su entrada mensual
sería por lo tanto de $100. Sus gastos son: alquiler,
$22; mercado, a razón de 0,50 por día: $15; pan,
1 1/2 kg., a $0,18; $8,10; almacén, $0,65 diarios: 19,50;
leche, medio litro diario: $2,25; carbón, dos cuartillas
de $1,20: $2,40; lavado, dos barras de jabón, $1; tranvía:
$2,50; gastos varios: $10. Total: $82,75. Saldo a favor: $17,25.
Obrero
con mujer y cuatro hijos
Alquiler,
pieza más grande, $25; mercado, $0,60 por día,
$18; pan, dos kg. por día $10,80; almacén, $0,60
por día, $18; carbón, 2 1/2 cuartillas, $3; lavado,
tres barras de jabón, $1,50; tranvía, 25 días
de trabajo, $2,50; ropas, $20; gastos varios,$10. Total: $108,80.
Déficit: $8,80.
Las
necesidades más apremiantes para este obrero le obligan
a trabajar algunas noches. Supongamos que sea así: 20
días, a $4, por mes: $80; 6 noches, a $8, por mes: $48.
Total: $128. Entonces sí, le queda un saldo a favor de
$19,20.
Pero
no siempre podían trabajarse 25 días al mes, y
a veces tampoco 20. La enfermedad de un trabajador, aunque de
corta duración pero suficiente para postrarlo en cama,
constituía una verdadera calamidad para toda su familia.
Los
cálculos ofrecidos fueron confeccionados por la repartición
citada en el año 1908. En 1912 la situación no
había mejorado. Tomemos otros dos ejemplos en la industria
de la fundición. Ella agrupaba muchos obreros en Buenos
Aires. Un oficial fundidor ganaba $4 a $4,50 por día.
Matrimonio
con siete hijos
El
padre es fundidor, y gana un jornal de $4,50. Trabajando 25
días al mes reúne un total de ganancias de $112,50;
una hija mayor que trabaja de planchadora, 13 a 14 horas diarias,
en 25 días gana $25. El total resultante es: $137,50.
El resto de los hijos son pequeños y van a la escuela.
Detallemos los gastos mensuales de esa familia:
Por dos piezas de madera, con poca comodidad:$ 45,00.-, Gastos
de almacén: $ 48,00.-, 3 Kg. de pan por día: $
19,00.-, Gastos de leche: $ 10,08.-, Carne y verdura: $ 22,00.-
Carbón: $ 4,50.-, Desgaste de ropa interior y exterior
para toda la familia: $ 25,00.-, Gastos de barbería:
$ 2,00.-,Gastos de tranvía: $ 6,00.-, Por cotizaciones
de sociedades, socorros mutuos, política, gremial: $
2,80.-,Suscripción al diario: $ 1,20.-. Total: $ 185,58.
Matrimonio
con dos hijos El jefe de la familia gana $4 por día,
trabaja 25 días al mes, percibe en total $100 ; no tiene
otras entradas. Sus gastos mensuales son: Alquiler de una pieza
$ 25,00.-gastos de almacén $ 30,00.-, Carne y verdura
$ 24,00.-, Pan $ 5,00.-, Leche $ 3,20.-, Carbón $ 3,00.-,
Desgaste de ropa $ 15,00.-gastos de trabajo y barbería
$ 8,00.-, Sociedad de socorro: él y la señora
$ 2,50.-, Suscripción al diario $ 1,20.-, Sociedad de
resistencia $ 0,50.- Tranvía $ 7,00.-. Total $ 124,40.-
Hemos detallado el presupuesto de un oficial fundidor. Un medio
oficial, adelantado, ganaba $2,80 a $3 por día; un buen
rebarbador, $3 ; un peón, práctico en la fundición,
$2,50 a $2,80 por día. Sus jornales son menores, pero
no sus necesidades.
El
aumento de los salarios entre 1904 y 1911 no mantuvo la proporción
del costo de los alquileres. A un jornal $4, salario promedio
para un obrero especializado en 1904, correspondía $5,50
en 1911, es decir que el aumento producido significaba proporcionalmente
un 37,5%. El alquiler de una habitación costaba, término
medio, $15 a $20, en 1904 ; en 1911 había aumentado,
término medio, un 100%. En cuanto a las casas alcanzaban,
en la mayoría de los casos, precios prácticamente
prohibitivos para los trabajadores.
