NOTA
RECOMENDADA
Frente
a la condena a los trabajadores de Las Heras, redoblemos la
lucha.
Las
tres condenas a prisión perpetua por homicidio agravado
dictadas contra los trabajadores de Las Heras Inocencio Cortez,
José Rosales y Hugo González y una cuarta, que
no se ejecutará porque el compañero era menor
de edad a la fecha del hecho;
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CORREPI
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El tercer sábado de mes, cada dos meses, a las
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Jueves por medio, entre 10:00 y 11:00, escuchá el espacio
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2014
(En
el ENA - Encuentro Nacional Antirrepresivo)
BOLETÍN
INFORMATIVO Nº 706
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BOLETÍN INFORMATIVO Nº 706
Del
19 de diciembre del 2013
Por
CORREPI especial para Villa Crespo Digital
10
de febrero del 2014
Sumario:
1.
En Tucumán, la policía mostró la hilacha.
2. Un gesto más en la reconciliación.
3. Los medios y la legitimación de los “vigilantes”.
4. Frente a la condena a los trabajadores de Las Heras, redoblemos la
lucha.
En
Tucumán, la policía mostró la hilacha.
El
milico le dice a su superior: "Jefe, le estamos disparando
a nuestra propia gente". El superior responde: "Tome
unos pesos y guarde el secreto". La ironía de Groucho
Marx viene a cuento a propósito de los sucesos en Tucumán.
En el marco de la tensión que generó en todo el
país la asonada de los desclasados de azul, esa provincia
mostró el costado que siempre hemos denunciado y que, desde
el poder, cuando no la ningunean, se empeñan en distorsionar.
La policía tucumana, como la del resto del país,
se amotinó y se encargó de provocar hechos que derivaron
en robos, cinco muertos, varios heridos, y desesperación
-predominantemente- entre sectores medios.
Con este accionar, como a veces ocurre cuando el perro le muestra
los dientes al amo, el gobierno provincial les concedió
el aumento.
El primer mensaje que mandaron fue remedar las acciones de los
trabajadores, como si revistieran ese carácter. Hablaron
de huelga, de derechos sindicales, y no fueron pocos los que coincidieron
con ello, desde el juez Zaffaroni hasta expresiones de la izquierda.
El otro mensaje estuvo en las calles. Desnaturalizando el saqueo,
en cuanto es un último y desesperado, pero legítimo
recurso del hambre y la pobreza subyacente en una realidad que
no las contempla, fomentaron en los sectores medios las reacciones
más despiadadas de algunos comerciantes armados, al tiempo
que se religitimaba la institución policial como fuerza
represiva cuando se les reprochaba: "están para defendernos,
para protegernos y nos dejaron a merced de los delincuentes".
El terror, el miedo, la otra forma de obtener consenso.
Pero la policía tucumana, con libreto de Groucho Marx,
una vez que embolsó el aumento, salió a la explanada
de la casa de gobierno y entró a disparar a los manifestantes
que se reunían en la Plaza reclamando “seguridad”.
La otra ironía, que no agota la capacidad de asombro que
nos plantea el sistema a diario, fue la gendarmería intentando
pararla. Todo tan patético, como la manera en que tanto
el gobierno nacional como la clase política tradicional
hablaron de extorsión y sedición después
de darles aumentos que superaron, en algunos casos, el 70% sin
chistar, revelando que pueden prescindir de cualquier estrategia,
menos de la represiva.
El episodio es emblemático, y supera largamente una mera
anécdota pueblerina. Puso en evidencia la naturaleza real
del reclamo: es monetario y es reivindicativo de sus fechorías.
El aumento y la impunidad anduvieron de la mano, desmintiendo
a los que suponen que, sindicalizados, los policías serán
alguna vez nuestros compañeros de ruta.
Y puso en evidencia, también, la naturalización
que entre sectores del pueblo tiene el discurso sobre la función
policial.
Los sectores medios lo vivieron en carne propia y aunque lejos
estuvieron de interpretarlo de modo progresivo, ha quedado expuesto
que la relación con las fuerzas represivas es un matrimonio
de extraña conveniencia.
No pueden confiar, pero sienten que todavía los necesitan,
y aunque sea muy largo el camino que derive en el divorcio, intuyen
que sin plata no hay amor. La trama de la "familia policial"
ha quedado al desnudo en la provincia norteña.
Nosotros, del mismo modo que no reconocemos a los policías
calidad de trabajadores, tampoco les adjudicamos la de "servidores
públicos". La función es determinante y definitoria:
disciplinar, reprimir, evitar cualquier cuestionamiento serio
al baluarte capitalista que es el derecho de propiedad y que,
mal que le pese a los moralistas e hipócritas exponentes
de pseudo-teorías derechohumanistas, sigue siendo el eje
ordenador de la sociedad en la que vivimos.
Repetimos a diario que la policía no está para cuidarnos,
ni para protegernos ni para defendernos: la policía en
la sociedad dividida en clases está para reprimirnos.