Con
respecto al aumento de los artículos de consumo, las
frecuentes oscilaciones experimentadas, a veces con un intervalo
de días, dificulta su estudio en períodos muy
largos ; sin embargo pueden efectuarse, aproximadamente, algunas
comparaciones. La carne de vaca, por ejemplo, cuyo precio en
1904 era, según calidad, de $0,18 a $0,40 el kilogramo,
costaba en igual relación, $0,25 a $0,80 en 1911. El
pan de segunda, consumido por las familias humildes, de $0,12
a $0,15, había aumentado a $0,20, hasta $0,22. Las papas,
que costaban $0,05 a $0,10, habían elevado su precio
a $0,20. Los porotos, de un precio entre $0,15 a $0,25, costaban
$0,45 en 1911 ; el arroz, de #0, 13 en 1904, costaba $0,15 en
1911, así otros artículos.
Para
los datos correspondientes a 1904 fue utilizado como fuente
principal el libro de Juan Alsina "El obrero en la República
Argentina", Buenos Aires, 1905. Para el año
a.
Storni, Pablo: La industria y la situación de las clases
obreras en la capital de la República; en "Revista
Jurídica y de Ciencias Sociales"; año XXV,
tomo II, números 4, 5 y 6, Buenos Aires, 1908.
b. Boletín del Departamento Nacional del Trabajo; Vol.
5º. número. 19, Buenos Aires, 1911.
c. Boletín del Departamento Nacional del Trabajo; número.
21, año 1912.
1911, el Boletín del Departamento Nacional del Trabajo
citado con anterioridad.
Tomado de: "Los trabajadores", de José Penettieri.
Biblioteca argentina fundamental. Serie complementaria: Sociedad
y Cultura/18. Centro Editor de América Latina. 1982.
Págs. 67 al 71.
La
huelga de los inquilinos / LA REBELIÓN
DE LAS ESCOBAS
...
"Buenos Aires es una ciudad que crece desmesuradamente.
El aumento de la población es extraordinario por preferir
la mayor parte de los inmigrantes quedarse en ella a ir a vivir
al interior del país, cuya fama es desastrosa.
Las
pésimas policías de campaña; la verdadera
inseguridad que existe en el campo argentino, del que son señores
absolutos los caciques electorales, influyen en el ánimo
de los europeos, aun sabiendo que hay posibilidades de alcanzar
una posición económica desahogada con mucha mayor
facilidad que en la capita, a quedarse en ésta, en la
que de todas maneras hay más seguridad, mayor tranquilidad
para el espíritu.
La
edificación no progresa lo suficiente para cubrir las
necesidades de la avalancha inmigratoria y esto hace que los
alquileres sean cada día más elevados y que para
alquilar la más mísera vivienda sean necesarios
una infinidad de requisitos.
Si
a un matrimonio solo le es difícil hallar habitación,
al que tiene hijos le es poco menos que imposible, y más
imposible cuantos más hijos tiene.
De
ahí que las más inmundas covachas encuentren con
facilidad inquilinos, ya que Buenos Aires no es una población
en la que se ha dado andar eligiendo...
Desde
muchos años atrás, esta formidable y casi in solucionable
cuestión de las viviendas, había sido tema de
batalla para los oradores de mitin.
Socialistas,
anarquistas y hasta algunos políticos sin contingentes
electoral, habían en todo tiempo clamado contra la suba
constante de los alquileres, excitando al pueblo, ora a la acción
directa, ora a la electoral, según que el orador era
un anarquista o tenía tendencias políticas...
Un
buen día se supo que los vecinos de un conventillo habían
resuelto no pagar el alquiler de sus viviendas, en tanto que
el propietario no les hiciese una rebaja. La resolución
de esos inquilinos fue tomada a risa y a chacota por media población.
Pronto
cesaron las bromas. De conventillo a conventillo se extendió
rápidamente la idea de no pagar, y en pocos días
la población proletaria en masa se adhirió a la
huelga.
Las
grandes casas de inquilinato se convirtieron en clubes. Los
oradores populares surgían por todas partes arengando
a los inquilinos y excitándoles a no pagar los alquileres
y resistirse a los desalojos tenazmente.