Tucumán fue el claro ejemplo. Embolsaron el aumento y salieron
a dispararle a su propia gente. En el terreno de las ironías,
mucho menos sutil y disimulada que la elaboración de Groucho,
pero no por eso menos elocuente, el grito de nuestra militancia
en las calles también evidencia la enorme distancia moral
que existe entre un trabajador y un perro guardián del
sistema: "Olé olé, ole ole olá, por
una pizza reprimís a tu mamá". |
Un
gesto más en la reconciliación.
Hace
unos días, se publicó una entrevista realizada por
Hebe Pastor de Bonafini a César Santos Gerardo del Corazón
de Jesús Milani, acompañada de una foto de ambos,
con el título fue “la madre y el general”.
El gesto es un paso más en el derrotero de conciliaciones
que el gobierno logró instalar, en primer lugar, con la
apertura de los juicios a los militares, y que tiene por objetivo
último, lo que Cristina Kirchner no se cansa de repetir:
“Sueño con que mi sucesor pueda dar vuelta la página
trágica de nuestra historia”, juzgar a unos pocos
y salvar la institución.
El 3 de junio de este año, en un acto que encabezó
en el colegio militar, CFK dijo: "Las Fuerzas Armadas van
a ayudar a lograr a cerrar la brecha entre los pueblos y el ejército,
esto se supera a través de la solidaridad y la ayuda juntándose
los unos y los otros, no puede ser el uniforme lo que defina la
calidad de un ciudadano", mientras se despachaba con señalamientos
de fuerzas renovadas, de nuevos conceptos y solidaridades.
Unas cuantas señales se orquestaron para arribar a esa
conclusión: los festejos del bicentenario con miles y miles
de personas aplaudiendo el desfile militar; los festejos por los
diez años de gobierno kirchnerista, en los que la presidenta
decía: “Algo maravilloso que me llenó el corazón
y que fue a ver trabajar a miles y miles de jóvenes de
la política, de las iglesias junto a los hombres de las
fuerzas armadas”; el show montado para el regreso de la
embargada Fragata Libertad, cuando los militantes kirchneristas
se fotografiaban orgullosos con los uniformados; la forma en que
el gobierno presentó la militarización de los barrio
por parte de los gendarmes en las últimas inundaciones
a lo largo del país, sólo para poner algunos ejemplos.
Frente a este nefasto relato, tenemos que señalar que las
Fuerzas Armadas no son una fuerza amiga y al servicio de la clase
trabajadora y el pueblo, sino todo lo contrario: la militarización
de los barrios, patrullando sus calles y apareciendo como garantía
de seguridad, cuando son garantes del orden y autores de los atropellos
y muertes que el pueblo soporta día a día, para
lograr la necesaria disciplina y defender a rajatabla la sacrosanta
propiedad. Los 4.011 asesinatos por parte del aparato represivo
desde 1983 hasta noviembre de 2013 son una muestra suficiente
de ello. |
Los
medios y la legitimación de los “vigilantes”.
En
la semana de conmoción nacional a partir del motín
de las policías en 21 de las 24 provincias argentinas,
no sólo los uniformados fueron noticia. Las imágenes
de civiles armados compitieron duro con las de los policías
acuartelados. Los diarios titularon “Armados hasta los dientes
contra los saqueadores” o “Ante la anarquía,
los vecinos salieron a defender Córdoba” (Perfil);
“Comerciantes armados y negocios incendiados, tras una madrugada
de terror” (Clarín); “Vecinos apostaron por
barricadas, palos y armas para protegerse” (La Gaceta de
Tucumán); “Se normaliza la actividad en Tucumán,
con los vecinos armados en defensa propia” (La Prensa);
“Vecinos armados realizaron barricadas por temor a saqueos”
(Cadena 3); “Quilmes: Comerciantes se arman hasta con granadas
por la posibilidad de nuevos saqueos” (Agencia Nova), etc.
En las radios abundaron las entrevistas a “gente común”,
como los periodistas los presentaron, que con total naturalidad
hablaron de las armas con las que repelerían cualquier
“ataque”, como el empleado de un depósito de
artículos de limpieza de Tucumán que dialogó
con Pepe Eliashev por radio Mitre, y dijo sin empacho que tenían
escopetas y molotovs para impedir que robaran la mercadería,
todo bajo la dirección del subgerente de la firma.
En todos los casos, con más o menos énfasis, el
tono editorial fue de comprensión y empatía con
quienes “se ven obligados a defenderse”, sin una palabra
hacia la docena de muertos y el centenar de heridos de la semana.
Claro, la defensa de algo más precioso que la vida humana
bien lo justifica. La defensa de la propiedad privada.