Se
verificaban manifestaciones callejeras en todos los barrios
sin que la policía pudiese impedirlas, y de pronto con
un espíritu de organización admirable se constituyeron
comités y sub-comités en todas las secciones de
la capital.
En
los juzgados de paz las demandas por desalojos se aglomeraban
de un modo que hacía imposible su despacho. Empezaron
los propietarios a realizar algunas rebajas, festejadas ruidosamente
por los inquilinos y sirviendo de incentivo en la lucha a los
demása"....
(a)
Reproducido por D. Abad de Santillán, La F.O.R.A., Buenos
Aires, 1932.
Tomado de: "Los trabajadores", de José Penettieri,
capítulo: "Los Obreros - su nivel de vida en Buenos
Aires" Biblioteca argentina fundamental. Serie complementaria:
Sociedad y Cultura/18. Centro Editor de América Latina.
1982. Págs. 73 y 74.
La
expansión urbana
Entre
1900 y 1914, Buenos Aires se extendió de tal manera que
debe haber batido uno de los récords de expansión
de este siglo. La ciudad de Buenos Aires, que según Charles
Darwin, era en 1834 "la mejor trazada del mundo",
incrementó entre 1869 y 1914 en un 742 por ciento su
cantidad de habitantes y alrededor de un 733 por ciento sus
unidades de vivienda. Claro que expandirse es más fácil
que hacerlo bien. Pero Buenos Aires lo hizo o, mejor dicho,
sus habitantes lo lograron de un forma admirable. Una prueba
de ello surge de la sencilla observación de que si los
inmigrantes comenzaron a llegar masivamente durante la década
de 1880 y lo siguieron haciendo y cada vez más durante
las tres décadas subsiguientes, hasta pasar con creces
el millón, no fue precisamente para venir a vivir en
condiciones comparativamente peores de las reinantes en sus
países europeos de origen. Así es que en esta
ciudad, en los años que van de 1904 a 1914 se construyen
algo más de 31 m2 promedio por año por habitante
que se agrega. Construcción sólida, si las hay,
ya que entre 1887 y 1914, el 94 por ciento de los edificios
es de ladrillo, en 1909 el 65 por ciento de las casas tienen
cloacas instaladas, el porcentaje de casas con agua corriente
es de 80 por ciento en 1904 y de 99 por ciento en 1914, la población
que habita en conventillos pasa del 25 por ciento del total
a fines del siglo XIX a menos del 10 por ciento en las cercanías
de 1914. Los conventillos decrecen no sólo en porcentaje
sobre el total de edificios sino en números absolutos.
Mientras la población aumenta, acompañada de cerca
por el crecimiento de la edificación, los propietarios
de inmuebles en la ciudad crecen aún más.
Fuente:
Nuestro Siglo - Historia de la Argentinauenos Aires crece (1900-1914)
Págs. 43 a 45
Ediciones Diario Crónica, 1994.
El
fenómeno urbano
Trabadas
de tal manera sus posibilidades de progreso, el inmigrante comienza
a amontonarse en las ciudades portuarias de la Argentina, especialmente
Buenos Aires, en ellas constituirá la base de un cambio
mucho más profundo que el ocurrido en las pampas. Buenos
Aires y en segundo término Rosario, serán los
centros urbanos de mayor absorción de población.
Principalmente la primera, prácticamente el único
puerto de entrada para los europeos, distraerá la mayor
parte de esa fuerza laboral para satisfacer las urgentes necesidades
de servicios, construcción y producción que el
crecimiento urbano y la prosperidad económica provocaban.
Fue así cómo la manía por la modernización,
generada por las mencionadas causas, creó mayores oportunidades
de empleo para los millones de inmigrantes que llegaban a Buenos
Aires (a) . Además, debe tenerse en cuenta la enorme
atracción que la vida urbana, con su colorido, sus múltiples
actividades y sus posibilidades económicas, ofrecía
al recién llegado.
En
los años 80 Buenos Aires dejaba de ser la gran aldea
que nostálgicamente rememoraba Lucio V. López.
Las 4.000 hectáreas de 1880 habían aumentado,
con la incorporación de Flores y Belgrano, a 18.584 en
1887. El tranvía a caballos acortaba distancias, y nuevos
barrios, alejados antes, se integraban a ese todo febril y pujante
que comenzaba a ser la ciudad porteña.
Vendedor
de maníes (1917)
El
tranvía o "tranway", como se lo llamó
durante largo tiempo, merece la dedicación de algunos
párrafos. Fue indudablemente un sistema de transporte
que convulsionó en su época a Buenos Aires, y
que hoy, juzgado con perspectiva histórica, puede afirmarse
que constituyó uno de los factores que contribuyeron
al progreso de la ciudad.
Al
asumir Sarmiento la presidencia de la República, Buenos
Aires tenía pocas calles pavimentadas y un comercio localizado
en el centro. Los únicos medios de transporte eran las
diligencias y los lujosos carruajes que utilizaban las clases
altas. En cuanto a las diligencias, uno de los medios de locomoción
más usual entonces, no podía pedirse algo más
incómodo para los pasajeros que ese vehículo de
asientos estrechos que daban continuos saltos por la gran cantidad
de baches que había en las calzadas, uniéndose
a esa incomodidad el calor y el polvo durante el verano. Su
capacidad permitía solamente la ubicación de 14
a 16 pasajeros, número tan reducido que "no alcanzaba
a satisfacer las exigencias del público, un comentario
de la época (b) . Luego agregaba: "Las señoras
pocas veces hacían uso de ese vehículo, porque
además de ir molestas tenían que aguantar las
costumbres incultas de algunos pasajeros".
Los
carruajes, en general, y los caballos eran otros medios de movilidad
Por Ley del 26 de octubre de 1868 surgió el tranvía.
Para instalarlo hubo que vencer la oposición del público,
reacio generalmente a toda innovación, y la de los empresarios
de otros tipos de transporte, los cuales sentían amenazados
sus intereses. Las principales objeciones efectuadas fueron:
1) No podrían salvar las pendientes de las calles.
2)
Interrumpirían el tráfico ordinario.
3)
Pondrían en peligro la vida de los peatones.
4)
Causarían la depreciación de los terrenos por
donde pasaran las líneas.
Su
implantación y posterior uso barrió fácilmente
con las tres primeras objeciones. En cuanto a la cuarta, se
logró precisamente un efecto contrario; los terrenos
y fincas por donde pasaba el tranvía se valorizaron enormemente,
y más aún en los suburbios de la ciudad.
A
diez años de su instalación, las líneas
tranviarias alcanzaban un recorrido de 145.281 metros, siendo
siete las compañías que prestaban el servicio.
Lo interesante surge de la comparación con otras ciudades
importantes del mundo. En 1879, Buenos Aires, con una población
estimada en 220.000 habitantes, contaba casi con 146 Km. de
vías; Nueva York -1.000.000- 121 Km.; Londres, habitada
por 4.000.000 de personas, 91 Km.; Viena, 660.000 habitantes
22 Km.; Madrid, con 400.000 almas, solamente 6 Km.
(a)
Scobie, James: ob. cit.
(b) Viglioni, Luis A.: Tranways en la ciudad de Buenos Aires,
en "Anales de la Sociedad Científica". t. VII,
año 1879. Buenos Aires, Imprenta Coni, 1879.
Tomado de: "Los trabajadores", de José Penettieri.
Biblioteca argentina fundamental. Serie complementaria: Sociedad
y Cultura/18, pág. 31 a 33 - 36 y 37.
Servicios
Públicos
Servicios
públicos de enorme importancia comenzaban a ejecutarse
en Buenos Aires. Aquel sueño de Rivadavia, ese proyecto
de Pellegrini, Blumstein y Laroche, rechazado en su oportunidad,
pronto iba a ser realidad. A la empresa del Ferrocarril del
Oeste correspondió la iniciativa del primer servicio
de agua corriente, llevando por medio de un caño agua
del río desde la Recoleta al Parque. En 1868 se extiende
a los particulares de las inmediaciones. En 1871, siendo gobernador
Emilio Castro, la Legislatura bonaerense designa por ley una
comisión que se hace cargo de la administración
de las aguas corrientes; dicha comisión fue el origen
de la Actual Dirección de Obras Sanitaria (a).
En
1874, el Ingeniero Bateman comienza la construcción de
cloacas; ésta es suspendida inmediatamente como consecuencia
de la crisis que aquejaba al país, siendo reanudada en
1882.