La simpatía con que los medios reflejaron “el drama”
de los que mataron o estuvieron dispuestos a matar para evitar
la pérdida de bienes materiales es equivalente, por oposición,
a la virulencia con la que esos mismos “comunicadores”
condenan cualquier expresión de violencia popular. Un petardo
en una marcha, la cara tapada o un palo en el cordón de
seguridad ya es suficiente para que nos tilden de “violentos”,
“inadaptados” o “antidemocráticos. Ni
hablar si, hartos de viajar como se viaja en nuestros trenes,
los pasajeros estallan y queman unos vagones; si los amigos y
vecinos de un pibe fusilado por la policía apedrean una
comisaría, en fin, si, de cualquier otro modo, son los
trabajadores los que, en defensa propia y no de los bienes del
patrón, recurren a la violencia de cualquier tipo. Allí
no hay ni justificación, ni mirada complaciente.
Como pocas veces, esta semana quedó claro que todos esos
“pacifistas” sólo repudian la violencia cuando
es contraria a los intereses de su clase. |
NOTA
RECOMENDADA
Frente
a la condena a los trabajadores de Las Heras, redoblemos la lucha.
Las
tres condenas a prisión perpetua por homicidio agravado
dictadas contra los trabajadores de Las Heras Inocencio Cortez,
José Rosales y Hugo González y una cuarta, que no
se ejecutará porque el compañero era menor de edad
a la fecha del hecho; más las condenas a cinco años
de prisión efectiva contra Pablo Mansilla, Carlos Mansilla,
Daniel Aguilar, Néstor Aguilar y Ruben Bach por coacción
agravada y contra Darío Catrihuala como partícipe
necesario de lesiones graves, concretan un nuevo y calificado
avance represivo contra los trabajadores que luchan en nuestro
país.
Los trabajadores petroleros de Las Heras, Santa Cruz, sostuvieron
una fuerte lucha contra el impuesto al salario y contra la precarización
laboral en los años 2004 y 2005. En febrero de 2006, cuando
más de mil trabajadores y vecinos se movilizaron a la comisaría
de Las Heras, un pueblo de 9.000 habitantes, para reclamar la
libertad de un referente del conflicto que fue detenido durante
una emisión de un programa de radio, la represión
generó la reacción de los manifestantes, que se
defendieron como mejor pudieron. En ese contexto, abandonado por
sus camaradas, que retrocedieron frente al avance de los compañeros,
murió el policía Sayago.
Con pleno apoyo del gobierno nacional, se desató en Las
Heras una represión masiva, avalada por la jueza Ruata
de Leone y ejecutada por gendarmería. La ciudad fue sitiada,
se interrumpieron todas las comunicaciones al exterior, y decenas
de hombres, mujeres y jóvenes fueron detenidos y torturados.
Para hacer tronar el escarmiento y disciplinar la resistencia,
un grupo de 13 trabajadores fueron seleccionados para acusarlos
por el homicidio. Tras varios años presos, se logró
su excarcelación, pero el proceso, con una prueba construida
sobre la tortura y el terror, siguió adelante, hasta concretar
ahora estas condenas.
Un largo camino de organización y lucha, que incluyó
la construcción del Comité por la Absolución
de los trabajadores de Las Heras en varios puntos del país,
permitió visibilizar la forma en que el poder judicial
defiende las políticas represivas del estado y ejecuta
su rol para aleccionar al conjunto de la clase trabajadora. Esta
sentencia de inusitada gravedad condena, además de los
compañeros, a todos los que se organizan y luchan por sus
reivindicaciones.
Como pocas veces antes, el proceso a los trabajadores de Las Heras
muestra cómo los jueces, sin titubear, castigan con dureza
cuando el acusado es un trabajador, mientras inventan cualquier
excusa para eludir el mínimo cuando deben pronunciarse
sobre sus mercenarios de uniforme o sus patotas. Jueces que se
alinean, como el caso de uno de los integrantes de este tribunal,
en las corrientes “progresistas”, y adscriben al discurso
de la “justicia legítima” del kirchnerismo,
mientras cumplen su rol sin contradicciones.
Está claro cual es el lugar que ocupa cada uno: las fuerzas
represivas del estado, que por estos días intentan confundirnos
autodenominándose como trabajadores y pretendiendo “sindicalizarse”
bajo las reivindicaciones de la clase obrera, actúan defendiendo
los intereses de la clase dominante y reprimiendo al pueblo trabajador
cuando nos organizamos y luchamos: el poder legislativo legitima
las políticas represivas con sus leyes; el poder judicial
absuelve o condena según de quién se trate, y los
medios de comunicación invisibilizan los conflictos y fogonean
la represión.
Frente a la condena a los compañeros, la lucha continúa
y se profundiza.
¡ABSOLUCIÓN A LOS TRABAJADORES DE LAS HERAS!
¡NO A LA CRIMINALIZACIÓN DE LA PROTESTA!
CONTRA LA REPRESIÓN ¡ORGANIZACIÓN Y LUCHA! |
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Martes, 1 Noviembre, 2016 16:50
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