En
1857 comienza el empedrado. Por vía de ensayo el primer
adoquinado de granito se construye en 1870 -calle Rivadavia
entre San Martín y Reconquista-. Más tarde se
lo construirá en un tramo de la calle Florida. El período
1880-1890 será testigo de su establecimiento en todo
el centro de la ciudad. En 1880 comienza el afirmado de madera.
En 1895 se ensaya el asfalto, siendo la primera de las cuadras
asfaltadas la de la Piedad, hoy Bartolomé Mitre, entre
Florida y San Martín; más tarde será adoptado
como afirmado público.
En
1852 Buenos Aires alumbra sus calles utilizando aceite de potro.
Un año más tarde se funda la Compañía
Primitiva de Gas, y en 1856 se inaugura este tipo de alumbrado.
En 1900, 14.082 faroles son mantenidos mediante dicho combustible.
Un año antes a esta última fecha se había
establecido el alumbrado eléctrico en los barrios centrales
de la ciudad, y al siguiente las lámparas eléctricas
de 1000 bujías eran ya 877, y las de menor poder luminoso
760. Los barrios apartados se alumbraban con faroles alimentados
con querosene. El último de estos se extinguiría
en 1931 (b).
...
Buenos Aires más que nunca se valdría de su puerto;
en sus muelles se abarrotaban, junto a las lanas y cueros ya
tradicionales, la carne y poco después los cereales,
productos que cruzando el océano harían conocer
por tales características a la República Argentina.
A ese puerto afluía la variada gama de productos extranjeros
a los cuales, luego de haber inundado la ciudad, los ferrocarriles,
convergentes en ésta se encargaban de diseminar por el
interior, ahogando toda posibilidad de desarrollo industrial
en las provincias. Todo iba a y desde Buenos Aires, y ésta,
al compás de un movimiento febril cambiaba su fisonomía,
destruyendo y construyendo, abriendo avenidas y levantando edificios,
de tal forma que al decir de un observador, ya en la década
del 80 "había perdido, a no ser el trazado de las
calles que se resistía a alterar, el aspecto español
que conservó durante 3 siglos" (c).
El
citado Emilio Daireaux al afirmar que ninguna localidad del
interior tenía propia porque ningún centro de
población produce nada, agrega: "fuera de Buenos
Aires no hay industria, en los pueblos y en las ciudades no
hay más que artesanos que reciben las primeras materias,
las herramientas y todos los objetos manufacturados del interior
y reducen su industria a las necesidades privadas de la población
en que residen. En la República Argentina no hay otras
industrias que las agrícolas; los centros comerciales
situados en la proximidad de la regiones productoras no tienen
pues otra misión que la de reunir estos productos para
remitirlos al exportados. Este exportador, como el importador,
reside en Buenos Aires, siempre, algunas veces por excepción
en Rosario y en La Plata".
De
allí entonces que "la evolución comercial
de Buenos Aires es pues la de un satélite que vive en
la esfera de atracción de Europa, las otras ciudades
y pueblos de la República son a su vez satélites
de ese satélite"...
(a)
Bilbao, Manuel: Buenos Aires, desde su fundación hasta
nuestros días, Buenos Aires, Imprenta Juan A. Alsina,
1902.
(b) Bucich Escobar, Ismael: Buenos Aires Ciudad; Buenos Aires,
1936. También Cánepa, Luis: El Buenos Aires de
antaño; Buenos Aires, 1936.
(c) Daireux, Emilio : Vida y Costumbres en la Plata; Buenos
Aires, 1888.
Tomado de: "Los trabajadores", de José Penettieri.
Biblioteca argentina fundamental. Serie complementaria: Sociedad
y Cultura/18, pág. 31 a 33 - 36 y 37.
Dos
modos de vivir: la mansión y el conventillo
...
Adrián Patroni conoció de cerca los conventillos.
Así describe uno de ellos: "Imaginaos un terreno
de 10 a 15 metros de frente (los hay que sólo tienen
de 6 a 8) por 50 a 60 de fondo; algo que se asemeja a un edificio,
por su parte exterior, o casa de miserable aspecto: generalmente
un zaguán cuyas paredes no pueden ser más mugrientas,
al final del cual una pared de dos metros de altura impide que
el transeúnte se aperciba de las delicias del interior.
Franquead el zaguán, y veréis dos largas filas
de habitaciones, en el centro de aquel patio cruzado por sogas
en todas direcciones, una mugrienta escalera de madera pone
en comunicación con la parte alta del edificio. El conjunto
de piezas, más bien que asemejarse a habitaciones, cualquiera
diría que son palomares; al lado de la puerta de cada
cuarto, amontonados en completo desorden, cajones que hacen
las veces de cocina, tinas de lavar, receptáculos de
basuras, en fin, todos los enseres indispensables de una familia,
que por lo reducido de la habitación forzosamente tienen
que quedar a la intemperie. En la parte alta del conventillo
la estrechez es mayor, pues no teniendo los corredores más
que un metro o metro y medio de ancho, apenas queda espacio
para poder pasar.
"Las
habitaciones son generalmente de 3 x 4 metros de altura, excelentes
piezas, cuando llegan a tener una superficie de 4 x 5. Esas
celdas son ocupadas por familias obreras, la mayoría
con 3, 4, 5 y hasta 6 hijos, cuando no por 3 o 4 hombres solos.
Adornan estas habitaciones dos o tres camas de hierro o simples
catres, una mesa de pino, algunas sillas de paja, un baúl
medio carcomido, un cajón que hace las veces de aparador,
una máquina de coser, todo hacinado para dejar un pequeño
espacio donde poder pasar las paredes, que piden a gritos una
mano de blanqueo, engalanadas con imágenes de madonas
o estampas de reyes, generales o caudillos populares, tales
son, en cuatro pinceladas, los tugurios que habitan las familias
obreras en Buenos Aires, los que a la vez sirven de dormitorio,
sala, comedor y taller de sus moradores.
"Pocos
son los conventillos donde se alberguen menos de ciento cincuenta
personas. Todos son, a su vez, focos de infección, verdaderos
infiernos, pues el ejército de chiquillos en eterna algarabía
no cesan en su gritería, mientras los más pequeñuelos,
semidesnudos y harapientos, cruzan gateando por el patio recogiendo
y llevando a sus bocas cuanto residuo hallan a mano; los mayorcitos
saltan, gritan y brincan, produciendo desde las 7 de la mañana
hasta las 9 de la noche un bullicio insoportable" (a)....
...
Ahora bien, comparando esta última cifra (1904) con la
correspondiente a 1887 es notable la disminución operada
en la cantidad de conventillos existentes en Buenos Aires; disminución
que si bien es sensible en sentido absoluto, mucho más
lo es aún en relación al aumento de población
habido entre los dos censos.
Una
serie de factores influyeron en esa disminución. Las
demoliciones que fue necesario efectuar para abrir la Avenida
de Mayo, y la consiguiente transformación y embellecimiento
de los barrios céntricos, a los que debe agregarse el
constante aumento de los alquileres, determinaron que gran cantidad
de familias pobres, en busca de alojamientos más baratos,
iniciaran su éxodo hacia los arrabales de la ciudad.
El tranvía, en mayor proporción cuando fue eléctrico,
contribuyó también a esa descentralización
(b).
Entre
1904 y 1909 la población de la capital federal se había
incrementado en 286.604 habitantes; ese aumento absoluto en
cinco años representaba una proporción del 5,91%
anual.
Asimismo,
en el último de los censos mencionados pudo notarse el
considerable crecimiento de los barrios periféricos,
y el poco aumento de los céntricos -algunos hasta habían
disminuidos su población....
...
La posibilidad de adquirir lotes de terreno pagándolos
a largo plazo hizo que muchos llegaran a convertirse en propietarios,
y ése fue otro motivo de atracción; aunque muchas
veces la necesidad de lograr terrenos más baratos los
hizo fácil presa de los especuladores que les vendieron
los bajos e inundables, de suelo impermeable, con pozos de agua
común y servida, a solo 3, 4 o 5 metros de la superficie.
Además,
esta nueva radicación de pobladores se había producido
sin tener en cuenta los elementos concurrentes necesarios a
una población que crecía en densidad, es decir:
servicios de agua corriente, cloacas, pavimentos y alumbrado.
Fue así como en los bañados y bajos de Barracas,
San Cristóbal, Flores, Vélez Sarsfield y San Carlos;
en los terrenos anegadizos de San Bernardo, Palermo o en los
bajos de Belgrano y Saavedra, se levantaron en pocos años
muchos centros de población que carecían de los
principales servicios de salubridad ( )....
()
No debe extrañarnos tanto tal estado de cosas medio siglo
atrás, si en la actualidad muchas ciudades que han crecido
en extensión carecen también de servicios principales.
Además no debemos olvidar las llamadas villas miserias.
(a)
Patroni, Adrián, Los trabajadores en la Argentina; Buenos
Aires, 1898.
(b) Gache, Samuel, ob. cit.
Tomado de: "Los trabajadores", de José Penettieri.
Biblioteca argentina fundamental. Serie complementaria: Sociedad
y Cultura/18. Centro Editor de América Latina. 1982.
Págs. 45,46,48 y 50.
Más
hombres que mujeres
El
Departamento de Informaciones Estadísticas de la "Revista
de Economía Argentina" ha hecho saber que en mayo
último nuestro país contaba con una población
de 5.191.000 mujeres y 5.809.000 hombres. Es decir, un total
de once millones sobre los cuales el sexo fuerte tendría
una representación mayor en 618.000 a la del sexo llamado
débil.
Si
se persiste en las comparaciones, resulta que la Argentina posee
1.119 hombres por cada mil mujeres, correspondiéndole
así el porcentaje mundial más elevado. En cantidad
con respecto a las mujeres, los hombres de la Argentina aventajamos
a los de Canadá, India Inglesa, Unión Sud Africana,
Nueva Zelandia, Estados Unidos, Australia y algunos pocos países
donde la mujer suma menos que el hombre. En cambio, en Europa
se da la contraria, pues en todo el continente es mayor la cifra
de mujeres que la de varones, hasta llegar a Rusia donde "nosotros"
somos 890 por cada mil de "ellas".
Aplicando
las cifras aludidas a la población metropolitana con
2.100.000 habitantes, tendríamos que la población
metropolitana es cinco veces menor que la de todo el país;
de donde los hombres serían 1.0662.000 y las mujeres
1.038.000. Quiere decir, entonces, que Buenos Aires, siempre
ateniéndonos a las cifras que conocemos cuenta con 24.000
hombres más que mujeres.
La
cifra no es, en realidad, alarmante, como tampoco puede pretenderse
que el cálculo sea exacto; pero es inevitable la convicción
de que en la capital argentina hacen falta mujeres, varios miles
de mujeres, para que su número quede equilibrado con
el de los hombres -casi como si dejáramos para que cada
uno de ellos tenga la suya...
Tomado
de: Todo es Historia, Nº 225 Pág. 71
La
vivienda y la salud
...
Los sucesivos censos municipales muestran la persistencia del
déficit habitacional. Comprobamos a través de
ellos que el ritmo de las construcciones no acompañó
el crecimiento demográfico, originando la falta de habitaciones
y el consiguiente aumento de los alquileres. No es extraño
que en tales condiciones, los hábitos higiénicos
de los ocupantes dejaran mucho que desear. El problema, que
ya fuera advertido por Rawson, persistió durante todo
el período que estudiamos, preocupando seriamente a los
higienistas. Wilde, por ejemplo, marcaba la necesidad de aumentar
el número de baños públicos; decía
en 1877: "Además de taller higiénico y de
la casa cómoda, debe proporcionarse a la población
laboriosa medios de aseo que aseguren su salud. La administración
lo ha comprendido así en algunas partes y ha establecido
como en Londres y en algunas ciudades de Francia, baños
y lavaderos públicos donde los pobres podían limpiar
su cuerpo y lavar su ropa, mediante una insignificante remuneración.
El
baño, tan sin razón rechazado en varias partes,
por la ignorancia más lamentable, sirve para mantener
en buen estado las funciones del más extenso y más
poderoso órgano de absorción del cuerpo humano.
La suciedad de la piel -subrayaba- no sólo impide las
exhalaciones de los cuerpos, venenos de la sangre capaces de
engendrar mil enfermedades, y de favorecer por lo tanto, a la
larga, la aparición de epidemias o la prolongación
de las existentes."/Op. cit., 382-383/ Cuarenta años
después, los cambios eran muy pocos significativos. En
1918 Coni insistía en la necesidad de aumentar el número
de baños públicos y mejorar sus instalaciones.
Los que existían entonces eran tres, anexados a los lavaderos
municipales. Funcionaban de 7 a 11 a.m. y de 1 a 5 p.m.; eran
totalmente gratuitos y en invierno disponían de agua
caliente. Durante 1916, sus visitantes -hombres y mujeres- sumaron
44257, número insignificante si se tiene en cuenta la
población que por entonces tenía la ciudad.
Algunos
cuadros tragicómicos nos revelan la falta de hábitos
de aseo personal en la época; vemos en Rawson: "No
queremos dejar sin pasar sin referir un incidente ligero ocurrido
en un hospital europeo, que pinta un cuadro de los muchos que
vemos diariamente, caracterizados por la falta de limpieza corporal.
He aquí el breve diálogo del médico encargado
de la sala con el enfermo que acababa de entrar al hospital
para ponerse bajo sus cuidados. El enfermo tenía 30 años,
había sido soldado, y examinado, como reminiscencia retrospectiva,
su vida anterior, declaró también que era casado.
Observando el médico que el cuerpo de su cliente mostraba
indicios de no haber sido lavado con frecuencia, preguntóle
si había pasado mucho tiempo sin bañarse. Respondió
que se había bañado una sola vez en toda su vida.
Admirado el médico de este hecho extraño, le dijo
inmediatamente: Por supuesto, que ese baño lo tomaría
Ud. el día de su casamiento. -No, señor doctor,
contesto el enfermo: ese día no me bañé;
el único baño de mi vida fue para presentarse
al acto de enrolamiento, porque sin bañarme no me habrían
admitido.
El
tipo caracterizado por aquel soldado y aquel esposo, poco limpio,
no es extraordinario, concluye Rawson; y entre las personas
que pasan a nuestro lado y entre los enfermos que acuden a nuestros
hospitales, no sería difícil encontrar más
de uno que se pareciera bajo este aspecto al individuo mencionado.
Y si éste, y aquellos hubiesen tenido en su hogar modesto
las corrientes atractivas y cariñosas del agua fresca,
es casi seguro que habrían interrumpido sus habitudes,
y que, a lo menos, el famoso soldado de la historia habría
tomado un baño y lavándose prolijamente en aquel
día en que debía unir su ser a la que iba a se
la compañera de su vida." /Ob.cit., 173-175/ De
allí, el interés de los higienistas en difundir
el hábito del baño en el pueblo, que no lo tenía.
La escuela, pensaban, podía contribuir a ello mediante
la instalación de baños escolares. Así
lo propuso al Consejo Nacional de Educación el inspector
Pablo Pizzurno, en una nota del 2 de diciembre de 1907: "Tal
vez fuera conveniente hacer instalaciones especiales más
grandes y completas en locales determinados de edificios escolares
y estratégicamente distribuidos en distintos barrios
de la capital y de manera que pudieran concurrir a cada uno
de ellos, no sólo una escuela, sino grupos de escuelas
por turno.
Sin
referirme a otras ventajas de este sistema -indicaba el inspector-
hasta señalar las que se refieren al menor número
de instalaciones que habrá que costear, a la perfección
de éstas, a la mejor organización del servicio
con un menor número de empleados, éstos mejor
elegidos. Como consecuencia de todo, una gran economía
en los gastos y lo que importa más, la posibilidad de
hacer, en mucho menos tiempo, que el beneficio inapreciable
del baño, alcance a un número infinitamente mayor
de niños".
El "beneficio inapreciable del baño" era
desconocido, evidentemente, por la generalidad de los niños
de escasos recursos, lo que explica esta modesta aspiración
con que se conformaba Pizzurno: "Si, como sucede en algunas
ciudades europeas que tienen baños en las escuelas, nos
conformáramos con un solo baño de aseo mensual,
cabría entonces reducir las instalaciones a la mitad,
en cada local, con el correspondiente ahorro en los gastos y
en el espacio ocupado, no obstante lo cual no sería menor
el número de niños beneficiados." El pedido,
al igual que otros que intentaban compensar desde las escuelas
algunas de las ineficiencias más notorias de la vida
popular, no fue atendido por el Consejo.
También
se propició la instalación de baños en
las fábricas, para uso de su personal y en los cuarteles,
para la tropa. En este último caso, con gran éxito,
ya que hacia 1920 las unidades militares de reciente instalación
contaban con excelentes servicios sanitarios....
Tomado
de: "La higiene y el trabajo/1 (1870-1930)" de Héctor
Recalde. Biblioteca Política Argentina, pág. 37
a 39.
•
Primera versión 3 de julio del 2010. Corregida y actualizada.
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